El Gobierno israelí tendrá que enfrentarse a un clima de inestabilidad durante 2013

 

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El Gobierno que emerja de la XIX Knesset, como resultado de las elecciones generales celebradas el pasado día 22, tendrá que hacer frente a una legislatura que se presenta crucial a la hora de resolver cuestiones clave, tales como la creación de un Estado palestino y la militarización del programa nuclear iraní. Durante el primer año de su tercer mandato como primer ministro, Benjamín Netanyahu –cuya personalidad política se caracteriza por gestionar eficazmente las cuestiones tácticas y posponer indefinidamente las estratégicas, en una constante huida hacia adelante– se verá obligado a tomar decisiones fundamentales, que determinarán los destinos de Israel a corto y medio plazo.

 

El Estado palestino

Después de comprometerse públicamente en junio de 2009, en el llamado “Discurso de Bar Ilán” (en referencia a la Universidad en que lo pronunció, pocos días después de que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, proyectara su visión para Oriente Próximo en la Universidad Al-Azahar de El Cairo) a aceptar la creación de un Estado palestino, Netanyahu ha ido distanciándose gradualmente de dicho compromiso. Y su probable coalición de gobierno con el partido HaBayit HaYehudi –que aboga por la anexión unilateral de las Áreas C, que suponen el 60 por ciento de Cisjordania según la división territorial establecida por los Acuerdos de Oslo– apunta a que intentará descartar la idea de la agenda política regional.

Pero el reciente triunfo logrado por la OLP ante la Asamblea General de la ONU, donde fue mayoritariamente reconocido como Estado observador, y las presiones que pueda ejercer la comunidad internacional en este ámbito, obligarán al nuevo Ejecutivo israelí a retomar las negociaciones. Igualmente, la emergencia de Hamás como actor político después del acuerdo de intercambio de presos por el cabo Gilad Shalit en octubre de 2011 y el estricto cumplimiento –al menos hasta el momento– de las condiciones de la tregua lograda tras la operación Pilar defensivo, en noviembre de 2012, colocan a Netanyahu en una posición en la que no puede continuar eludiendo la resolución del llamado Estatuto Definitivo (seguridad y fronteras, gestión del agua, retorno de los refugiados, futuro de las colonias y capitalidad de Jerusalén). Si no da respuesta a estas cuestiones, la frustración social palestina podría desencadenar el estallido de una tercera Intifada, aunque ésta se basara en la resistencia no-violenta.

 

El Egipto de Mohamed Morsi

La operación Pilar Defensivo –cuyo objetivo inmediato consistió en finiquitar el lanzamiento de cohetes contra las localidades del sur de Israel y diezmar el arsenal de proyectiles acumulados por las milicias de la Franja de Gaza– puso de relevancia el papel fundamental desempeñado por el nuevo presidente egipcio a la hora de conseguir un alto el fuego, tal como deseaba la Administración Obama. Asimismo, las relaciones con el Gobierno Mursi resultarán determinantes a la hora de frenar el proceso de cooptación de las tribus beduinas que habitan la Península del Sinaí por parte de los grupos salafistas, elementos vinculados a Al Qaeda o la Guardia Revolucionaria iraní, todos interesados en perpetrar ataques –directa o indirectamente– contra objetivos israelíes, e incluso en provocar una guerra entre Israel y Egipto.

Este año 2013 supondrá un examen de las verdaderas intenciones de la Hermandad Musulmana, cuya eventual evolución hacia posiciones más moderadas a partir de su participación en las instituciones debería posibilitar no sólo el mantenimiento de los Acuerdos de Camp David –que siguen siendo la piedra angular de la paz en Oriente Próximo– sino también la suavización del bloqueo impuesto por Israel a la Franja de Gaza, medida que podría ayudar a menoscabar el apoyo social del que disfruta Hamás. Así como con la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en Cisjordania el Gobierno hebreo se verá obligado a retomar las negociaciones, en el caso de Egipto debería intentar mejorar sus actuales relaciones bilaterales, sobre todo para lograr que Morsi dé orden de poner freno al contrabando de armas, munición y explosivos que entran en Gaza a través de los túneles de Rafah.

 

La guerra civil siria

En tanto en cuanto los arsenales de armas químicas y biológicas sigan en manos del Ejército regular sirio y éste ni las utilice ni permita ningún robo o extravío, no parece probable que el Gobierno israelí vaya a involucrarse en la contienda. La seguridad de los Altos del Golán parece garantizada –a pesar de algún proyectil errante que ha provocado pequeñas represalias puntuales– por lo que su actitud seguirá siendo de pasividad ante la guerra civil ajena, pues a fin de cuentas el debilitamiento interno del país vecino beneficia la seguridad nacional israelí. Sobre todo en el momento en que Siria pierde su papel de base logística para mantener engrasada la maquinaria militar del movimiento integrista chií libanés Hezbolá.

El hecho de que desde la Guerra de los 33 días, en agosto de 2006, no haya habido ningún incidente transfronterizo relevante demuestra no sólo el éxito del despliegue de la UNIFIL como elemento disuasorio, sino también la falta de voluntad de las partes de verse enfrascadas en una nueva conflagración bélica. Mas el repliegue progresivo de los contingentes de UNIFIL que está teniendo lugar en estos momentos podría crear un vacío de poder que catalizara un nuevo enfrentamiento. En este caso no tanto por interés de Hezbolá –aparentemente debilitada– sino de Israel, para el que la campaña de 2006 fue una guerra inconclusa que mantiene abierta una amenaza.

 

El programa nuclear iraní

Paradójicamente la cuestión nuclear iraní ha sido uno de los temas menos discutidos durante la reciente campaña electoral en Israel. Netanyahu –que tanto insistió en la inminencia de la obtención del arma atómica por parte de la República Islámica– parece haber cambiado, si no de actitud, sí de ritmo. Todo apunta a que el primer ministro esperará a la celebración de las elecciones presidenciales iraníes en junio de 2013, con la esperanza de que surja una “primavera persa” que intente subvertir el régimen teocrático y democratizarlo.

Pero si este no fuera el caso, o la cúpula iraní diera orden de reprimir las protestas –como ya hizo tras las elecciones de 2009– y de seguir adelante con el proceso de militarización de su programa nuclear –a pesar de las sanciones internacionales– Israel podría verse obligado a efectuar un ataque preventivo, tal como ya hiciera en Iraq en 1981 o en Siria en 2007. El hecho de que Netanyahu haya amenazado tantas veces con hacerlo podría convertirse en una profecía autocumplida, ya sea en el otoño de 2013 o en la primavera de 2014.

 

Es la economía, estúpido

Aquel eslogan con el que Bill Clinton venció a George H.W. Bush en las elecciones presidenciales estadounidenses de 1992 bien podría haber sido ideado por Netanyahu, considerado un liberal a ultranza, al que las cifras macroeconómicas han avalado durante estos tres últimos años y medio de gestión. Israel ha logrado mantener un alto índice de crecimiento del PIB (4,7 por cient en 2011 y 3,3 por cient en 2012) y una baja tasa de desempleo (6 por ciento en 2011 y 7 por ciento en 2012) dentro de una coyuntura mundial de crisis generalizada e incluso de recesión en algunas de las principales economías del mundo. Pero la lucha encarnizada por los votos que acaba de tener lugar durante la campaña electoral ha hecho que aflorara la existencia de un alto déficit público, que el Gobierno ha reconocido supera los 8.000 millones de euros.

Esta cifra dobla las previsiones reflejadas en los anteriores presupuestos, lo que obligará a rebajar el gasto social y a aumentar la carga impositiva en los próximos. Así las cosas, la cuestión económica influirá sin duda no sólo sobre la composición del nuevo Ejecutivo –en el que Netanyahu podría optar por incorporar al partido Yesh Atid de Yair Lapid o/y al Hatnuá de Tzipi Livni en detrimento de los ultraortodoxos de Shas y de Degel HaTorá– sino también sobre la futura estabilidad de la coalición gubernamental.