Un mundo más multilateral es tan sólo el comienzo

 

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Informe especial de FP: EL FUTURO ESTÁ AQUÍ

 

Antes de plantearnos cómo será el mundo en 2025, dentro de 14 años, merece la pena recordar cómo era en 1997. En aquel entonces, Estados Unidos era la única superpotencia, su inmensidad y dominio del sistema internacional era tan evidente como para granjearse el resentimiento implícito en la etiqueta "hiperpotencia" que acuñó el ministro de Asuntos Exteriores francés. La economía estadounidense se expandió con una rapidez que permitió al país disfrutar de un saludable y creciente superávit a finales de la presidencia de Bill Clinton, tres años más tarde. La Unión Europea, que entonces sólo contaba con cuatro años de existencia, tenía sólo 15 miembros; el euro no existía. Las guerras que dominaban los titulares tenían lugar en Europa: Bosnia, Croacia y, pronto, Kosovo. El término BRIC, la etiqueta de Goldman Sachs para referirse a los mercados emergentes de rápido crecimiento (Brasil, Rusia, India y China), aún no había sido inventado. Internet estaba en pleno auge, pero no existían los medios sociales.

Ha cogido la idea: muchas  cosas pueden cambiar en 14 años y pocas veces lo hacen de la forma en que se había previsto. Con la debida humildad, a continuación expongo mi pronóstico sobre cómo será el panorama de la diplomacia mundial dentro de una década y media.

Para empezar, el mundo será mucho más multilateral. En el año 2025, el Consejo de Seguridad de la ONU se habrá ampliado desde los 15 miembros actuales a entre 25 y 30 e incluirá, como miembros permanentes ─ya sea de iure o de facto─ a Brasil, India, Japón, Sudáfrica, Egipto o Nigeria, e Indonesia o Turquía. Al mismo tiempo, las organizaciones regionales en todos los continentes -la Unión Africana, la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático), alguna versión de la Organización de Estados Americanos- serán mucho más fuertes. Cada uno seguirá su propia versión de la integración económica y política, inspirada en la Unión Europea, y muchos de ellos incluirán alguna representación de organizaciones subregionales más pequeñas. En Oriente Medio, Israel, Palestina, Jordania, Siria y Turquía podrían formar el núcleo de una nueva área de libre comercio en Oriente Medio; también la Unión Europea podría entrelazarse con una Unión Mediterránea emergente.

Los Estados más fuertes en 2025 serán aquellos que hayan descubierto cómo hacer más con menos.

El motor de esta masiva multilateralización es la naturaleza cada vez más global y regional de nuestros problemas, unida al aumento de nuevos países que se separan de Estados existente. Los gobiernos nacionales seguirán siendo imprescindibles para muchos asuntos, pero será cada vez más complicado gestionar las relaciones bilaterales y emprender negociaciones globales exitosas con casi 200 Estados. Así que negociaremos las disputas territoriales en el mar del sur de China en un marco regional y gestionaremos las crisis en Costa de Marfil o Guinea a través de la Unión Africana o incluso de otros foros subregionales más pequeños. A nivel mundial, la velocidad y la flexibilidad imprescindibles para resolver las crisis requieren pequeños grupos como el G-20, mientras que la durabilidad y la legitimidad a largo plazo aún necesitan la representación de todos los países afectados por un tema en particular a través de organizaciones de gran prestigio.

En cuanto a los países, los Estados más fuertes en 2025 serán aquellos que hayan descubierto cómo hacer más con menos. Serán los gobiernos que hayan adoptado con éxito la sostenibilidad radical, manteniendo economías vibrantes a través de energías considerablemente renovables y de la reutilización creativa de absolutamente todo. El líder será Japón, una gran civilización que durante siglos ha generado formas extraordinariamente bellas de apreciar la naturaleza y coexistir con ella. Mientras que la juventud de China busca más de todo, Japón está dispuesto a adoptar un camino mucho más sostenible. Escandinavia, Alemania, Nueva Zelanda y probablemente Corea del Sur también serán fuertes; muchas economías emergentes o incluso menos desarrolladas tienen posibilidades reales, si pueden aprovechar sus costumbres indígenas de carácter ecológico. Adoptar un crecimiento sostenible será un reto para Estados Unidos; su renovación nacional dependerá de la conexión de sus tradiciones (innovación, descentralización y libertad) con una narrativa de protección de la abundancia natural de EEUU. Pensar más en ‘América la hermosa’ que en el himno estadounidense.

Pero los cambios más radicales que se producirán entre 2011 y 2025 no tendrán lugar en los ámbitos político y estratégico; es probable que suceda a medida que las nuevas tecnologías transformen las empresas, las organizaciones cívicas de todo tipo, universidades, fundaciones e iglesias, que ya son capaces de organizarse por sí mismas como nunca antes en las  cuestiones que les importan. La revolución social estadounidense que Alexis de Tocqueville observó a principios del siglo XIX, con ciudadanos uniéndose a grupos de todo tipo imaginable, está a punto de hacerse global, cambiando para siempre la relación entre los ciudadanos y sus gobiernos y entre éstos. Las revoluciones árabes no son más que la primera muestra de este cambio más amplio.

Estas predicciones pueden parecer demasiado optimistas. De hecho, los enormes cambios en el horizonte harán necesarias grandes crisis, incluso un cataclismo, antes de que puedan materializarse. Hizo falta la Primera Guerra Mundial para que se generara la voluntad política y las circunstancias necesarias para crear la Sociedad de Naciones; fue necesaria la Segunda Guerra Mundial para crear las Naciones Unidas; tuvo que producirse la peor crisis económica desde la década de 1930 para forzar la expansión del G-8 al G-20. Imagínense lo que hará falta para romper el bloqueo que ha sufrido la reforma del Consejo de Seguridad durante décadas. Y la creación y la modificación de las organizaciones multilaterales son un juego de niños comparado con los profundos cambios en los comportamientos públicos y privados necesarios para alejarse del modelo económico según el cual “más es mejor” a otro que acepte que nuestros recursos son finitos a escala planetaria.

Sin embargo, las fuentes de posibles crisis y desastres de magnitud suficiente como para forzar cambios sistémicos están alrededor de nosotros: el cambio climático está exponiendo cada vez más a los países a los rigores del desierto y la selva, las sequías y las inundaciones; y una pandemia mundial o un ataque terrorista nuclear tendría un impacto similar. Sin embargo, no es pesimismo maltusiano. Como argumenta Robert Wright en Nadie pierde: la teoría de juegos y la lógica del destino humano, las catástrofes son terribles para los seres humanos pero beneficiosas para la humanidad como conjunto. A media que continuemos sintiendo hasta la última consecuencia de una interconexión verdaderamente global, el mundo de los Estados (y de las sociedades que representan) no tendrán más remedio que adaptarse.

 

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