
Cómo la acción exterior ofrece una buena oportunidad para el partido Demócrata estadounidense de cara a las elecciones de 2020, pero por el momento no están sabiendo aprovecharla.
Los debate mensuales entre los aspirantes a candidatos demócratas a la presidencia arrancaron en junio y los votantes han comenzado a prestar atención a quién es quién y qué defiende cada uno de ellos. Las cuestiones que centraron más la atención en los debates de junio fueron la inmigración, la sanidad, la economía, el cambio climático y el control de armas. La política exterior no ocupó más que alrededor de 15 minutos de un total de cuatro horas. Pero esos escasos minutos bastaron para confirmar que los demócratas tienen un problema con la política exterior.
En concreto, ninguno de los candidatos ni, por tanto, el partido, están presentando nada que sirva de gran visión alternativa a la acción exterior de Trump, que es una auténtica película de horror. Lo que ofrecen es un confuso despliegue de visiones y posturas, algunas desinformadas y otras discrepantes con la política del gobierno de Obama. Y al mismo tiempo, no reconocen la dimensión internacional que tienen muchos de los principales problemas que discuten.
Estados Unidos no es el único país en el que las campañas políticas no siempre prestan demasiada atención a la política exterior. Pero estos gráficos publicados hace poco por la revista Foreign Policy muestran que las primarias demócratas de 2004 fueron las más atentas de la historia reciente a este aspecto. ¿Qué hizo que los demócratas decidieran fijarse en otros Estados? Por supuesto, en aquella época, el gobierno de George W. Bush acababa de emprender la controvertida guerra de Irak. Sin embargo, fue un caso excepcional: de acuerdo con los gráficos, los republicanos hablan de política exterior más que los demócratas. Una de las explicaciones que ofrece el artículo de Foreign Policy es que los republicanos “expresan una mayor insatisfacción con el papel de EE UU en el mundo”.
Otra pieza del rompecabezas es que los políticos republicanos, en general, tienen posiciones muy claras, basadas en el poder duro y la idea de defender la seguridad estadounidense: fuerza militar, dominio comercial y una preferencia por hacerlo a solas en lugar de trabar relaciones multilaterales con los aliados. Los datos de Pew sobre los votantes republicanos lo corroboran. Sus mayores preocupaciones en materia de política exterior son proteger a EE UU contra el terrorismo, defender los puestos de trabajo de sus ciudadanos y conservar la ventaja militar sobre otros países, al tiempo que demuestran un mínimo interés en mejorar las relaciones con los aliados.
Por el contrario, a la mayoría de los analistas y votantes les cuesta mucho resumir en pocas palabras una política exterior de los demócratas. Esto representó un obstáculo especialmente incómodo durante la campaña electoral de 2008, en la que, como presidenta del Partido Demócrata en España, me costó mucho formular qué acción exterior podría llevar a cabo Obama. Lo más sencillo era hablar de multilateralismo, en oposición al unilateralismo del presidente Bush. Pero casi todos los demócratas que estaban en el Congreso entonces, como Hillary Clinton, habían votado a favor de autorizar la intervención de Bush en Irak, y los que no estaban, como Barack Obama, tenían la ventaja de hablar a posteriori y buscar como fuera pruebas de que habían estado en contra. Los republicanos presentaron un frente mucho más unido, como suelen hacer en casi todos los temas.
Ahora bien, Trump ha trastocado por completo la política exterior republicana: por más amenazas que haga en Twitter, lo cierto es que, para alivio de muchos, se resiste a emplear la fuerza militar, como hemos visto en los últimos tiempos con Irán. Y luego está el comercio, la piedra angular de la política exterior estadounidense desde hace siglos, un tema en el que desconfía profundamente de cualquier acuerdo que no haya negociado él mismo y prefiere dejar tratados como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) para acogerse sobre todo a pactos bilaterales. Pero la verdadera ruptura con la política tradicional de su partido está en la utilización como armas de los aranceles, que son básicamente impuestos, y cuya subida es anatema para todos los republicanos.
Pocos estadounidenses están satisfechos con el desempeño de Trump, y aún menos con su política exterior. Las cifras más recientes de Real Clear Politics sobre sus índices medios de apoyo muestran que el 45% aprueba su trabajo y el 52,6%, no. Pero, si se pregunta en concreto sobre la política exterior, el apoyo cae al 41,4% y el descontento sube al 53,8%. Esto, unido a las divisiones que provocan sus acciones entre los republicanos, hace pensar que los demócratas tienen una oportunidad para explotar esto, habrá que ver si son capaces de aprovecharla.
Por otro lado, los demócratas, en general, son reacios a utilizar la fuerza militar, pero la variedad de opiniones es asombrosa. Los partidarios de Sanders acusaban a Hillary Clinton e incluso a Barack Obama de ser halcones y soñaban con un país que permaneciera al margen de los asuntos mundiales. La extrema izquierda del Partido Demócrata suele coincidir con la extrema derecha libertaria en su tendencia aislacionista y, mientras que los republicanos, hasta Trump, habían eliminado esta postura dentro del partido, los demócratas se han peleado muchas veces por ella. Por eso hubo tanto debate sobre política exterior entre ellos en 2004 y, en menor medida, en 2008, centrado en quién apoyaba la guerra de Irak y quién no.

En los debates demócratas, hubo una discusión interesante entre la congresista Tulsi Gabbard y el congresista Tim Ryan después de que a este último le preguntaran por qué continuaba la guerra de Afganistán y por qué daba la impresión de que los presidentes estadounidenses no lograban ponerle fin. Mientras él terminaba de dar evasivas y explicar a trompicones que EE UU debe seguir comprometido con el mundo e intentaba regresar a los asuntos nacionales, Gabbard, veterana de las fuerzas armadas, interrumpió para preguntar: “¿Eso es lo que piensa decirles a los padres de los dos soldados a los que acaban de matar en Afganistán? ¿Qué tenemos que estar comprometidos? Como soldado, le digo que esa respuesta es inaceptable”. Luego tuvo que explicarle la diferencia entre los talibanes y Al Qaeda, y que los primeros estaban “mucho antes de que llegáramos nosotros y seguirán allí mucho después de que nos vayamos”. Otros candidatos, Joe Biden y, en menor medida, Kirsten Gillibrand, poseen más experiencia en política exterior, pero Gabbard fue la única candidata que demostró tener posturas programáticas decididas sobre estos temas, aunque no destacó, en cambio, en política interior.
Al preguntar al gobernador Jay Inslee cuál que creía que es el mayor peligro al que se enfrenta EE UU, el candidato obtuvo un gran aplauso cuando respondió: “La mayor amenaza es Donald Trump. No cabe ninguna duda”. A casi todos los resultó difícil limitarse a una sola amenaza, pero las más mencionadas fueron China (cuatro candidatos), el cambio climático (cuatro), la proliferación nuclear (dos) y Rusia e Irán con una mención cada uno. Estas respuestas discrepan ligeramente de los datos de Pew, que muestran que los republicanos están más preocupados por contener el poder y la influencia de China e Irán, mientras que a los demócratas les inquieta más Rusia.
Con la escalada de tensiones entre Trump e Irán —para no hablar de lo cerca que estuvo de producirse recientemente un ataque aéreo— y el hecho de que el acuerdo nuclear fue uno de los grandes logros de Obama en política exterior, sería de suponer que esta fuera una gran oportunidad para que los demócratas se unieran en torno a una cuestión. Sin embargo, en la primera noche del debate, al preguntar a los candidatos si volverían a sumarse al acuerdo, todos dijeron que sí menos el senador Corey Booker y, cuando este explicó que intentaría negociar un acuerdo mejor, la senadora Amy Klobuchar y Tulsi Gabbard dijeron inmediatamente que ellas también. Es muy sorprendente que los candidatos se pronuncien en contra de un gran logro político de un presidente de su propio partido, que, además, obtuvo dos mandatos indiscutibles en el cargo.
El comercio plantea todavía más problemas a los demócratas, por lo que no es extraño que prácticamente no se mencionara en ninguna de las dos noches, salvo para hacer una referencia muy general a la guerra comercial de Trump con China. Al poco tiempo de llegar a la presidencia, Trump dejó nulos dos grandes acuerdos comerciales que formaban parte del legado de política exterior de Obama: se retiró del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y aparcó el proyecto de la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP). Pero muchos demócratas, especialmente el senador Bernie Sanders, estaban en contra de ellos y aplaudieron la decisión del Presidente. Incluso Hillary Clinton prefirió no hablar del TPP durante las primarias de 2016, porque era un tema complicado para el ala izquierda y sobre el que gran parte de la izquierda moderada era ambivalente. Es lo mismo que muestran los datos de Pew, según los cuales solo el 40% de los demócratas están interesados en promover las empresas y los intereses económicos de EE UU en el extranjero. Igual que, dentro de la UE, hay una oposición de izquierdas a los acuerdos comerciales, especialmente el CETA y el TTIP, en Estados Unidos muchos demócratas sospechan que, en el fondo, son formas de que las empresas se hagan con el poder y acaban produciendo normas menos estrictas y peores condiciones para los trabajadores.
Sin embargo, el comercio es la base de un orden internacional regido por normas, que se construyó en función de los intereses estadounidenses y, en menor medida, Europa. La estrategia en torno al TPP era una renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) que quería incluir a los países de Asia-Pacífico para adelantarse a China en la región. Los demócratas deberían ser conscientes de que, aunque no se puede detener el avance de la globalización económica, la manera de proteger las leyes y a los trabajadores es crear instituciones que obedezcan a unas normas.
Todo esto nos lleva a la inmensa oportunidad que constituye la política exterior para los demócratas en 2020. Trump está empeñado en destruir, o al menos debilitar seriamente, el llamado orden liberal internacional. Uno de los pocos términos políticos que le gusta utilizar es el de “soberanía”, y es cierto que la pertenencia a instituciones internacionales exige renunciar a parte de ella. También es cierto que cualquier demócrata que consiga derrotar a Trump se encontrará entre el enorme reto de reparar la relación con los aliados de EE UU, en particular Europa, y seguramente nunca podrá restablecer el orden internacional que conocíamos.
Un gobierno nuevo no puede restaurar las relaciones internacionales sin más, como sí puede hacer con políticas interiores concretas. El presidente que suceda a Trump, ya sea en 2020 o en 2024, tendrá que pensar en un orden mundial multipolar y postliberal y defender —tanto dentro como fuera de EE UU— unas instituciones regidas por normas que nos permitan cosechar los beneficios de la cooperación en temas que traspasan fronteras, como el cambio climático, el terrorismo, las migraciones y las pandemias, así como la nueva economía. La reivindicación de la soberanía —que no es más que una forma elegante de decir que nos las arreglemos por nuestra cuenta— puede ser atractiva para muchos votantes de derechas e incluso algunos de izquierdas, pero el mundo ya no la permite y seguramente nunca la permitió. Los demócratas necesitan aprender a hablar de ello y a explicar por qué lo que más conviene a Estados Unidos es comprometerse con el mundo.
No haría falta que se alejen mucho de los temas que ya están debatiendo. El cambio climático fue uno de los asuntos más discutidos en los dos debates y muchos candidatos dijeron que era una prioridad, pero nadie suele considerarlo un tema de política exterior. Las crisis fronterizas y la inmigración también ocuparon gran parte de los debates pero no se pusieron en el contexto internacional que tienen. Algunos demócratas, como Julián Castro y Corey Booker, han sugerido que se proporcione más ayuda humanitaria a los países de origen para ayudarles a reconstruir sus economías. Aunque la ayuda no es la panacea, su propuesta indica que disponen de una visión y unas soluciones globales que son las que pueden beneficiar a los demócratas en su intento de recuperar la Casa Blanca. La política exterior les ofrece una gran oportunidad, pero en estos momentos hay pocos, o ninguno, en situación de aprovecharla.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.