La historia, incluso la de algunos grandes imperios, está llena de muros
para marcar límites o defenderse de los bárbaros. Ahí están,
para recordarlo, la Gran Muralla china o las ruinas del muro de Adriano, construido
para protegerse de las incursiones de los caledonios, predecesores de los modernos
escoceses. Son obras levantadas a lo largo de varios siglos; procesos históricos,
más que acontecimientos puntuales, pero servían para marcar diferencias.

La guerra fría tuvo los suyos, de los cuales el más simbólico
y terrible fue el muro de Berlín, separación que empezó a
erigir la antigua República Democrática Alemana el 18 de agosto
de 1961, y pronto se convirtió en una pared de cemento de cinco metros
de altura, coronada con alambre de espino y custodiada por torretas de vigilancia
y vallas electrificadas a lo largo de 120 kilómetros para rodear totalmente
el Berlín Occidental. Quedan otros restos de aquella etapa, como la
separación entre las dos Coreas.

Los muros de la guerra fría, como de otras dictaduras, se erigieron
para impedir salir a la gente. El proceso de globalización fue un factor
fundamental para el derribo de varias de estas murallas, comenzando por la
de Berlín, sinónimo no sólo del paso hacia la unificación
alemana, sino también del derrumbe de todo el sistema soviético.

Pero la globalización está provocando sus propias contradicciones.
En estos años, pese a los que ven el mundo plano, se van levantando
nuevas barreras físicas o cómo se transforman alambradas en muros,
con nuevas alturas y nuevas tecnologías. Las vallas de Ceuta y Melilla
son otro ejemplo. Pues un aspecto de la globalización es el empuje de
la inmigración legal e ilegal y la necesidad de defenderse de ella.
No es sólo un problema de flujos de Sur a Norte, sino también
entre Sur y Sur (o a veces esos nuevos sures que antes eran Este), y que, incluso,
supone graves problemas para los países de paso, como ocurre con los
millares de subsaharianos atrapados en Marruecos o como se ha visto en la trágica
represión de refugiados sudaneses en El Cairo a finales del pasado diciembre.
También los israelíes construyen un muro para evitar que pasen
los palestinos, frenar el terrorismo y, de paso, fijar lo que podría
ser la frontera de Israel. El distrito de Belén queda cortado. Aunque
esta valla tiene poco que ver con la globalización, su repercusión
sí se ve globalizada.

La Administración Bush ha anunciado la edificación de un muro
para cerrar el paso a la inmigración ilegal que viene de México,
socio en el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, en sus
siglas en inglés). Cubrirá unos 1.100 kilómetros de los
3.200 de frontera común, en los que ya hay vallas. En la lucha contra
esta inmigración ilegal ha surgido la tenebrosa actividad de los minutemen,
unos grupos armados de ciudadanos que patrullan zonas fronterizas de EE UU,
principalmente en California, Texas y Nuevo México. Persiguen a inmigrantes
ilegales y también denuncian a los que los contratan o se dedican al "comercio
ilegal de trabajadores esclavos". Piden que se corten las contribuciones
financieras a las campañas de candidatos electorales que no promuevan
explícitamente la aplicación de las leyes de inmigración
de Estados Unidos. Estas prácticas, que han retomado el nombre de las
milicias que existieron en el este americano desde mediados del siglo XVII,
pretenden tener una base constitucional (el Gobierno central "protegerá a
cada uno [de los Estados de la Unión] en contra de invasiones",
lo que, evidentemente, no estaba pensado para las olas de inmigración).

Los minutemen (que piden también voluntarios para proteger la frontera
con Canadá, país que tiene una de las políticas de inmigración
e integración de mayor éxito del mundo) han recibido el pleno
apoyo del gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, para quien "el
Gobierno federal no está haciendo su trabajo" y "es lamentable
que el ciudadano particular tenga que patrullar nuestras fronteras".
El presidente Bush se ha distanciado de ellos, a quienes llama "vigilantes",
pero ha anunciado la construcción del nuevo muro.

Los muros de la guerra fría eran para no dejar salir; los de ahora,
para no dejar entrar. La globalización necesita algún tipo de
puertas para entrar y salir

La inmigración ilegal e incontrolada es, sin duda, uno de los graves
problemas de nuestros días. Pero la desigualdad -la frontera entre
Europa y el norte de África es la más desigual del mundo, y la
que hay entre Estados Unidos y México no se queda corta- actúa
como un sifón que tira de la inmigración ilegal, aunque no todo
es economía. También influye la inhabitabilidad política
de algunos países. Soluciones, lo que se dice soluciones, sólo
pueden entreverse, si acaso, a largo plazo, mientras que el problema migratorio
se plantea a corto plazo e implica también la lucha contra las redes
mafiosas que se alimentan de este tráfico ilegal. No es nada seguro
que los muros sirvan para contener esos éxodos. En España, el
principal lugar de entrada de la inmigración ilegal son los aeropuertos,
no las playas a las que llegan las pateras.

En todo caso, el contraste es brutal: los muros de la guerra fría eran
para no dejar salir. Los de la globalización son para no dejar entrar.
Claro que lo que sí necesita la globalización es algún
tipo de puertas para entrar y salir.

Como siempre, estamos abiertos a sus comentarios.

La historia, incluso la de algunos grandes imperios, está llena de muros
para marcar límites o defenderse de los bárbaros. Ahí están,
para recordarlo, la Gran Muralla china o las ruinas del muro de Adriano, construido
para protegerse de las incursiones de los caledonios, predecesores de los modernos
escoceses. Son obras levantadas a lo largo de varios siglos; procesos históricos,
más que acontecimientos puntuales, pero servían para marcar diferencias.

La guerra fría tuvo los suyos, de los cuales el más simbólico
y terrible fue el muro de Berlín, separación que empezó a
erigir la antigua República Democrática Alemana el 18 de agosto
de 1961, y pronto se convirtió en una pared de cemento de cinco metros
de altura, coronada con alambre de espino y custodiada por torretas de vigilancia
y vallas electrificadas a lo largo de 120 kilómetros para rodear totalmente
el Berlín Occidental. Quedan otros restos de aquella etapa, como la
separación entre las dos Coreas.

Los muros de la guerra fría, como de otras dictaduras, se erigieron
para impedir salir a la gente. El proceso de globalización fue un factor
fundamental para el derribo de varias de estas murallas, comenzando por la
de Berlín, sinónimo no sólo del paso hacia la unificación
alemana, sino también del derrumbe de todo el sistema soviético.

Pero la globalización está provocando sus propias contradicciones.
En estos años, pese a los que ven el mundo plano, se van levantando
nuevas barreras físicas o cómo se transforman alambradas en muros,
con nuevas alturas y nuevas tecnologías. Las vallas de Ceuta y Melilla
son otro ejemplo. Pues un aspecto de la globalización es el empuje de
la inmigración legal e ilegal y la necesidad de defenderse de ella.
No es sólo un problema de flujos de Sur a Norte, sino también
entre Sur y Sur (o a veces esos nuevos sures que antes eran Este), y que, incluso,
supone graves problemas para los países de paso, como ocurre con los
millares de subsaharianos atrapados en Marruecos o como se ha visto en la trágica
represión de refugiados sudaneses en El Cairo a finales del pasado diciembre.
También los israelíes construyen un muro para evitar que pasen
los palestinos, frenar el terrorismo y, de paso, fijar lo que podría
ser la frontera de Israel. El distrito de Belén queda cortado. Aunque
esta valla tiene poco que ver con la globalización, su repercusión
sí se ve globalizada.

La Administración Bush ha anunciado la edificación de un muro
para cerrar el paso a la inmigración ilegal que viene de México,
socio en el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, en sus
siglas en inglés). Cubrirá unos 1.100 kilómetros de los
3.200 de frontera común, en los que ya hay vallas. En la lucha contra
esta inmigración ilegal ha surgido la tenebrosa actividad de los minutemen,
unos grupos armados de ciudadanos que patrullan zonas fronterizas de EE UU,
principalmente en California, Texas y Nuevo México. Persiguen a inmigrantes
ilegales y también denuncian a los que los contratan o se dedican al "comercio
ilegal de trabajadores esclavos". Piden que se corten las contribuciones
financieras a las campañas de candidatos electorales que no promuevan
explícitamente la aplicación de las leyes de inmigración
de Estados Unidos. Estas prácticas, que han retomado el nombre de las
milicias que existieron en el este americano desde mediados del siglo XVII,
pretenden tener una base constitucional (el Gobierno central "protegerá a
cada uno [de los Estados de la Unión] en contra de invasiones",
lo que, evidentemente, no estaba pensado para las olas de inmigración).

Los minutemen (que piden también voluntarios para proteger la frontera
con Canadá, país que tiene una de las políticas de inmigración
e integración de mayor éxito del mundo) han recibido el pleno
apoyo del gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, para quien "el
Gobierno federal no está haciendo su trabajo" y "es lamentable
que el ciudadano particular tenga que patrullar nuestras fronteras".
El presidente Bush se ha distanciado de ellos, a quienes llama "vigilantes",
pero ha anunciado la construcción del nuevo muro.

Los muros de la guerra fría eran para no dejar salir; los de ahora,
para no dejar entrar. La globalización necesita algún tipo de
puertas para entrar y salir

La inmigración ilegal e incontrolada es, sin duda, uno de los graves
problemas de nuestros días. Pero la desigualdad -la frontera entre
Europa y el norte de África es la más desigual del mundo, y la
que hay entre Estados Unidos y México no se queda corta- actúa
como un sifón que tira de la inmigración ilegal, aunque no todo
es economía. También influye la inhabitabilidad política
de algunos países. Soluciones, lo que se dice soluciones, sólo
pueden entreverse, si acaso, a largo plazo, mientras que el problema migratorio
se plantea a corto plazo e implica también la lucha contra las redes
mafiosas que se alimentan de este tráfico ilegal. No es nada seguro
que los muros sirvan para contener esos éxodos. En España, el
principal lugar de entrada de la inmigración ilegal son los aeropuertos,
no las playas a las que llegan las pateras.

En todo caso, el contraste es brutal: los muros de la guerra fría eran
para no dejar salir. Los de la globalización son para no dejar entrar.
Claro que lo que sí necesita la globalización es algún
tipo de puertas para entrar y salir.

Como siempre, estamos abiertos a sus comentarios. Andrés
Ortega