El desplazamiento del terrorismo al norte de Pakistán podría amenazar los intereses estratégicos chinos en la región.

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El portavoz de Tehreek e Taliban de Pakistán (TTP) Ehsanullah Ehsan (izquierda) junto a un nuevo miembro del TTP.

 

El asesinato de nueve turistas extranjeros y su guía paquistaní el pasado 23 de junio en el campo base del Nanga Parbat, en la región de Gilgit-Baltistán, al norte de Pakistán, ha hecho sonar las alarmas ante una posible penetración de elementos talibanes en el área. Los turistas, procedentes de China, Ucrania, Eslovaquia, Lituania, EE UU y Nepal, fueron atacados por un grupo de personas vestidas con el uniforme de los Gilgit Scouts, una unidad de policía paramilitar de la región. Se trata del tercero de una serie de ataques terroristas que por primera vez han tenido como objetivo a ciudadanos extranjeros.

En 2012 se produjeron dos ataques contra chiíes de Gilgit en la autopista del Karakorum. Ambos ataques, en febrero y agosto, siguieron el mismo procedimiento: un grupo de personas en uniforme militar hizo parar a varios autobuses. Tras hacer bajar de los mismos a sus ocupantes, procedieron a ejecutar a todos los chiíes. De esta manera fueron asesinadas 18 personas en febrero y 25 en agosto. Ambos incidentes fueron seguidos por enfrentamientos entre las comunidades chií y suní en Gilgit, lo que aumentó el número de víctimas de la violencia sectaria en la región.

Estos ataques fueron reivindicados oficialmente por el Tehrik e Taliban de Pakistán (TTP), la principal organización terrorista del país que opera desde las áreas tribales fronterizas con Afganistán. Igualmente, el ataque contra los turistas del pasado 23 de junio fue reivindicado por Ehsanullah Ehsan, portavoz del TTP, quien justificaba el ataque como una venganza por la reciente muerte del número dos de la organización, Waliur Rehman Mehsud, en un ataque drone estadounidense.

La violencia sectaria apareció con fuerza en la vida de Pakistán en los 80, de la mano de las políticas de sunificación del general Zia ul Haq, que gobernó el país entre 1977 y 1988. Durante este periodo aparecieron varios grupos sectarios suníes, particularmente el Sipah e Sahaba Pakistan y el Lashkar e Janghvi, que se marcaron como objetivo acabar con quienes ellos consideraban herejes, con especial saña hacia la población chií (entre un 15 y un 20 % del total de paquistaníes).

A pesar del creciente radicalismo religioso que se extendía por el país, Gilgit-Baltistán permaneció en general al margen del conflicto, a excepción de ataques llevados a cabo en Gilgit por fanáticos suníes procedentes del vecino distrito de Kohistán en los 80. Sin embargo, el Gobierno de Zia ul Haq promovió el asentamiento de población suní en la región, en su mayoría pastunes provenientes de la entonces Provincia de la Frontera Noroeste, sentando las bases de un conflicto que estallaría décadas después.

Gilgit-Baltistán tiene una importancia simbólica para Pakistán al constituir, junto con Azad Kashmir, la parte de Cachemira bajo administración pakistaní desde 1947-48 y es, por tanto, un territorio en disputa con su vecina India. Desde Baltistán se lanzaron numerosas operaciones de guerrillas por parte de organizaciones yihadistas contra la Cachemira india durante los 90, y fue en la línea de control que separa Baltistán del estado indio de Jamu y Cachemira donde se libró la guerra de Kargil en 1999.

Además, la región de Gilgit cuenta con una importancia de carácter estratégico para Pakistán, al discurrir por ella la autopista del Karakorum, infraestructura faraónica que conecta el país con China. Si bien el estado de conservación de la carretera, inaugurada en 1982, es pésimo, esto podría cambiar en un futuro próximo a causa de un renovado interés en las relaciones con el gigante asiático. Actualmente, la estratégica carretera se encuentra cortada al tráfico a unos 130 kilómetros de la frontera china, debido a un desprendimiento producido en 2010 que creó un lago natural, dejando la autopista, junto con varias pequeñas localidades, completamente sumergida.

La presencia de trabajadores chinos en la autopista del Karakorum tuvo cierta repercusión el año pasado en medios de comunicación indios de tendencia conservadora. Varios artículos hablaban de la presencia de tropas chinas en Gilgit-Baltistán, cifrándolas entre 10.000 y 15.000, y de la amenaza que esto suponía para India. Al margen del alarmismo indio, la presencia de operarios chinos, que no tropas en número significativo, permite suponer el interés del Imperio del Centro en mantener abierta esta vía de comunicación, que podría perseguir intereses estratégicos a más largo plazo.

Las consecuencias a escala local de los ataques terroristas y los enfrentamientos entre comunidades de los que van seguidos son considerables. Además de crear una escisión entre las comunidades chií y suní, el turismo, única fuente de ingresos de una región extremadamente pobre, ha quedado prácticamente destruido.

A nivel nacional, las consecuencias también pueden ser de cierto calado. Las políticas de impulso económico del nuevo Gobierno de Nawaz Sharif pretenden, entre otras medidas, convertir la autopista del Karakorum en un corredor para el comercio chino, conectando la región autónoma de Xinjiang con el mar Arábigo.

Estos planes, perfilados por primera vez durante su anterior periodo de gobierno (1997-1999), se concretaron en la construcción en 2007, con participación china, del puerto de Gwadar en el sur de Pakistán. Los planes de conectar Gwadar con el país vecino a través de la autopista del Karakorum, olvidados en los últimos años por el Gobierno del Partido del Pueblo de Pakistán (PPP), han sido retomados por Nawaz Sharif. Estos planes podrían incluir la construcción de un oleoducto entre Gwadar y Urumqi, en Xinjiang, que reduciría considerablemente la distancia que debe viajar el petróleo adquirido por China en el Golfo Pérsico.

En su reciente visita a Pakistán, el primer ministro chino, Xi Jinping, se mostró dispuesto a invertir en la mejora de la autopista, cuyo actual estado de mantenimiento no le permite soportar un tráfico demasiado intenso. Además, en las próximas semanas China se hará cargo de la gestión del puerto de Gwadar, después de que la Singapur Port Authority renunciara a una concesión de 40 años ante la escasa rentabilidad de las instalaciones.

Una situación de inseguridad, como la creada por los ataques sectarios en Gilgit-Baltistán, que obligaron al cierre del tráfico por la autopista durante semanas, va en contra de los intereses tanto de China como de Pakistán. Pero, además, Pekín no ve con buenos ojos el desplazamiento del terrorismo islamista a zonas cercanas a su frontera. No hay que olvidar que en la región china de Xinjiang existe un conflicto étnico-religioso del que ha surgido un grupo terrorista local, el Movimiento Islámico del Turkestán. Este grupo opera desde las áreas tribales de Pakistán, donde encuentra protección entre las numerosas facciones terroristas de la zona, especialmente el TTP y el clan Haqqani. Esto ha hecho que China, principal aliado de Islamabad, haya presionado en varias ocasiones al país vecino para ejercer un control más firme sobre estos elementos radicales.

Hasta el momento, las medidas de seguridad tomadas por Pakistán en Gilgit-Baltistán tras los ataques de febrero y agosto se han demostrado insuficientes. Es de esperar que, en vista del renovado interés de la región como vía de comunicación y de la preocupación china, la seguridad se intensifique todavía más. Aunque, a la vista del conflicto sectario en la zona y de la dificultad de controlar una región tan extensa como abrupta, no se descarta que se produzcan nuevos atentados.

 

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