Por ahora el Ejército observa, pero no permitirá el descontrol y el desastre en el país. ¿Decidirá tomar el control del Estado?

 

 

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MARCO LONGARI/AFP/Getty Images

 

Nos preguntábamos hace escasos meses si era posible un golpe de Estado en Egipto. En efecto y como ya sosteníamos entonces la intervención sigue siendo plausible. Todas las razones que dábamos para ello continúan existiendo –algunas agravadas: crisis económica, anarquía, pobreza y frustración política por la concentración de poder por parte del presidente Mohamed Morsi y su Partido de la Libertad y la Justicia (PLJ). Si bien formalmente independiente, el PLJ no se distingue de los Hermanos Musulmanes.

A todo lo anterior hay que añadir ahora una variable más. Un factor extraordinariamente importante: la campaña de firmas bautizada Tamarod (rebelde en árabe) que ha llevado la polarización a su clímax. Mediante ella la oposición exige la dimisión de Morsi. En las protestas y manifestaciones masivas esperadas para el 30 de junio, se pretende presentar las firmas de 15 millones de egipcios demandando la impugnación del presidente y la convocatoria de elecciones anticipadas. Durante esta semana pasada los opositores han venido realizando una serie de mini protestas que han incluido cadenas humanas, mítines relámpago y la finalización de la recogida de firmas (realizadas durante todo el mes de junio).

Por su parte, desde el viernes, miles de partidarios islamistas convocados por la Hermandad se vienen concentrando en apoyo a Morsi. Los violentos choques callejeros entre activistas que acopian rúbricas y miembros de los Hermanos Musulmanes y partidos afines se han sucedido en las ciudades del interior del país, con un saldo de decenas de lesionados.

En un comunicado el mando castrense asegura que “no permitirá un ataque sobre la voluntad popular” –que apoya a Morsi. Lo firma el ministro de Defensa egipcio, general Abdel Fattah el Sisi, próximo a la Hermandad. El tono del escrito no deja lugar a dudas de a quién está dirigido: a la oposición. No obstante, se insta a todas las partes a tratar de conciliar posturas para crear una atmósfera de entendimiento. El Ejército intenta mantenerse equidistante entre las fuerzas políticas. La prioridad es evitar la catástrofe.

Cuando la Hermandad trató de excluir a los militares a mediados del año pasado, el momento escogido para ello fue oportuno. Laicos y revolucionarios estuvieron de acuerdo en desplazar del poder a quienes consideraban cómplices de la dictadura de Hosni Mubarak. Pero a partir de entonces esa exclusión efectuada por los Hermanos Musulmanes se extendió a toda institución no islamista: la judicatura, los medios de comunicación, la oposición… incluso la Constitución se quiso monopolizar a toda prisa. Todo ello tenía lugar en un país cada vez más pobre y dividido.

Siguen existiendo grupos sociales favorables a que las Fuerzas Armadas retomen el control del Gobierno. Entre ellos vuelven a destacar los coptos entre los que se encuentra gran número de simpatizantes de los militares. La Iglesia copta-ortodoxa ha reconocido el papel del Ejército como fuerza de equilibrio a través de un mensaje de agradecimiento y reconocimiento. En él expresa asimismo su pleno apoyo a las recientes declaraciones de los líderes militares relativas a la necesidad de hacer frente al peligro de un colapso de toda la nación.

Como oposición política, Mohamed ElBaradei, líder del Partido Destour (Constitucional), integrante de la coalición Frente de Salvación Nacional (FSN), desestima la opción de la intervención militar. ElBaradei instó a Morsi a renunciar al cargo “por el bien de Egipto”. El FSN demanda, además, la disolución del gabinete, la anulación de la Constitución aprobada en diciembre pasado, la formación de un Gobierno de unidad nacional y la convocatoria de comicios presidenciales. En sus mítines ElBaradei pide al presidente que renuncie en aras de la unidad nacional. Con ello, según él, ofrecería la oportunidad de comenzar una nueva etapa basada en los principios de la revolución: la libertad y la justicia social. Afirma que las protestas previstas para el 30 de junio están destinadas a “corregir el camino” de la revolución. La oposición acusa al presidente de dejar el poder en manos de los Hermanos Musulmanes, así como de la incapacidad para ocuparse de la economía y la seguridad nacionales.

Morsi declara que se mantendrá en su cargo hasta 2014, cuando expira su mandato. Él y los Hermanos consideran las protestas de sus detractores una muestra de la democracia que rige en el país bajo su autoridad.

Es de temer que las protestas no van a mejorar el proceso político. Nadie sabe lo que ocurrirá a partir de esta fecha. Los manifestantes reivindican la caída de la Hermandad. Antes exigieron la de Hosni Mubarak y la del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. La situación se ha vuelto tan caótica que es imposible distinguir entre el régimen pasado y el actual. Entre culpables e inocentes.

Más que los políticos opositores son los propios ciudadanos los que demandan un cambio urgente. El problema consiste en la exclusión que deja fuera del proyecto nacional islamista a la mitad de la sociedad. Las elecciones parlamentarias pospuestas, repetidamente, deben celebrarse en breve. Más allá de esto es necesario un cambio de actitud urgente por parte del Gobierno. Morsi todavía está a tiempo. Si diera un paso claro y decidido hacia una política incluyente y de consenso no habría necesidad de dimitir.

La amenaza para su Gobierno tampoco proviene de Occidente. Al renovar su ayuda militar al régimen islamista, EE UU han señalizado que Egipto es demasiado importante para sus intereses como para renunciar a su larga alianza. Pese a las graves preocupaciones relativas a derechos humanos y democracia.

No. El mayor toque de atención para el Gobierno islamista son los militares. Hasta ahora han conseguido mantener su independencia. Lo mismo cabe decir de sus numerosos privilegios en la nueva Constitución. Sin embargo, las Fuerzas Armadas no permitirán el descontrol y el desastre. Estamos ante una de sus intervenciones más enérgicas –prácticamente un ultimátum– desde que entregaron el poder al Ejecutivo civil conducido por Morsi hace ahora un año.

Los militares avisan. Tienen poder y libertad de acción. Tanta como su vaporosa e inconcreta definición de defensa ante un eventual ‘ataque contra la voluntad del pueblo’. Los militares no parecen estar inclinados a dar un golpe. En ese sentido no le falta razón al portavoz presidencial al descartar la irrupción de los militares en la escena política. No tanto por convicciones democráticas sino porque es más cómodo para ellos dictar sus disposiciones desde una discreta segunda fila y así evitar ser objeto de la ira popular en el presente caos. Intentarán mantener esa postura relativamente confortable aunque forzando, eso sí, a los bandos a sentarse a negociar y llegar a un acuerdo. En la actual situación son la única fuerza capaz de conseguirlo.

 

 

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