El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva (derecha), con el presidente chino, Xi Jinping, durante una ceremonia de bienvenida celebrada frente al Gran Salón del Pueblo el 14 de abril de 2023 en Beijing, China. (Ken Ishii,-Pool/Getty Images)

¿Puede el país tomar partido en las disputas entre Estados Unidos y China? 

El ascenso y la caída de las potencias mundiales ha suscitado siempre un enorme interés académico. Desde la caída del Imperio romano hasta el comienzo de la hegemonía estadounidense en la segunda mitad del siglo XX, muchos estudiosos de distintas disciplinas han intentado juzgar si la sustitución de una potencia establecida por otra en ascenso exige el estallido de grandes conflictos militares. No hay consenso, pero, en la mayoría de los casos, las guerras han acelerado la transición, sobre todo cuando las potencias en declive y las que están en ascenso no tienen un mismo recorrido histórico de tradición cultural. En cualquier caso, hoy estamos presenciando una crisis del dominio ejercido por Occidente desde hace 400 años y el regreso probable a la hegemonía económica de Asia. No está claro cómo evolucionará este proceso, pero es indudable que los países vinculados históricamente al centro de poder europeo-estadounidense —en particular los del llamado “Otro Occidente”, como los de Latinoamérica— tendrán que superar muchos obstáculos para tratar de (re)situarse en este nuevo orden mundial.

Brasil, el mayor país y la mayor economía del continente, especialmente importante en el contexto latinoamericano y que siempre ha mantenido unas relaciones autónomas pero estrechas con la potencia hemisférica, se encuentra hoy en una situación especialmente difícil. En la actualidad, el interlocutor económico más importante para Brasil es China, que ha superado a Estados Unidos. Dentro de los BRICS —un bloque multilateral de límites imprecisos pero muy eficaz, que ha contribuido a transformar el equilibrio económico y geopolítico del mundo en las dos últimas décadas—, los dos países han empezado a desarrollar proyectos coincidentes para cambiar el contexto mundial. Uno de los mejores ejemplos es la creación del Banco BRICS, un organismo multilateral de financiación de proyectos de desarrollo en el Sur global que podría llegar a eclipsar el papel desempeñado tradicionalmente por el Banco Mundial.

En los primeros años de este siglo, Lula se convirtió en el primer presidente brasileño de procedencia obrera. Durante su mandato intensificó la tarea de construir un Estado de bienestar social en una de las economías con más desigualdades del mundo e introdujo innovadoras y ambiciosas iniciativas de política exterior. Parecía que Brasil estaba llegando al escenario mundial como el país más prometedor, en economía y diplomacia, del mundo en desarrollo. Por desgracia, ese rumbo tan propicio no se mantuvo. Ahora, en su tercer mandato como presidente, Lula tiene la difícil tarea de reconstruir las instituciones democráticas del país y volver a situarlo en el mundo después de la trágica e inquietante presidencia de Jair Bolsonaro.

Sin embargo, la necesidad de cumplir los objetivos en ambos frentes no puede llegar en peor momento. Tanto el contexto nacional como el mundial han cambiado mucho respecto a la primera vez que Lula llegó a la presidencia, y el empeño que entonces se consideró la búsqueda de una política exterior autónoma y resuelta —que encaja bien en la historia diplomática del país— hoy resulta, en opinión de muchos miembros de la comunidad brasileña e internacional, divisivo, inapropiado o incluso una forma de traicionar las alianzas tradicionales de Brasil con Occidente.

Curiosamente, lo único que Lula ha intentado hacer con sus decisiones de política exterior en sus primeros meses como presidente ha sido tratar de revivir los espectaculares logros de sus primeros mandatos, cuando Brasil consiguió mantener buenas relaciones con sus aliados y socios comerciales tradicionales, como Estados Unidos y la Unión Europea, y al mismo tiempo ampliar sus proyectos económicos, diplomáticos y estratégicos en colaboración con países de todo el mundo, en especial otras potencias emergentes como India y China.

Para promover sus objetivos más recientes, Lula asistió a una reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en Buenos Aires, donde se declaró interesado en reforzar los lazos regionales. Poco después visitó a Biden en Washington, D.C., una reunión en la que los dos líderes proclamaron la necesidad de defender la democracia y expresaron su interés común por establecer modelos de desarrollo más sensatos desde el punto de vista medioambiental, sobre todo en la región amazónica. Después, Lula fue a China, donde firmó unos acuerdos comerciales, y Europa, para reunirse con sus aliados tradicionales.

Los medios de comunicación brasileños e internacionales, además de no reconocer que el líder brasileño ha visitado tanto a viejos aliados como a otros nuevos, están informando sobre Lula sin la necesaria perspectiva histórica. Durante más de un siglo, la diplomacia brasileña ha defendido el multilateralismo, la resolución pacífica de conflictos y la autodeterminación. Además, su política exterior se ha definido en gran parte por la necesidad de ser un instrumento para el desarrollo del país. Por tanto, no es sorprendente que Lula tienda la mano a sus socios comerciales tanto tradicionales como nuevos ni que defienda que es necesario encontrar formas de resolver el callejón sin salida de Ucrania. Tal vez habría podido emplear un lenguaje más diplomático en algunas de sus declaraciones sobre la guerra. Pero tiene razón cuando señala que Brasil puede servir de intermediario para avanzar hacia la paz y que esta solo será posible si se incorpora a Rusia a la mesa de negociaciones, una invitación que Brasil puede hacer desde una posición privilegiada.

A pesar de las especulaciones de que Brasil ha cambiado de bando en la rivalidad económica, geopolítica y diplomática cada vez mayor entre Estados Unidos y China, la verdad es que el país no puede permitirse tomar partido en estas disputas. Aunque China tenga hoy una enorme influencia económica porque es el destino de la mayor parte de las impresionantes exportaciones agroalimentarias brasileñas, los lazos económicos, culturales, diplomáticos e históricos de Brasil con Estados Unidos y Europa no van a desaparecer así como así.

No está claro que Lula pueda reproducir el ejercicio de equilibrio que tan bien ejecutó hace 20 años. Las rivalidades económicas y geopolíticas mundiales tienden cada vez más a incluir una dimensión militar y, de momento, no se ve el final de la guerra en Europa del este. Por mucho que Brasil pueda ejercer de pacificador, ninguna de las partes en conflicto parece dispuesta a hablar de paz. Por otra parte, poco después de la visita de Lula a China, el gobierno de Estados Unidos multiplicó por diez sus compromisos económicos con el Fondo Amazonia, lo que demuestra que, en este mundo cada vez más dividido y conflictivo, Brasil aún tiene un papel que desempeñar y que alinearse de forma automática con uno u otro país no es lo más conveniente para una nación tan compleja y poderosa.

El artículo original en inglés ha sido publicado en Global Americans. 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia