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Soldados nigerianos patrullan en el estado de Borno. STEFAN HEUNIS/AFP/Getty Images

Tras cuatro años consecutivos de descenso tras el máximo alcanzando en 2014, el gasto militar en África supone el 2,2% de toda la inversión mundial: 1,8 billones de dólares en 2018. Un porcentaje menor en comparación con el de las grandes potencias internacionales, Estados Unidos, China, Arabia Saudí, India y Francia, que en conjunto suponen el 60% del gasto militar global, pero que esconde una tendencia al alza: en la última década, el presupuesto en defensa del continente ha aumentado un 9,2%. Los países del norte de África concentran la mayor parte de este crecimiento.

 En 2018, el gasto militar en el mundo supuso el 2,1% del PIB global. Esto es, 239 dólares por persona. Es el nivel más alto desde 1988, el primer año del que se tienen registros consistentes, un 76% por encima del mínimo alcanzando una década después. Estados Unidos, cuya inversión militar creció por primera vez desde 2010, un 4,6%, hasta los 649.000 millones de dólares, y China, que lleva 24 años seguidos aumentado su presupuesto en defensa, marcan el ritmo de esta carrera armamentista. “En 2018 EE UU y China contabilizaron la mitad del gasto militar global”, resume en su informe para el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) el investigador Nan Tian.

África no aparece entre las grandes cifras. Solo Argelia, en el puesto 25, se cuela entre los 50 Estados con mayor gasto militar del planeta. Una lectura dérmica revela, sin embargo, que es la segunda región del mundo donde más ha aumentado el gasto militar en la última década por detrás de Asia. Si solo consideramos los países del norte de África, Argelia, Libia, Marruecos y Túnez, es de largo donde más se ha disparado: un 74% desde 2009.

Estos cuatro países suponen ya el 1,2% de la inversión militar global, dos décimas más que la suma de los 45 países de África subsahariana —SIPRI, la entidad que lidera la investigación internacional no incluye a Comoros y Sao Tome y Príncipe, de los que se asume que tienen un gasto mínimo, ni a Eritrea y Somalia por carecer de datos—, lo que corrobora las grandes diferencias que existen dentro del continente.

Más allá de las cifras, de los 40.600 millones de dólares que en 2018 destinaron los países africanos a armamento y defensa, el continente es sin duda uno de los principales escenarios de la carrera internacional en nombre de la seguridad: en los últimos 30 años, el gasto militar por persona ha aumentado un 26,8% en el mundo. En África, lo ha hecho tres veces más rápido.

Hay razones extrínsecas, en el hecho de que las grandes potencias internacionales dirimen sus batallas por los recursos naturales en sus fronteras, pero mayoritariamente intrínsecas: la inseguridad provocada por docenas de conflictos todavía en curso y la corrupción asociada a una democracia todavía imberbe. “En África, los militares tienden a ser mimados por la clase dominante que intenta mantener el control del Estado”, resume el analista Kishore Kumar Khera en un trabajo para el Institute for Defence Studies and Analyses.

Adentrarse en la realidad militar del continente requiere reparar en las claves regionales que suponen estos cuatro países:

 

Argelia, el gran inversor en plena crisis política

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Miembros de las Fuerzas Especiales argelinas practicando artes marciales en el Día de la Independencia. RYAD KRAMDI/AFP/Getty Images

En términos relativos y absolutos, Argelia no tiene rival en la carrera militar en África. En 2018 destinó casi 9.600 millones de dólares a gastos de defensa, más del doble que Marruecos o Suráfrica, los otros dos grandes inversores regionales. Esto pese a encadenar dos años consecutivos de recortes por encima del 5% que los expertos del SIPRI atribuyen “a la caída de los ingresos del petróleo y el gas de los últimos años”.

Desde su formación como guerrilla anticolonial, el Algerian People’s National Armed Forces (Armée Nationale Populaire–ANP) ha sido uno de los ejércitos mejor preparados del mundo, siempre con Rusia como principal aliado: en 2006, el presidente ruso, Vladímir Putin, canjeó una deuda de la época soviética de más de 40.000 millones de dólares por un nuevo acuerdo para la compra de equipamiento militar por cerca de 70.500 millones de dólares que se ha traducido ya en más de 200 unidades de los modernos tanques T-90SA, helicópteros Mi-28NE Night Hunters o misiles balísticos Iskander-E. En junio de 2018, Argelia se convirtió en el segundo país después de India en ser autorizado para utilizar el sistema de navegación militar ruso.

Tras el 11S, el embargo impuesto de facto sobre el país fue rebajado y Argelia se convirtió en un nuevo aliado de Occidente en la guerra contra el terrorista yihadista. “De ser la oveja negra, se convirtió en un país del que había mucho que aprender en la lucha contra el terrorismo islámico”, reseñaba en 2015 el trabajo del investigador Francis Ghilès para el CIDOB. Alemania, Italia y el propio Estados Unidos comenzaron a armar al régimen argelino, considerado actualmente el 27 ejército más poderoso del mundo y cuyo papel es determinante en la lucha por el futuro que está dirimiéndose en el país.

Porque pese a la revolución que logró la caída del presidente Abdelaziz Buteflika tras dos décadas en el poder, Argelia sigue en manos de la cúpula militar. Cualquier transición, apuntaba el prestigioso historiador James McDougall a la BBC, pasa por la postura que tome la institución castrense. “La gran pregunta ahora es saber si el Ejército de Argelia va a permitir una transición que realmente otorgue la soberanía al pueblo”.

Los recortes de los últimos dos años no ha rebajado un ápice el potencial militar del país, que sigue contando con más de 130.000 soldados activos y una inversión que es el doble a la que realizaba en 2008. Lo único que ha cambiado es el objetivo. Si durante años el gasto ha sido destinado a vigilar las fronteras con Marruecos y Libia, a armar al Frente Polisario; posteriormente a colaborar con Túnez y Malí para hacer frente a la amenaza yihadista, a esto se ha sumado ahora la necesidad de tener bajo control su propia revolución.

 

Angola: la caída del precio del petróleo obliga a recortar el bastión militar

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Un cargo angolés llegando a Guinea Bissau. ALFA BALDE/AFP/GettyImages

Por cuarto año consecutivo, Angola ha tenido que reducir drásticamente su presupuesto militar: un 18% que se suma al recorte del 16% de 2017. Aún así, sigue siendo el tercer mayor inversor en defensa de la región subsahariana con casi 2.000 millones anuales. “La caída en los precios del crudo desde mediados de 2014 han sometido a la economía angoleña a importantes tensiones que han obligados a recortes en gastos gubernamentales, incluido el militar”, subraya el último informe de SIPRI.

El nuevo gobierno de Joao Lourenço, que sustituyó en el poder al sempiterno José Eduardo dos Santos, llegó al poder con la intención de atajar la corrupción endémica que desangra su economía. Los resultados son escasos: el país apenas ha mejorado siete puestos en el índice de Transparencia Internacional y sigue entre los 20 Estados más corruptos del mundo. La sombra de la familia dos Santos sigue siendo alargada y el poder de la élite militar enriquecida durante su mandato mantiene intacto su poder. De hecho, cuando la crisis provocada por la caída del precio del petróleo obligó a implementar importantes recortes en una sociedad criada en los subsidios, una de las pocas partidas que no solo no disminuyó sino que aumentó su dotación fue la de las pensiones a exmilitares.

Si bien es cierto que el gasto en defensa es apenas el 25% de lo que era hace un lustro, cuando el país competía con Argelia en máximos continentales, su peso en el PIB sigue siendo del 1,8% (lejos eso sí del 4,7% que alcanzó en 2014). “El gasto social en Angola está por debajo de la media de otros países de su entorno, mientras que el gasto militar está muy por encima”, señala un informe del Banco Mundial que eleva el porcentaje de inversión en defensa hasta el 5% del PIB.

Con las reformas del nuevo Ejecutivo en entredicho, lo más probable es que los recortes vuelvan a afectar al gasto militar en los próximos años, lo que no impide que Angola mantenga el multimillonario acuerdo firmado con Rusia en 2013 para adquirir casi 18 aviones Su-30K, helicópteros Mi17, tanques y armamento ligero. “Angola ha sido un usuario habitual de armamento y equipamiento ruso para la protección de nuestro territorio, una realidad en la que nos gustaría seguir cooperando con Moscú”, declaró en una reciente visita el mandatario angoleño. En el horizonte, China, quien desde 2015 tiene en Angola uno de sus clientes emergentes en material bélico, se postula también como socio preferente: ambos países suscribieron en 2017 un acuerdo para profundizar su cooperación militar.

 

Burkina Faso, el rearme ante la inestabilidad

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Soldados de burkina Faso en Ouhigouya, al norte del país. ISSOUF SANOGO/AFP/Getty Images

Ningún Estado en el mundo aumentó tanto su gasto militar en 2018 como lo hizo Burkina Faso. Un 52% respecto al año anterior, lo que viene a consolidar una tendencia al alza desde 2015. De los menos de 150 millones de dólares que destinaba entonces a presupuesto militar a más del doble en 2018. No obstante, y pese a este notable crecimiento, sigue siendo una cifra modesta, todavía por debajo de lo que otros países de su entorno destinan a defensa. De hecho, mientras Níger o Mauritania ocupan el 2,5 y 2,9% de su PIB respectivamente en gasto militar, en Burkina Faso la cifra es todavía del 2,1%.

 Dos razones, resumidas bajo el sintagma de la inestabilidad creciente, explican este aumento. Por un lado, la amenaza yihadista en el Sahel con atentados cada vez más frecuentes en el país. A la ya conocida insurgencia de Ansarul Islam en el norte, se ha sumado Jamaat Nusrat al Islam wal Muslimin (JNIM), el grupo islamista militante que se formó después de la fusión en marzo de 2017 de los combatientes de AQIM, el Frente de Liberación Fulani Macina, Ansar al Dine y Al Mubrabitoun, capaz de perpetrar ataques contra la embajada francesa en la capital Ouagadougou. Pese al apoyo occidental, encabezada por Francia y EE UU, el país sigue desangrándose y se contabilizaban ya más de 200 atentados con 250 muertos desde 2016.

La desmesurada respuesta del Gobierno, con ejecuciones extrajudiciales y hostigamiento continúo a parte de la población, no ha conseguido garantizar el control y, por primera vez desde la independencia, las autoridades han perdido el control de parte del norte y el este del país, donde la policía se ha retirado y algunas escuelas permanecen cerradas.

La caída del régimen autoritario de Blaise Compaoré en 2014 y el desmantelamiento en octubre del año siguiente de su unidad de élite, el Presidential Security Regiment, involucrada en un presunto intento de golpe de Estado, ha provocado una importante brecha de seguridad en el país. Se trataba de un grupo especial, adiestrado por EE UU y Francia, y que, según algunos analistas, ha decidido alimentar a la insurgencia yihadista tras ser defenestrada. Una situación similar a la ocurrida en Afganistán o Somalia.

Con una crisis económica agudizada por la caída del turismo y que tiene al 40% del país viviendo por debajo del umbral de la pobreza, los levantamientos populares se han convertido en el segundo foco de inestabilidad. Uno de los más importantes, el provocado por la subida de un 12% en el combustible que el Gobierno justificó por la necesidad de reforzar el gasto militar en seguridad.

Hasta la fecha, el presidente Kaboré ha logrado contener las protestas e intenta mantener unido al Ejército con la concesión de un pago extra a los soldados desplegados en las zonas más conflictivas, mientras busca recursos económicos con los que modernizar con apoyo de Estados Unidos— sus Fuerzas Armadas mientras toma el mando durante este año del Joint G5 Sahel Force que vigila las conflictivas fronteras del Sahel.

 

Suráfrica, Nigeria y Kenia, los grandes motores económicos frenan el recorte regional

Mientras los números globales de la región subsahariana empujan el gasto militar hacia abajo, tres de sus grandes potencias económicas, Suráfrica, Kenia y Nigeria, mantienen una tendencia al alza que impide el frenazo macroeconómico de la carrera militar. Este último país, tras seis años de recortes, volvió a aumentar un 18% sus fondos, hasta los 2.000 millones de dólares, lo que lo sitúa como el segundo mayor inversor regional solo por detrás de Suráfrica.

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Un helicóptero militar del Ejército surafricano durante un entrenamiento militar. MUJAHID SAFODIEN/AFP/Getty Images

De hecho, y pese a la reducción continuada del gasto durante estos últimos años, Nigeria siguió siendo entre 2014 y 2018 el mayor importador de armas de África subsahariana: el 35% procedentes de Rusia, el 21% de China y el 15% de Estados Unidos. Las inestabilidades económicas obligaron al gigante nigeriano a detener su expansión militar a principios de esta década, pero con la amenaza de Boko Haram y las tensiones internas en el país de nuevo al alza, la inversión en defensa ha vuelto a repuntar en 2018 como prioridad gubernamental.

Por su parte, Suráfrica mantiene la senda de contención de gasto obligada por la crisis económica que ha afectado al país en los últimos años y que le llevó en 2018 a entrar momentáneamente en recesión. Aunque la inversión en defensa aumentó ligeramente el pasado año, es todavía menor a la de 2015.

La estabilidad en su entorno cercano, a excepción del conflicto en Mozambique entre 2013 y 2014, ha permitido al gigante del sur relajar su gasto, que pese a todo sigue siendo el más importante de la región subsahariana, por encima de los 3.600 millones de dólares anuales, en torno al 1% de su PIB. Pese a contar con un Ejército relativamente moderno y bien equipado gracias a las compras durante la bonanza tras el apartheid, el país debe afrontar la renovación de su equipamiento: “Suráfrica es un país pacífico que vive en armonía con sus vecinos. Sin embargo, dada el imprevisibilidad de nuestro entorno y los conflictos emergentes en el continente, estamos obligados a mantener una fuerza militar potente como elemento disuasorio”, declaraba en febrero de 2018 el ministro de Defensa, Nosiviwe Mapisa-Nqakula. ¿La respuesta? La sustitución de los helicópteros Rooivalk por una nueva versión y la compra de nuevas fragatas en el marco de la operación Phakisa, así como la puesta en marcha de al menos una veintena de empresas nuevas especializadas en seguridad antes de 2023.

El mayor crecimiento entre las potencias regionales se da en Kenia, que lleva aumentando su presupuesto de defensa más de un lustro con la amenaza terrorista de Al Shabab como principal argumento. Actualmente, es ya el sexto Estado que más gasta del continente, casi 1.100 millones de dólares anuales, más que sus vecinos regionales, Uganda y Tanzania, juntos.

Esta inversión, que se tradujo el pasado año en la compra de seis aviones de transporte italianos C-27J Spartan que se suman a los 3 M28 Skytruck adquiridos en Polonia en 2016, coincide en el tiempo con la cooperación militar liderada por Estados Unidos, quien destina cada año a Kenia más de 8 millones de euros anuales para política antiterrorista y otros 100 millones para entrenamiento y operaciones militares contra Al Shabab.

“Kenia es un importante aliado contra el terrorismo en la región”, concluía el Departamento de Estado de EE UU en 2016 en un mismo informe en el que reconocía “las denuncias de violaciones de los derechos humanos, como presuntas ejecuciones extrajudiciales, desapariciones y torturas, a cargo de la Policía y el Ejército keniano durante las operaciones de contraterrorismo”.

Pese a conocer los excesos en la contrainsurgencia, el Gobierno estadounidense donó el pasado año una docena de vehículos blindados. Mientras la amenaza de Al Shabab siga presente, el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas kenianas seguirá siendo una prioridad.