La grupo iraní Moyahedin-e Jalq consigue salir de la lista de organizaciones terroristas a golpe de lobby.

 

AFP/Getty Images

 

La organización iraní de los Moyahedin-e Jalq nació en 1964 como un grupo de corte islamo-marxista. Había apoyado la revolución de 1979 para derrocar al Sha, había respaldado la toma de rehenes en la embajada estadounidense en Teherán y había adoptado como su lema principal el slogan “Death to America” (Muerte a América) y “Death to imperialism” (Muerte al imperialismo), palabras que componían en gran medida el lenguaje contestatario popular en aquella época. Tras la revolución, un choque de intereses con el ayatolá Jomeini en la repartición del poder ocasionó que el grupo entablara una alianza militar con Sadam Hussein durante la guerra entre Irán e Irak, atacando algunas ciudades del norte de Irán, volando algunas oficinas diplomáticas iraníes alrededor del mundo y atentando contra la vida de influyentes políticos de la República Islámica de la talla de Alí Jamenei, Alí Akbar Rafsanyani y Mohammed Jatamí. Por todo ello, este grupo entró en la lista de organizaciones terroristas de Estados Unidos el 8 de octubre de 1997, tras ser encontrada responsable del asesinato de varios ciudadanos estadounidenses y ser considerada como un peligro para la seguridad internacional.

Pero el pasado 29 de septiembre de 2012, Hillary Clinton decidió eliminar formalmente a los Moyahedin de dicha lista. La justificación se basó en la “falta de pruebas que mostraran su actividad armada tras el desmantelamiento de su campo de operaciones en Irak en 2003”, además de la “buena disposición de trasladar a cerca de 3.000 miembros de aquel lugar al Campo Libertad”, al noreste de Bagdad, como una muestra de su voluntad a seguir una hoja de ruta para convertirse en una organización pacífica de oposición al actual Gobierno iraní.

Pero también es cierto que no solo la voluntad de los Moyahedin es un factor clave de esta decisión. Este hecho también ha constituido el resultado de un largo debate entre aquellos congresistas estadounidenses que defendían, por un lado, la idea de que esta organización constituía una herramienta estratégica para recopilar información en caso de una intervención armada en Irán, y los que abogaban, por el otro, que se trataba de un grupo terrorista de base ideológica antiestadounidense, mercenario y sin una plataforma democrática en el interior de su organigrama. De estas perspectivas, la primera se ha impuesto, no sin antes señalar la intensa labor de lobby que la misma organización ha hecho a lo largo de 15 años en los pasillos de Washington para que así sucediera.

Al tratarse de una maniobra ilegal, los Moyahedin, en tanto terroristas, no podían otorgar dinero directamente a los congresistas estadounidenses, por lo que sus labores de cabildeo tuvieron que diversificarse a través de varias organizaciones no lucrativas o no gubernamentales a “favor de los derechos humanos en Irán” tales como la Comunidad irano-estadounidense de Missouri (IACAM) o a través de particulares como Robab Mahdavieh o Ramesh Sepehrrad quienes, desde Washington, habían servido de contacto para trasladar fondos a los destinatarios correspondientes sin comprometer a los líderes de la organización residentes en París o Londres ni a sus receptores en Washington.

El origen del dinero de estas personas se desconoce. Pero tratándose de recursos suficientes para promover una campaña de tal impacto, algunos expertos como Abol Hassan Bani Sadr o Richard Silverstein han sugerido que el dinero utilizado para el lobby de los Moyahedin en Washington proviene de gente de Israel y de Arabia Saudí que está interesada en golpear militarmente a Irán a corto plazo. En abril de 2012, Seymour Hersh escribió un artículo que dio la vuelta al mundo donde mostraba que el gobierno de George W. Bush había entrenado con labores de inteligencia y espionaje a miembros de los Moyahedin en un campo militar en Nevada, con lo que relucía el interés de algunos círculos en Washington por mantener cerca y controlada a dicha organización ante un posible conflicto militar con Irán.

Así, en los últimos años, figuras políticas como Rudolph Giulianni, Tom Ridge, John Bolton, el ex gobernador de Vermont Howard Dean, el ex Fiscal Michael Mukasey, el ex director del FBI Louis Freeh, entre muchos otros, han celebrado reuniones formales e informales con simpatizantes de la organización en lugares como el Hotel Willard en Washington y han ofrecido discursos ante el Congreso estadounidense para abogar por la salida de los Moyahedin de la lista de organizaciones terroristas. A su vez, ellos también han acudido a diversas manifestaciones en ciudades como Bruselas, Londres, París y Berlín para participar en congresos organizados por el rostro público de la organización, Maryam Rayavi.

Algunos de estos conferenciantes como Rudolph Giulianni o Tom Ridge han declarado que su apoyo a la organización es por convencimiento. Sin embargo, otros han reconocido la aceptación de los viáticos y de cuotas compensatorias que van desde los 10.000 a los 50.000 dólares por discurso tales como el de Ed Rendell, actual gobernador de Pensilvania, quien dice haber aceptado más de 150.000 dólares por parte de los simpatizantes de la organización, así como lo ha hecho Lee Hamilton, un influyente ex congresista quien declaró públicamente la aceptación de “montos significativos” por sus apariciones en público. Otras personas que han aceptado pagos similares por sus servicios han sido el General Jones y el General Zinni quienes han recibido cuotas de entre 20. 000 y 30. 000 dólares.

El hecho de mantener a varias personalidades como las antes citadas en eventos públicos es una estrategia muy conocida en el ámbito del marketing. Se emplea a menudo en las redes sociales, en suscripciones a periódicos o en apoyo hacia asociaciones caritativas y consiste en crear, a partir de un contacto conocido de gran renombre o estatus social, una cierta credibilidad en las acciones que se llevan a cabo para que aquel contacto pueda hacer que otros personajes de su misma categoría o prestigio realicen la misma actividad que él cuando se les requiera. No importa si los conferencistas están convencidos de lo que dicen, o si están bien informados o no, lo importante es tenerlos en el evento y sacar fotografías, firmas o vídeos de su presencia para aumentar la audiencia y visibilidad del evento.

Además de las conferencias con influyentes políticos, los Moyahedin han publicado artículos de opinión en periódicos como The Washington Post o The New York Times, han contratado empresas de cabildeo como diGenova & Toensing o de conferencias como el Washington Speakers Bureau y el International Speakers Bureau con las que se contactaron decenas de legisladores mediante entrevistas y cenas con sus asistentes.

Esta es una pequeña prueba de la inmensa red de contactos e influencias que los Moyahedin tuvieron que tejer para conseguir un apoyo legal en su camino hacia el derrocamiento del régimen iraní, una misión que se nota difícil por sus dimensiones pero que les sirve como el motivo perfecto para mantener su supervivencia política.

 

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