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Las sanciones de la UE a Rusia han servido para saber hasta dónde llegan las lealtades políticas o, si se quiere, si las amistades económicas llegan más lejos. Por ejemplo: a los Balcanes.
La mayoría de las publicaciones sobre los Balcanes tiene un puente como portada. Preferiblemente el Stari most de Mostar, aunque también el Rijeka Crnojevića en Montenegro o el puente de Višegrad en Bosnia y Herzegovina, escenario de la excelsa novela de Ivo Andrić: Un puente sobre el Drina. Viene a ser un poco la postal de la Sabana con el árbol y la jirafa en el caso de África. El puente se relaciona con el intercambio cultural y religioso, con las conexiones Oeste-Este, y así toda una serie de imbricaciones simbólicas, que a veces no son más que estereotipos, pero que son amables si los comparamos con las caravanas humanas o las casas incendiadas de otras muchas publicaciones.
En estos últimos tiempos, los Balcanes han vuelto a los medios por la guerra de Ucrania. La ayuda de Vladímir Putin a los "pro rusos" ha servido para que muchos se acordaran cuando Slobodan Milošević desde Belgrado apoyó (utilizó) a los serbios ...
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