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Bosque en el Noreste de Inglaterra. Lindsey Parnaby/AFP/Getty Images

Un repaso a los principales mega proyectos de reforestación en el contiene europeo, y algunos otros fuera de él, para ahondar en sus ventajas e inconvenientes.

La autopista M-62 recorre los 200 kilómetros que separan la costa este y oeste en el norte de Inglaterra. Comienza en Liverpool, a orillas del Mar de Irlanda, y finaliza en Hull, el gran puerto inglés del Mar del Norte. Atraviesa la zona que vio nacer a la revolución industrial, bordeando Mánchester y Leeds. Una región a la que siglos de desenfrenada actividad productiva dejó prácticamente desnuda de árboles. Sólo un 7,6% de la zona está cubierta por bosques en un país ya de por sí especialmente carente de árboles como el Reino Unido. Un masivo proyecto de forestación tiene ahora como fin devolver a la región 50 millones de árboles en 25 años bajo el nombre de Northern Forest (Bosque del Norte).

El primer impulso para el proyecto vendrá de mano de una relativamente pequeña subvención estatal de 5,8 millones de libras. Una cantidad insignificante si se compara con el total de 500 millones que serán necesarios para completar el proyecto y que tendrán que ser recaudados de fuentes privadas aún no aclaradas. Aún no alcanzando sus ambiciosos objetivos, el Northern Forest debería traer numerosos beneficios al norte de Inglaterra como la reducción de la contaminación; la creación de barreras naturales contra las inundaciones; la aportación de espacios verdes para la numerosa población de la zona y hasta la recuperación de especies animales autóctonas, como el lince.

Aunque el proyecto de reforestar las extensas praderas artificiales del norte de Inglaterra ha sido, en general, recibido positivamente, hay también quien ve en la inversión estatal inicial una maniobra de distracción. Patrick Barkham, autor de diversos libros sobre historia de la naturaleza, publicó un artículo en el diario The Guardian denunciando la incoherencia entre este proyecto de forestación y las grandes obras de infraestructuras proyectadas por el Gobierno de Theresa May, que supondrán un daño irreparable para bosques ancestrales del país. Para Barkham la prioridad debería ser la defensa de los bosques milenarios existentes antes que la forestación de otros nuevos que tardarán siglos en tener su valor y salud. En definitiva, proteger los bosques existentes y dejar que la naturaleza haga el trabajo o, en palabras de Barkham, “los arrendajos plantan más robles que los humanos”.

 

Otros proyectos de forestación: de Países Bajos a China

Megaproyectos como el Northern Forest, aún sin tener definidos claramente los medios para su realización, podrían replicarse en el resto del continente europeo en los próximos años. La Comisión Europea estableció en 2011 una estrategia de biodiversidad con miras a 2020 y 2050 en la que ya se establecía una línea clara de “restauración de ecosistemas”, entre otros objetivos. Si a estas estrategias de recuperación de la biodiversidad le añadimos los últimos estudios que certifican el importante papel que pueden jugar los bosques en la lucha contra el cambio climático, el terreno está abonado para grandes proyectos de forestación que probablemente serán anunciados a bombo y platillo por los gobiernos de todo el continente.

Todo esto se produce en un contexto natural generalmente poco conocido: los bosques europeos están regenerándose de forma espontánea. Tras siglos de explotación intensiva del territorio en Europa para la agricultura, la ganadería, la minería y la tala, la posguerra mundial abrió una nueva era de abandono paulatino del campo en el continente. Tan solo medio siglo ha bastado para que la naturaleza comience a recuperar el terreno perdido. La superficie forestal ha aumentado en más de un tercio desde 1900 hasta 2010, tal y como demostró un estudio dirigido por Richard Fuchs, investigador de la Universidad de Waningen, en los Países Bajo, que también generó un ilustrativo mapa con los datos.

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Personal chino planta árboles en los límites del desierto del Gobi. Peter Parks/AFP/Getty Images

Con esta información en la mano, cabe preguntarse si megaproyectos de compleja financiación, como el Northern Forest, son la forma más idónea de reforestar un continente donde la naturaleza ya está empezando a hacer su trabajo y, quizás, solo necesite algo de ayuda para acelerar el proceso. Precisamente en los Países Bajos, el país con un menor porcentaje de superficie boscosa en la Europa continental (8,8%), se ha planteado un proyecto mixto cuyos resultados a largo plazo serán esclarecedores. Para lograr el objetivo de aumentar en un 25% su área forestal, se realizará una forestación masiva en el área de praderas conocida como Corazón Verde, una zona de turba donde nunca ha existido un bosque en tiempos modernos. Adicionalmente, la falta de espacio obligará también a reforzar las escasas zonas boscosas del país, cuya densidad ha aumentado de forma natural en las últimas décadas.

Hasta que este proyecto pueda ser analizado con perspectiva, existen otros casos de estudio interesantes. Sin ir más lejos, también en el Reino Unido, en las Midlands inglesas, se desarrolló en los 90 un programa de forestación similar al Northern Forest con unos resultados positivos. Fuera de Europa, encontramos casos generalmente aplaudidos como el de Corea del Sur, que en apenas medio siglo ha conseguido recuperar buena parte de los bosques arrasados por las guerras. De un 35% de la superficie estatal cubierta por bosques se logró alcanzar el 64% actual mediante un programa intensivo de reforestación entre 1962 y 1987 y uno posterior de conservación y mantenimiento.

Otros casos han recibido más críticas y alertan sobre los problemas que pueden traer estos megaproyectos, como el de la Gran Muralla Verde de China. Tratando de frenar el avance del desierto del Gobi, el Gobierno chino comenzó a desarrollar un proyecto de forestación masivo en 1978. Si bien, atendiendo a las cifras, el resultado para 2050 significaría el mayor proyecto de restauración de la historia (una franja forestal de 4.500 kilómetros), muchas voces de la comunidad científica están dudando sobre la viabilidad a medio plazo de estos bosques de árboles no autóctonos plantados en zonas áridas y semiáridas. A pesar de todo, el proyecto podría tener su réplica en África, donde los países del sur del Sahara han planteado una mega forestación conjunta que abarcaría 7.700 km entre Senegal y Yibuti.

 

Regeneración y forestación en España

Según datos de WWF, “los bosques ocupan en España una superficie de unos 13,1 millones de hectáreas, algo menos del 26% del territorio nacional y apenas el 29% de la superficie potencial que podrían ocupar”. En España hay, además de un problema de cantidad, un “problema de calidad”, según María Melero representante de esta ONG. “Nuestros bosques están muy fraccionados y se siguen fragmentando con nuevas vías de comunicación que impactan muy negativamente sobre su diversidad biológica. Los incendios forestales afectan cada año a una media de 120.000 hectáreas de las que, aproximadamente la mitad, son arboladas, dejando unos bosques mermados en calidad a pesar de que los inventarios nacionales reflejen un aumento de la superficie forestal”, explica Melero.

Por último, a causa del clima árido propio de nuestras latitudes y a la explotación agrícola y ganadera realizada durante siglos, cerca de un 20% territorio español ha padecido una fuerte desertificación. A pesar de todo, la Península Ibérica no ha sido una excepción en cuanto a regeneración natural de los bosques en el último siglo, que sumado a las forestaciones y reforestaciones artificiales, habrían hecho aumentar la superficie forestal en España en un 31% entre 1990 y 2010, sobre todo en las dos Castillas, Andalucía y Extremadura.

Desde mediados del siglo XX, la política de reforestación en España se basó en grandes proyectos que generalmente tuvieron como objetivo el control de crecidas y desbordamientos de cursos de agua. Aunque estos proyectos recibieron algunas críticas por el uso extensivo de árboles no autóctonos, como el eucalipto, resultaron efectivos a la hora de aumentar en poco tiempo el territorio forestal en España y de realizar una labor protectora frente a avenidas de agua, que era su principal objetivo. Sin embargo, a medio plazo y con los efectos del cambio climático instalados ya en la península, algunos de estos proyectos están comenzando a dar muestras de agotamiento.

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Sierra de Baza, España. Cortesía de Flickr: malglam.

El caso más paradigmático, el de la Sierra de Baza, en Granada, que padece un alarmante decaimiento forestal, un fenómeno que está produciéndose también en otros bosques mediterráneos reforestados en la segunda mitad del siglo pasado. Los primeros síntomas visibles de este decaimiento en Baza fueron descortezamientos y exudaciones de resina, pero no fue hasta 2016 cuando se dio una mortandad masiva de una especie concreta de pino. El responsable es un pequeño insecto, la cochinilla corticícola, cuya acción se ha visto agravada por el descenso de precipitaciones y, en general, las nuevas condiciones generadas por el cambio climático frente a las de los tiempos en los que se realizó la forestación de la zona. El problema del decaimiento es, en cualquier caso, común a todo el sur de Europa.

“Las reforestaciones se tienen que hacer con otros criterios distintos a como se venían haciendo antes de que los efectos del cambio climático empezaran a hacerse evidentes”, declara Miguel Ángel Ortega, de la asociación Reforesta, que lleva realizando reforestaciones a pequeña escala en el entorno de Madrid desde 2011. Esta sería una mala noticia para los objetivos a corto plazo, quizás como los que plantea la Comisión Europea y que, en opinión de Ortega, “están hechos pensando en otros climas del centro y el norte de Europa, que no tienen nada que ver con lo que pasa en el entorno Mediterráneo. El estado de la vegetación en España es lamentable en general, la deforestación ha sido tan intensa a largo de milenios, que es imposible que ni en una ni en dos generaciones se pueda restituir todo por una opción de repoblación”.

La alternativa pasaría, en el caso de los antiguos pastos de alta montaña, por ayudar a las nuevas cepas, regeneradas de forma natural, a avanzar hacia el monte alto. En las antiguas zonas agrícolas de baja altitud, por otra parte, la propuesta de organizaciones como Reforesta sería generar una red de bosques nodriza que facilite la conexión entre distintas masas forestales, normalmente de encinas. La forestación descentralizada a pequeña escala daría, además, mayores garantías de poder realizar un mantenimiento y cuidado mediante riegos y barreras protectoras de los nuevos bosques jóvenes. “Es mejor descartar las grandes reforestaciones de alto coste y apostar por las reforestaciones más pequeñas y distribuidas a lo largo del territorio para poder generar ese efecto de bosques nodriza, es decir, de bosques que crean semillas y van a poder generar su propio frente de avance, apoyando la regeneración natural y que se puedan cuidar”, explica Ortega.

En definitiva, las grandes repoblaciones son la vía más rápida para aumentar la masa forestal, pero se corre el riesgo de generar gigantes con pies de barro, como hemos visto en casos aislados en España (Sierra de Baza) y en mega proyectos como el de China. Particularmente en España, aunque hemos visto que también en Reino Unido con el Northern Forest y otros puntos del mundo, los grandes proyectos de forestación han despertado escepticismo dentro de la comunidad científica y ecologista, que propone como alternativa las acciones descentralizadas que apoyen el avance de la naturaleza. Ante la recuperación natural de los bosques en Europa, tras siglos de destrucción por la acción humana, en una línea similar a la defendida por Barkham, Ortega argumenta: “El principal agente de reforestación va a ser la naturaleza, lo que hay que hacer es apoyarla”.