
La mayoría de las democracias comparte un problema fundamental: los representantes políticos no creen que los ciudadanos puedan comprender los grandes dilemas de la financiación pública. Pero hay evidencia clara, en la historia y también en la actualidad, de que a través de la participación ciudadana se logran mejores presupuestos públicos
Los parlamentarios y representantes políticos locales adoptan hoy las decisiones más complicadas sobre finanzas públicas a puerta cerrada. Para ello, se apoyan en técnicos y burócratas financieros que suelen satisfacer las necesidades políticas del gobierno electo. En las democracias actuales, los políticos rara vez preguntan a los votantes su opinión sobre las distintas opciones presupuestarias. Ni siquiera explican sus razones para apoyar una u otra opción. Sus explicaciones se reducen en general a unas cuantas referencias vagas a la necesidad de “crecimiento y empleo” o, simplemente, a la necesidad de “progresar”. Nunca explican las complejas transacciones que tienen lugar en una negociación presupuestaria, ni el verdadero sentido general e impacto de cada presupuesto público.
Esta reticencia a explicar las cuestiones de financiación pública se hizo especialmente evidente durante la crisis financiera global. En Australia, Gran Bretaña y Francia, los gobiernos de centro-izquierda decidieron pedir grandes préstamos para mantener el nivel de demanda privada y, en uno de los casos, financiar a los bancos privados. Estas políticas contribuyeron a reducir sustancialmente los costes sociales de la crisis.
Sin embargo, cuando llegaron las elecciones, los políticos de centro-izquierda no defendieron sus propias decisiones, seguramente porque pensaban que los votantes no estaban preparados para discutir a fondo sobre presupuestos públicos. La falta de explicación sobre políticas que eran generalmente acertadas llevó a estos gobiernos a la derrota electoral, y el centro-derecha se instaló en el poder.
La mayoría de las democracias comparte este problema fundamental: los representantes políticos electos no creen que los ciudadanos lleguen a comprender los grandes dilemas de la financiación pública. Parecen haber aceptado que la democracia es incompatible con una gestión financiera eficaz, o se diría que para ellos la democracia consiste en cuadrar las cuentas sin que se enteren los ciudadanos.
Pero el estudio exhaustivo que hemos llevado a cabo tanto sobre los modelos antiguos como recientes demuestra que estas presunciones son radicalmente falsas. Cada vez hay más ejemplos de que la participación directa de los ciudadanos y ciudadanas en la elaboración de los presupuestos públicos ofrece soluciones concretas a los grandes dilemas democráticos.
En 1989, los ayuntamientos de pueblos y ciudades pobres en Brasil comenzaron a implicar a los residentes en la elaboración de los presupuestos. Estos modelos participativos se extendieron rápidamente a otros países latinoamericanos, y hoy se aplican con buenos resultados en Alemania, España, Italia, Portugal, Suecia, Estados Unidos, Polonia y Australia. En Francia se han puesto en marcha también algunos proyectos piloto. El presupuesto participativo está basado en un principio muy ...
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