Vista del Stari most de Mostar, Bosnia y Herzegovina (Marco Secchi/Getty Images).
Vista del Stari most de Mostar, Bosnia y Herzegovina (Marco Secchi/Getty Images).

Las sanciones de la UE a Rusia han servido para saber hasta dónde llegan las lealtades políticas o, si se quiere, si las amistades económicas llegan más lejos. Por ejemplo: a los Balcanes.

La mayoría de las publicaciones sobre los Balcanes tiene un puente como portada. Preferiblemente el Stari most de Mostar, aunque también el Rijeka Crnojevića en Montenegro o el puente de Višegrad en Bosnia y Herzegovina, escenario de la excelsa novela de Ivo Andrić: Un puente sobre el Drina. Viene a ser un poco la postal de la Sabana con el árbol y la jirafa en el caso de África. El puente se relaciona con el intercambio cultural y religioso, con las conexiones Oeste-Este, y así toda una serie de imbricaciones simbólicas, que a veces no son más que estereotipos, pero que son amables si los comparamos con las caravanas humanas o las casas incendiadas de otras muchas publicaciones.

En estos últimos tiempos, los Balcanes han vuelto a los medios por la guerra de Ucrania. La ayuda de Vladímir Putin a los "pro rusos" ha servido para que muchos se acordaran cuando Slobodan Milošević desde Belgrado apoyó (utilizó) a los serbios de Kosovo, Croacia o Bosnia y Herzegovina. La diferencia, y no menos importante, es que Ucrania no se acababa de declarar independiente cuando empezó el conflicto, como sí lo hicieron las repúblicas ex yugoslavas por aquel entonces. Como sea, más de 20 años después sigue habiendo tensiones geopolíticas con fronteras de por medio que no se resuelven por vía diplomática. Especialmente el conflicto ucraniano se antoja más complicado, si lo que se quiere es que alguna de las partes gane por la fuerza. ¿La razón? La Federación Rusa no es la misma del año 1991. Y esto se aprecia no solo en el eje de proximidad ruso o en las relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea, sino también en los Balcanes.

El mundo ha ido multiplicando sus puentes, porque también han surgido nuevas potencias o, en el caso ruso, también viejas potencias. No solo el patrocinio del Estrella Roja de Belgrado por la empresa rusa Gazprom era una señal de los intereses rusos en los Balcanes, sino también otros mucho más importantes. No es una cuestión de un vínculo espiritual rusófilo, aunque el goteo de brigadistas balcánicos sea una foto demasiado golosa para los reporteros. En los Balcanes más que paneslavismo hay business as usual, como, por otro lado, siempre lo ha habido. Las sanciones de la UE a Rusia han servido para saber hasta dónde llegan las lealtades políticas o, si se quiere, si las lealtades económicas llegan más lejos.

Serbia y Bosnia y Herzegovina han sido los dos únicos países de la región que oficialmente no van a aplicar sanciones a Rusia. Albania y Montenegro, junto con Croacia, desde un primer momento, las asumieron. Los costes para estos países no son elevados. Arben Halili, director de la Cámara de Comercio del Noroeste de Macedonia da una explicación: "como país somos pequeños, pero también como empresas no producimos lo suficiente como para entrar en los grandes mercados". En Montenegro se cree que más del 40% de las propiedades están en manos rusas, pero, más allá de eso, sus socios comerciales más importantes son los países vecinos y la UE, y, si eso no fuera poco, el país adriático busca con determinación ser miembro de la OTAN.

La negativa de Bosnia y Herzegovina es menos compleja y tiene que ver principalmente con Milorad Dodik, el actual presidente de la República Srpska, que siempre ha privilegiado sus relaciones con las grandes potencias por encima de la soberanía territorial bosnia. Durante la crisis ucraniana ha manifestado su deseo de sustituir los créditos del FMI por otros términos con Moscú, ha declarado su admiración por el referéndum de Crimea —busca que la entidad que preside, de mayoría serbia, se separe de la otra entidad bosnia—, o su costumbre de hacer gala de las amistades que tiene entre la oligarquía rusa; incluso, como se informaba durante los últimos meses, entregándoles concesiones públicas de más que dudoso beneficio para los ciudadanos bosnios.

Desde la Comisión Europea se le dijo a Serbia que no se aprovechara del bloqueo ruso a los productos alimenticios de la UE, principalmente, por una cuestión "moral y solidaria". No fue una advertencia por si acaso, sino que al propio vicepresidente serbio Rasim Ljajić le faltó tiempo para declarar que Belgrado podía aumentar las exportaciones de alimentos de 172 a 300 millones de dólares. La situación serbia, efectivamente, es la más compleja. Al país balcánico las cosas se le complicaron cuando en marzo se abstuvo de apoyar la integridad territorial ucraniana en Naciones Unidas. El primer ministro serbio, Aleksandar Vučić, declaró recientemente: "no puedo ni decir cuántas noches no he dormido a la espera de la paz en el este de Ucrania. Eso solucionaría los problemas de Serbia. Cada disparo ahí me hace temblar". Desde Bruselas ya se investiga si otros países utilizan el sello serbio para colar sus productos en el mercado ruso. Sin embargo, Serbia ya sacó partido de su tratado de libre comercio con Rusia, y la balanza comercial así lo manifiesta. De todos modos, como dice el politólogo Dimitar Bechev, "es difícil ser duro con Serbia por vender frambuesas cuando Francia vende buques de guerra".

Más delicado que el intercambio de sanciones — que terminará perjudicando a los propios agricultores europeos—, es la construcción del South Stream. El gaseoducto recorrerá desde Rusia, Bulgaria, Serbia, Hungría, Eslovenia e Italia, además de los ramales a otros países. Prácticamente todos los costes de inversión corren a cargo de la empresa rusa Gazprom. El negocio es redondo, coinciden los analistas. A cambio de los favores políticos de recibo, la zona evita el tránsito de gas por Ucrania (única fuente de gas para el sudeste europeo), anula futuros contenciosos ruso-ucranianos como el de 2009 —que se anticipa que pueda volver a ocurrir este mismo invierno— y, por otro lado, se garantiza la seguridad en el suministro. Este proyecto es la alternativa a proyectos como Nabucco o Trans Adriatic Pipeline, ya que atraviesa solo países socios de la UE y satisface las necesidades continentales actuales y futuras. La idea es que el gaseoducto esté terminado en 2015 y consiga su capacidad máxima en 2018. Sin embargo, hay dos obstáculos: los recelos legales de la Comisión Europea y el propio conflicto ucraniano, que hace que el intercambio de sanciones económica y la cohesión energética sean dos estrategias difícilmente sostenibles en la coyuntura actual. Jože Mencinger, el político esloveno, lo ve así: "Si somos sinceros, a los europeos no nos preocupa la democracia en Ucrania o donde sea, sino que lo que nos importa es calentarnos en invierno".

La interdependencia económica, sobre todo, en el plano financiero, hace que las sanciones a Rusia tengan difícil aplicación en el sudeste europeo. La última ronda de sanciones impuesta por la UE excluiría a las filiales bancarias rusas que no operan dentro de las fronteras de la unión. En otras palabras, las filiales de bancos rusos como Sberbank o Vneshtorgbank no sufrirían daño directo aunque actúen en países candidatos a la Unión. Y es que en la tesitura económica actual, los países del sudeste europeo necesitan crédito y Rusia es uno de los proveedores más fiables. No en vano, se habla de las ayudas crediticias en el sector energético serbio, como también de la posible adquisición por capital ruso del banco austriaco Hypo Alpe Adria, muy presente en toda la región, lo que en un artículo de la revista Forbes ha sido definido como "un caballo de Troya" para Bruselas.

Las circunstancias actuales permiten que se haga válido el refranero local: "No se puede tener el cabrito y el dinerito" (ne može jare i pare). Sin embargo, los países balcánicos buscan cómo sobrevivir no solo política, sino también económicamente en medio de las turbulencias ucranianas. De hecho, hay otro puente muy conocido en la región: "el Triple Puente" de Ljubljana. Eso es, estar en tres orillas a la vez: la UE, Rusia y los propios intereses nacionales. Está por verse cómo afectan las sanciones a las grandes potencias y también a los países balcánicos. Sean desleales o no, los Balcanes ahora mismo son utilizados para desunir. Y eso sí se puede decir que perjudica no solo a los Balcanes, sino también a Rusia y a la UE.