Hombres de la etnia hui rezando en una mezquita en Pekín, China. (Kevin Frayer/Getty Images)

La integración de los hui a la China actual corresponde, principalmente, a un interés económico, ya que el Gobierno chino ve a esta minoría como puente a los países árabes más ricos.

Ma es uno de los apellidos más comunes de China, al igual que lo es entre las minorías musulmanas de este país, cuya abreviación en el caso de estos últimos proviene del nombre musulmán Mohamed (Mahoma). Los nombres de los musulmanes chinos, en su mayoría, han sufrido una especie de metamorfosis, adaptando así su fonética a la sociedad china, lo que ha hecho que se eliminara esta forma de identidad musulmana. En el caso de algunos, esto es símbolo de integración y, sobre todo, de asimilación, tal como en el caso de la minoría étnica hui.

A pesar de integrar la mayor comunidad islámica de China, con más de 10,5 millones de personas, los hui conviven de forma prácticamente desapercibida, sobre todo de cara a la opinión pública internacional. Si bien representan apenas un 1% de la totalidad de la población de China, su número equivale a la población de Túnez, y supera con creces a la de Libia. En la actualidad, los hui constituyen el segundo mayor grupo étnico del país tras los han que representan más del 90% de la población.

La presencia hui fue establecida en China por sus ancestros de la Península Árabe y de Persia que emigraron entre los siglos VII y XIII. Fue con la Dinastía Ming (1368-1644) cuando su integración cultural y política en la sociedad china fue plena, y cuando dejaron de ser considerados como forasteros o musulmanes en el país, a favor de chinos integrados o chinos musulmanes. La integración cultural se justifica en esa época también mediante el cambio de los nombres de origen musulmán en otros de carácter chino, como Jin o Ma, entre otros, que les fueron otorgados por la Dinastía Ming.

A diferencia de los uigures, que viven concentrados en la Región Autónoma de Xinjiang, cuya autonomía reclaman, los hui están dispersos por todo el país, aunque su presencia se asocia a las provincias de Ningxia, Gansu, Yunnan o Qinghai. Siglos de asimilación de la cultura china han, en parte gracias a los matrimonios con los chinos de este grupo étnico, es lo que ha permitido que estos no solo se asentaran y vivieran cuasi pacíficamente entre la población china, sino que gozaran de una inusitada libertad religiosa en un país en el que tanto los budistas como los cristianos, además de los uigures, han sufrido décadas de persecución y acoso. Si bien la asimilación en el caso de los hui no ha supuesto una pérdida de la identidad musulmana, en muchas grandes ciudades, como Pekín, en donde hay alrededor de 40 mezquitas, los hui han sido capaces de adaptar su tradición religiosa a las costumbres locales. En la actualidad, es la aversión hacia el cerdo el único aspecto que los diferencia de los chinos han. La industrialización, la modernización y la educación han contribuido a que estos sean más flexibles con las prácticas religiosas. Por eso, el hecho de no tener la posibilidad de rezar las cinco veces al día, tal y como lo establece el islam, no representa una infortunio.

De acuerdo con Dru Gladney, profesor de antropología y autor de varios libros sobre el islam en China, los musulmanes chinos, especialmente los hui, han ido construyendo a lo largo de los siglos varios modelos de expresión e interpretación del islam acorde a la construcción social y política para proteger sus intereses personales y colectivos. A esto se debe, quizá, la buena sintonía con el Gobierno chino al que le es fiel. Gracias a ello han disfrutado de determinadas concesiones religiosas y sociales de gran recelo entre los uigures y que en ocasiones ha llevado a algunos incidentes violentos. Tal como fue el caso del ataque en la estación de tren Kunming (provincia de Yunnan) en marzo de 2014, cuando un grupo de uigures armados con cuchillos mataron indiscriminadamente a 31 civiles e hirieron a otros 141.

Un carnicero vende comida halal en Pekín, China. (Nicolás Asfouri/AFP/Getty Images)

Si bien la sharia (ley islámica) no es un sistema legal reconocido en China, en algunas partes del país el Gobierno lo tolera. Aunque su cometido es restringido a la mediación de algunos casos de disputa dentro de la comunidad musulmana pero, sobre todo, a ordenar la industria halal dominada casi en exclusiva por los hui. Principalmente, en lo que tiene que ver la alimentación. Según Matthew S. Erie, profesor de Estudios Chinos Modernos en la Universidad de Oxford, la región autónoma de Ningxia se ha convertido en uno de los centros chinos para la producción de comida halal. Según estadísticas de 2013, supone un volumen de venta de más de 3,6 billones de dólares anuales, de una industria que a nivel nacional significa 17 billones de dólares. Además, los productos halal chinos se exportan anualmente a países de mayoría musulmana tal como Malasia, Egipto, Qatar o Emiratos Árabes Unidos, entre otros.

Su lealtad al Partido Comunista les ha permitido disfrutar indiscriminadamente de pasaportes, al contrario que los uigures. Además, les ha despejado el camino hacia las mejores escuelas y universidades islámicas, los negocios en el seno de países musulmanes y el Hajj o la peregrinación anual hacia la Meca, que, a su vez, les ha posibilitado establecer contactos con los hermanos musulmanes de otros países. Se estima que en 2014, cerca de 14.500 hicieron el Hajj, una cifra siete veces mayor que en la década de los 90.

La permisividad de la que disfrutan los hui les ha llevado a ser una minoría étnica próspera y exitosa, económicamente hablando. Sin embargo, esta tolerancia por parte de las autoridades chinas formaría parte de un proyecto premeditado en la que se ha asociado a los musulmanes chinos con el desarrollo económico del país. Las críticas en este sentido apuntan a que el Gobierno chino se ha aprovechado de los conocimientos del idioma árabe de los musulmanes hui (ellos hablan mandarín, pero su contacto con otros musulmanes de países árabes ha hecho que algunos hui conocieran el idioma) para impulsar las relaciones de China con el mundo islámico internacional. El ambicioso proyecto euroasiático de desarrollo económico conocido comúnmente como “Un cinturón-Una ruta”, lanzado en el año 2013, es la máxima representación de esta voluntad. China es consciente de que su factibilidad pasa por comprometer a la comunidad musulmana como mediadora en el mundo de los negocios.

Además de las peregrinaciones y de las relaciones con los países del Golfo, han favorecido la entrada de inversiones en China que el Gobierno está tratando de impulsar. En este sentido, el proyecto en marcha bajo el nombre de Ciudad Musulmana Mundial en Yinchuan, capital de la provincia Ningxia, cuya finalización está prevista para 2020, es un parque temático que pretende ser un puente cultural chino-árabe para  promover el intercambio y la cooperación con el mundo musulmán.

Otro ejemplo en este sentido lo representa la ciudad de Linxia, en la provincia de Gansu, denominada también “la pequeña Meca” por la cantidad de musulmanes residentes. Linxia es el centro de la vida religiosa hui, en donde es habitual ver mezquitas, letras árabes, mujeres con hijab o velo islámico, algo que en el Xinjiang uigur sería motivo de detención. En palabras de Matthew Erie es imposible ir por Linxia y no ver una mequita de nueva construcción, casi todas financiadas con fondos privados obtenidos de donaciones de particulares. En contraste con otras regiones del mundo, la financiación por parte de Arabia Saudí es escrupulosamente controlada.

Los hui gozan de un incremento de su participación en la vida social china, pero sería erróneo pensar que la relación pacífica con el Gobierno y con los ciudadanos chinos han siempre ha sido así. Véanse los sucesos durante la dinastía Qing, los choques con el Ejército Popular de Liberación durante la Revolución Cultural o los más recientes acontecimientos de 2004 en la provincia de Henan. La buena sintonía actual entre el Gobierno y los hui sería más un reflejo de una relación de beneficio mutuo en la que cada uno trata de asegurar su propia supervivencia y prosperidad económica.

Igualmente, sería un disparate pensar que tal condescendencia en el seno de la sociedad china sea sinónimo de falta de vigilancia por parte del Gobierno chino que suele asociar a los musulmanes con el terrorismo. Los recientes contactos con otros musulmanes durante los Hajj han favorecido la propagación del salafismo entre los musulmanes chinos, practicantes en su mayoría de un islam sunní moderado, algo que ha elevado el nivel de preocupación de las autoridades locales.