La avalancha de personas desplazadas por el conflicto sirio añade más tensiones al frágil país vecino.

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Refugiados sirios en Saadnayel en el valle libanés de Bekaa. JOSEPH EID/AFP/Getty Images

A punto  de cumplirse dos años del inicio del conflicto sirio, Líbano es el país que acoge al mayor número de refugiados: 314.602 personas, según el último recuento de Naciones Unidas. Esto no solo supone una crisis humanitaria con la que lidiar o una presión económica que aliviar. La fragilidad del Líbano ante toda presión venida de Siria reside en una larga historia común, así como de lazos políticos, sociales y humanos asentados entre ambas sociedades. Síntoma de ello es que los libaneses se refieren generalmente a los refugiados sirios como desplazados y no como refugiados. Más allá de convertirse en un país receptor de refugiados, Líbano está convirtiéndose en una retaguardia para el conflicto sirio. A esto hay que sumar que la ausencia de una correcta gestión de refugiados bajo esta coyuntura puede aumentar el riesgo de desestabilizar al país económica, social y políticamente.

La llegada de cientos de miles de refugiados, que representan el 7% de la población libanesa, ha puesto al Gobierno contra las cuerdas. Si inicialmente Líbano ha sido el único país de acogida que se negó a instalar tiendas para los refugiados con el fin de evitar su visibilidad y politización, en la Conferencia de Donantes para Siria, que tuvo lugar el  pasado 30 de enero en Kuwait, el régimen libanés solicitó una ayuda de 179 millones de dólares (unos 136 millones de euros).

La crisis económica global comienza a notarse en Líbano, país que apenas produce y que vive mayoritariamente de las rentas y de las remesas. La inestabilidad provocada por el conflicto sirio ha llevado a reducir sus expectativas de crecimiento económico del 4% al 2% para 2013. El mercado negro, generador de trabajo e ingresos que permiten al Estado no estar presente en las bolsas pobres del país, también se ve afectado. Las zonas fronterizas como Wadi Khaled o Arsal, donde antaño los libaneses vivían del comercio ilegal comprando en Siria productos para vender tres veces más caros en Líbano, han perdido el 90% de sus mercados. Ahora son los sirios los que hacen el camino inverso de contrabando. Si antes los palestinos cobraban la mitad que un libanés por un mismo trabajo, hoy los sirios cobran un tercio –llegando a 200 dólares por mes–, generando una reducción de los salarios mínimos y sobre todo creando resentimiento entre la clase trabajadora libanesa. 

En el plano político todos los actores del Gobierno libanés intentan evitar que el conflicto vecino resquebraje la frágil unidad nacional. Desde la retirada de las tropas sirias del país de los cedros en 2005 (tras 29 años), Líbano se encuentra dividido entre dos principales bloques: el 14 de Marzo –en referencia a la formación que lideró el hijo del ex primer ministro asesinado Rafic Hariri– y el 8 de Marzo –día de la contramanifestación en agradecimiento a las tropas sirias–. Ambos han heredado su posición frente a la injerencia Siria en Líbano con el asesinato de Hariri como detonador. Si bien la política exterior siria fue el factor determinante en la composición de ambos bloques, hoy son la política doméstica siria y su repercusión en Líbano quienes fragilizan las instituciones del Estado. 

La llegada de miles de salafistas sirios y rebeldes islamistas a Líbano ha radicalizado la ideología de los movimientos salafistas de Trípoli y Sidón,  tanto en su discurso como en su actitud ante la creación de milicias suníes armadas antes inexistentes. Si antes el país de los cedros servía como tablero regional para solventar enfrentamientos entre potencias regionales como Israel y Siria o Saudí Arabia e Irán, hoy es en Siria donde mueven sus peones, incluidos los libaneses en pro de una hegemonía regional. Saudí Arabia y Qatar no sólo apoyan a los rebeldes sirios en Siria sino a los libaneses y sirios en Líbano capaces de servir a la instauración de un poder suní en Damasco. Por su parte Irán y Siria movilizan la milicia de Hezbolá en Líbano y en Siria como pago de la ayuda prestada en armas y logística en años anteriores.

Estos apoyos se facilitan con la porosidad de los 350 kilómetros que constituyen la frontera sirio-libanesa. Tanto combatientes libaneses suníes como de Hezbolá o del ELS entran y salen a su antojo. Pero el mayor peligro es la contaminación ideológica, importada de Siria, de una población libanesa de por sí altamente confesionalizada. A todo ello hay que añadir un problema de seguridad, con el temor de que a través de la infiltración de elementos radicales como el Frente Al Nusra, los campamentos de refugiados palestinos de Ein El Helwe se conviertan en un segundo Naher El Bared o Ersal en un segundo Trípoli.Esta ciudad libanesa en términos de población se haya enquistada en un largo conflicto entre alauíes y suníes desde hace más de tres décadas, reavivando periódicamente enfrentamientos que desestabilizan el país y dejan un reguero de muertos. La infiltración de elementos radicales takfiristas en los campos de refugiados palestinos provocó en 2007 la exterminación del campo de Naher El Bared por el Ejército libanés, incapaz de reducir a los elementos de Fatah El Islam, un grupo radical islamista cuyos orígenes remontan a Siria. 

Si bien a escala política se ha logrado contener  el estallido de un conflicto nacional para reducirlo a conflictos localizados en varias regiones del país, es a  nivel social donde las tensiones en Líbano pueden derrapar en una guerra civil. A pesar del posicionamiento político de los libaneses en favor o en contra del régimen sirio, la discriminación social de los sirios es palpable. Aquellos que acogieron en la efusividad inicial a los refugiados hace ya 23 meses hoy los ven como un lastre. Más aún cuando las tasas de criminalidad han aumentado en un 30% en el último año.  A ello se suma la constante subida de precios de alquiler, que en las regiones donde se concentran los refugiados  ha llegado a duplicarse. Los resentimientos se acentúan entre los libaneses que ven como la ayuda internacional sirve en materia de salud y de educación más rápido y mejor a los sirios que a los propios libaneses.

El 70% de los refugiados sirios son acogidos en hogares libaneses. La composición de los refugiados supone otro problema: 78% son mujeres y niños que incapaces de generar ingresos inundan las calles en busca de limosna. Debido a la cercanía de Siria, los hombres realizan viajes de ida y vuelta para luchar o proteger sus hogares sirios, dejando a sus familias en Líbano. Una carga que se hace más pesada especialmente en el norte donde abundan los refugiados polígamos con más de una decena de niños por familia. 

El desafío que vive Líbano no hace sino que empeorar, ya que las cifras de refugiados corren el riesgo de duplicarse en pocos meses debido a dos factores. Primero, porque en caso de que la guerra arrincone a la capital siria, como indican los sucesos de los últimos días, los dos millones de desplazados sirios que han buscado cobijo en Damasco optarán por la única salida abierta hacia Beirut como huida. Segundo, porque las decenas de miles de trabajadores sirios que habitan en Líbano y aun cautos a la hora de inscribirse en las listas de refugiados por temor a represalias una vez finalice el conflicto, puedan optar por cambiar de estatus una vez la caída del régimen de El Assad sea inevitable, aumentando vertiginosamente el ya insostenible número de refugiados.

 

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