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No es fácil ser Rupert Murdoch. El magnate británico se ha convertido
en símbolo de los males de la concentración mediática.
Con cada nueva adquisición, sus críticos hacen más bulto
y más ruido, y censuran que una sola persona tenga tanta influencia
sobre tanta gente. Pero él es sólo uno más en la larga
historia de barones del cable. Aunque hace un siglo los dirigentes de la industria
mediática gobernaban un reino muy distinto, en la imaginería
popular comparten perfil con los de hoy: el oligarca que secuestra la información.
Las compañías de cable de mediados del siglo xix –las
del telégrafo– estaban "interconectadas en una compleja
serie de monopolios y de acuerdos de cartel" con base en Londres. Los
directivos de unas sociedades tenían acciones –y se sentaban en
los consejos de dirección– de las otras, acumulando recursos y
aplastando a la competencia. Este cartel era un instrumento del poder y la
influencia del Imperio Británico. En la década de 1850, Gran
Bretaña fundó compañías de cable para asegurar
que los mensajes del Gobierno recibían prioridad, y a partir de 1870
subvencionó la construcción de telégrafos en las áreas
estratégicas del mundo. La propiedad de los cables de telégrafo,
como la de las ondas ahora, es poder. Los carteles británicos cobraban
precios astronómicos a los servicios de noticias como Associated Press,
mientras la agencia británica Reuters podía utilizar el sistema
de cableado imperial con mejores condiciones. Así se convirtió en
el portal de todas las noticias extranjeras. Incluso en territorios de EE U...
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