Sólo abordando las necesidades no resueltas de Oriente Medio, la dignidad árabe en forma de un Estado Palestino y las preocupaciones israelíes sobre su seguridad, puede acabarse con la lógica de la fuerza que impera en la región. Hay fórmulas para alcanzar una solución, pero siempre ha faltado la voluntad.

 

A pesar de su desastroso y trágico precio humano, la crisis actual en Gaza no es más que otra manifestación superflua de los fantasmas que acechan Oriente Medio y manipulan a sus líderes y ciudadanos hacia la guerra y la violencia. Debajo de la crisis actual se encuentran los sedimentos de decenios de trauma, sufrimiento y anhelo. Son muchas cosas: Naqba o “Catástrofe” (término con el que los palestinos hacen referencia a la creación del Estado de Israel), Holocausto, ocupación, terrorismo, Jerusalén, derecho de retorno, refugio, hogar. Cada una de esas palabras vive profundamente arraigada en los habitantes de la región, aunque no siempre de forma visible, como una serie de necesidades no resueltas de dignidad, seguridad y normalidad.

La actual guerra en Gaza es el segundo capítulo del más reciente de los bailes de poder que, con demasiada frecuencia, hacen de la política en Oriente Medio, una coreografía que, en este caso, comenzó en 2006. Es una lucha psicológica y material de poder entre Israel, por un lado, y Hamás, Hezbolá e Irán por otro, con los ciudadanos en el medio. Una pelea asimétrica en la que Tel Aviv tiene la fuerza y los otros la capacidad de zafarse de la garra mortal. En este baile, la ferocidad del ataque israelí es un intento de restablecer la disuasión perdida en 2006 a manos de la organización islamista libanesa. Sin embargo, no es más que un remedio a corto plazo para problemas que vienen de lejos, pero, como tantas veces ocurre con este tipo de acciones, es posible que produzca consecuencias inesperadas.

Reconciliación palestina. Las imágenes de sufrimiento de la población de Gaza y algunos errores importantes cometidos por Mahmud Abbas (Abu Mazen) acabarán obligando a los palestinos, muy a su pesar, a volver a unirse. La reaparición de un enemigo común, Israel, significa que Hamás y Al Fatah, por el bien de su pueblo y su propia legitimidad, por lo menos intentarán la reconciliación. Los obstáculos son numerosos; no tienen el mismo programa y poseen intereses esencialmente distintos, y el proceso planteará a todos los palestinos una pregunta existencial: ¿Es posible llevar a cabo negociaciones y resistencia al mismo tiempo? ¿Cuál de las dos vías debe prevalecer?

Una tercera fuerza en Rafah. Se vea como se vea, la necesidad de controlar el paso y el contrabando entre Egipto y la Franja de Gaza significará establecer una nueva tercera fuerza en la frontera y en Rafah. Existen feroces discusiones sobre el carácter de ésta, pero los turcos parecen unos candidatos naturales, dadas sus relaciones con Hamás, su historia con Israel y su ofrecimiento. Sin embargo, puede ser una presencia muy incómoda que obtenga un recibimiento ambiguo por parte de palestinos y egipcios, además de unas expectativas difíciles por parte de Israel. El objetivo sería que la vía actual de contacto con el exterior que tiene Gaza, el sistema de túneles, sea sustituido por un régimen fronterizo aceptable. La estabilidad, además, animaría a Hamás y Al Fatah a buscar la reconciliación.

¿Hamás envalentonado? Muchos alegan que, si no se destruye por completo al grupo islamista, la organización saldrá de Gaza proclamando la victoria por haber resistido frente al poder del Ejército israelí. La otra cara de este argumento es la tremenda impotencia de muchos gobiernos árabes a ojos de sus ciudadanos, y la repercusión que tendrá en la legitimidad de muchos de estos Ejecutivos no está nada clara. Mientras no se resuelvan los problemas fundamentales de la región (como la creación del Estado palestino), no hay duda de que Hamás seguirá beneficiándose de la injusticia y la violencia, y se hará más fuerte la idea de resistencia.

Un compromiso más inmediato de Estados Unidos. Sin embargo, están en juego más cosas, aparte de Hamás. Pese al paréntesis por el cambio de Administración y la reticencia mostrada, la intervención diplomática estadounidense en Oriente Medio se verá acelerada por Gaza. Lo que quizá estaba previsto para la primavera o el otoño empezará ahora el 21 de enero. La naturaleza de ese compromiso sigue siendo una gran incógnita, pero no hay duda de que el Gobierno de Barack Obama adoptará una perspectiva más amplia y tratará de componer una estrategia formada por diversos elementos relacionados entre sí: Irán, el conflicto árabe-israelí y, seguramente, la propia supervivencia de sus aliados árabes en la región. Como suele ocurrir, Oriente Medio ha acaparado el primer plano y se ha convertido en la primera prueba seria de política exterior para Obama y Hillary Clinton.

La próxima partida será quizá otra vez contra Hezbolá y Líbano, se extenderá a Irán o surgirá de pronto en forma de atentados terroristas fuera de la región

Lo que deja claro todo lo anterior es que la naturaleza de las reacciones será el factor determinante. La reconciliación palestina no servirá de nada y será transitoria si ambas partes no son conscientes de cuál es su situación actual en el camino hacia la constitución de una nación. Han ocurrido muchas cosas desde los Acuerdos de Oslo y la instauración de la Autoridad Palestina (AP), y es posible que los palestinos necesiten una estrategia de “vuelta a las raíces”, tal vez con la OLP (la Organización para la liberación de Palestina) como instrumento unificador.

Del mismo modo, un compromiso de Estados Unidos porque sí, es decir, sin un objetivo y un marco estratégico claros, se vaciará de contenido antes de seis meses. Si, como dice tanta gente, ya se conoce la ecuación para una solución al conflicto árabe-israelí, la clave será que EE UU tenga la capacidad de apoyar con su peso esas soluciones, con el fin de superar la intransigencia y los hábitos acumulados durante muchos años. Teniendo en cuenta la complejidad de la situación y la historia, Estados Unidos hará bien en incluir seriamente a la UE, la Liga Árabe o un Cuarteto renovado, ya que necesitará ayuda. Para obtener resultados será preciso presentar a los dirigentes israelíes varias realidades que ningún Gobierno estadounidense ha presentado desde James Baker, secretario de Estado de la Administración  de Bush padre, durante la primera Guerra del Golfo, en 1991; la mayoría de los gobiernos árabes está ya de acuerdo y se sumarán rápidamente a esa estrategia.

Por desgracia, si estos esfuerzos no son cualitativamente distintos que los que hemos visto durante los últimos cuatro años, existe un gran riesgo de que entremos en el tercer capítulo. La próxima partida será quizá otra vez contra Hezbolá y Líbano, se extenderá a Irán o surgirá de pronto en forma de atentados terroristas fuera de la región, y eso obligará a Estados Unidos y Europa a reexaminar su estrategia fundamental en Oriente Medio.

En la región existen dos lógicas. Una está basada en las bravatas y la fuerza, reacciona con facilidad y supone el uso de la violencia para resolver los problemas o impedir la violencia futura. Ésa es la estrategia a la que ha vuelto a recurrir hoy Israel y para la que los grupos radicales están perfectamente preparados y adaptados; es una situación en la que tienen mucho que ganar. La otra, hoy mucho más débil, afirma que todas las partes deben vivir con arreglo a unos límites a los que se llega mediante las palabras y la discusión, es decir, la política. Hoy, esta segunda ecuación, debido a una América in absentia y el apego regional a la primera lógica, se encuentra en estado comatoso. Es necesaria una intervención enérgica de EE UU para definir un marco, cooptar y obligar a todos a respetarlo y crear una coalición contra cualquiera que no se atenga a esos límites y acuerdos.

Para que sirva de algo, esta segunda opción tendrá que abordar directamente los fantasmas que aún existen en Oriente Medio -la dignidad árabe en forma de un Estado palestino y las preocupaciones israelíes sobre su seguridad- mediante acuerdos regionales a largo plazo. Las fórmulas están ahí y son numerosas; ha faltado la voluntad. Sólo así dejarán de surgir una y otra vez los traumas acumulados durante años, que han creado miseria para millones de personas y han acercado la región, cada vez más, a toda una serie de apocalipsis trágicos e inútiles.

 

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