Arrecian las críticas sobre la gestión del presidente egipcio en un país totalmente polarizado.

 

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El 30 de junio el primer presidente elegido en las urnas en Egipto tras la revolución, el hermano musulmán Mohamed Morsi, cumple su primer año de mandato. Han sido 12 meses largos e intensos en la transición iniciada tras el derrocamiento de Mubarak en 2011. Un año en el que ha habido más sombras que luces y en el que los egipcios han sentido que poco o nada han avanzado en el proceso democrático. Tanto es así que el mismo día 30 muchos desean que sea el último que Morsi pase al frente de la nación árabe.  Mientras, al menos otros tantos quieren exactamente lo contrario (y están dispuestos a pelear por ello en las calles). Tal es la polarización del país. Los jóvenes de Tahrir quieren borrón y cuenta nueva; el Ejército permanece latente pero dispuesto a sacar los galones a relucir en cualquier momento; los islamistas sacan pecho y las minorías cristianas buscan solución a sus problemas más fuera que dentro de un país en el que se sienten en peligro de extinción.

He aquí un repaso a estos últimos 12 meses de gobierno de los Hermanos Musulmanes.

 

¿Quién lleva los pantalones?

A Mohamed Morsi le encantaría poder decir que ese proyecto de Renacimiento que voceó durante su campaña va dando frutos, pero lo cierto es que ni él ni los Hermanos han conseguido poner en marcha ese proyecto de salvación para Egipto. También le encantaría decir que después de sus éxitos políticos tras la crisis de Gaza (el bombardeo de Israel contra la Franja), de noviembre pasado su cariz de líder ha tomado fuerza. Para su disgusto, no ha sido así. Cada vez más voces hablan de Morsi como el hombre de paja, el convidado de piedra, cuyos hilos maneja la hermandad de los Hermanos Musulmanes y, más concretamente, Khairat al Shater. El ingeniero fue el primer postulante de la hermandad a la presidencia, pero su pasado convicto le impidió concurrir a los comicios por lo que Morsi saltó del banquillo al escenario sin apenas tiempo de atusarse la barba. Por lo tanto, no es de extrañar que en una cofradía tan estricta en su cadena de mando y en su toma de decisiones el hecho de poner rostro a la presidencia no sea más que un mero convencionalismo (ineludible democráticamente hablando), para que los hermanos en su conjunto, encabezados por el verdadero líder político de la hermandad, Khairat al Shater, controlen la deriva del país.

 

La transición: un pasito para adelante, un pasito para atrás

Aunque pudiera parecer lo contrario en este último año, Egipto ha retrocedido más de lo que ha avanzado. De hecho, el país del Nilo parece más inmerso en un eterno retorno temporal obligado a repetir sus errores, que en una transición que avance en alguna dirección (sea la que fuere). Para muestra un vistazo a los acontecimientos de los últimos meses: Mubarak y sus hijos entran y salen de los juzgados mientras se suceden los aplazamientos y el público pierde el interés; tan bajas son las expectativas de que se haga justicia. El único órgano democrático elegido en las urnas aún en pie, el Consejo de la Shura, ha sido declarado inconstitucional. La Cámara alta egipcia podría ser disuelta tras las legislativas que, tras un año sin Parlamento no tienen fecha de celebración. Lo mismo ocurre con la Carta Magna después de que la Asamblea Constituyente que la redactó fuera también declarada inconstitucional por el alto Tribunal. Ahora la calle pide nuevas elecciones presidenciales, pero sin un Parlamento desde junio de 2012, con una Cámara alta que deberá ser disuelta tan pronto como haya Cámara baja, con una Constitución en entredicho y la economía por los suelos se hace difícil imaginar que el país esté preparado para reiniciar el proceso, aunque quizá fuera lo deseable por una amplia mayoría en las calles (Morsi llegó a la presidencia con el 51% de los sufragios y ha perdido apoyos en los últimos meses).

 

La constitución: oír, ver y callar

La vigente Carta Magna ha costado, literalmente, sangre sudor y lágrimas.  Hecha por y para los islamistas, el resto de tendencias de toda índole abandonaron la Asamblea Constituyente donde aseguraban que no se les escuchaba ni se tenían en cuenta sus opiniones (la mayoría de miembros de los Hermanos Musulmanes así como de los salafistas era abrumadora). El texto llegó sembrado de polémica tras un decreto de Morsi, en el que se blindaba él y a sus decisiones a la justicia hasta que hubiera una Constitución,  y con el que forzaba a los ciudadanos a aceptar sí o sí la propuesta que saliera del consejo.

El punto de fricción más relevante es el que se refiere a la sharia. Para los no islamistas  la Ley deja abierta la puerta a interpretaciones extremistas. En el texto legal todo lo referente a la ley islámica es tan genérico como multiuso: la Constitución repite en su artículo 2 lo enunciado en la Carta de 1971 por el que se eleva la ley coránica a “fuente principal de toda legislación”, estribillo al que casi ningún egipcio, fervoroso o no, se opondría. Y para definir los principios de la misma entrega a la histórica universidad de Al Azhar autoridad absoluta para interpretarla.  El peligro radica en una institución dominada por Hermanos Musulmanes, algo que los propios religiosos han denunciado y por lo que se han manifestado.

Tanto o más significativos son, sin embargo, los artículos con los que se compra a los generales. El 197 pone fuera de todo escrutinio parlamentario el presupuesto militar, competencia exclusiva de un Consejo Nacional de Defensa inflado de altos mandos; y el 198 permite el juicio de civiles por el fuero militar, cuando “dañaran al Ejército”.  Perpetuando así los juicios militares a civiles, cuyo fin ha sido una demanda desde la revolución.  El artículo 48 establece que “la libertad de prensa está garantizada”, pero siempre “de acuerdo con los principios básicos del Estado y la sociedad”, una coletilla preocupante para muchos reporteros, sobre todo si su interpretación correspondiera a una judicatura dominada por los islamistas.

 

El Ejército: ¡armas al hombro!

Aunque Morsi se encargó de silenciar a los que se oponían a la hegemonía de la hermandad,  tan pronto como llego al poder hace un año. Los militares siguen siendo la pieza clave del complicado puzle egipcio. Siempre en la sombra, los generales se han asegurado en la Constitución las prebendas sobre su presupuesto y el poder de juzgar a los que amenacen su estatus. Además, tampoco han perdido la oportunidad de enseñar la patita cuando ha sido menester para presentarse como pacificadores y guardianes del país. Aunque lo cierto es que su imagen se ha visto muy deteriorada tras su año de regencia.  En los últimos días  el comandante jefe de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa, Abdel Fatah el Sisi (piadoso general favorable a la Hermandad), manifestó que el Ejército ha evitado “intervenir en la batalla política en la última etapa”, pero que no se quedarán callados “si el país se desliza hacia un conflicto difícil de controlar”.  Aunque El Sisi  argumentó que las Fuerzas Armadas han trabajado con “neutralidad total” y se ha alejado de la política desde que Morsi asumiera el poder, lo cierto es que no han dejado de blandir sus sables para recordar a los islamistas quién les allanó el camino al palacio de Heliópolis. Aunque los rostros, los nombres y las alianzas han cambiado, el Ejército sigue siendo el tercer pilar en el que se apoya el Estado egipcio junto con la presidencia y la religión, tan próximas estas últimas ahora.

 

La judicatura: la ley del más fuerte

El de Morsi ha sido un año plagado de pequeñas batallas para eliminar oponentes y asentar simpatizantes en todas la estructura del Estado. Si bien la revolución no podía acabar de un plumazo con el viejo régimen, el presidente ha ido sustituyendo peones sobre el tablero, enrocándose con aquellos alfiles que resultaran oportunos o en el peor de los casos sacrificando algún caballo. Pero hay torres que son muy difíciles de esquivar y la judicatura está siendo el talón de Aquiles de este hermano. La purga de los jueces que sigue a la emprendida el pasado agosto contra la cúpula militar le está costando a Morsi algún disgusto. El rais trata de erigirse como defensor del ideario revolucionario, pero al mismo tiempo desplaza a quienes eran afines a Mubarak para colocar a sus propios simpatizantes. Pretende que el consejo de la Shura (dominado por islamistas) que tiene el poder legislativo (en ausencia de Parlamento) apruebe una ley que permite entre otras cosas rebajar la edad de jubilación de 70 a 60 años. Por un lado puede parecer que Morsi intenta limpiar el poder Judicial, pero las denuncias de la oposición ponen el acento más bien en que sus pretensiones son forzar la jubilación de casi 3.500 jueces para permitir la incorporación de nuevos togados afines a la Hermandad.

 

Egipto en el mundo: los amigos de mis amigos son mis amigos

Pocas novedades hay en cuanto a las relaciones exteriores egipcias en este último año. Estados Unidos ha ratificado su apoyo a Morsi y este ha intentado fortalecer lazos procurando no contrariar a Obama. El ejemplo más claro de apoyo fue el espaldarazo de Hillary Clinton durante la última ofensiva israelí contra la franja de Gaza que le presentó ante mundo como líder pacificador, aliado de Occidente y actor clave para controlar a Hamás. Pero el olvido de Palestina y de la Franja de Gaza en particular ha sido notorio por parte de un presidente que comparte con los islamistas de Hamás, que gobierna en Gaza, el ideario de los Hermanos Musulmanes. Lejos de aliviar el bloqueo, este se ha mantenido y reforzado con la inundación de los túneles que pasan bajo la frontera abasteciendo la Franja de los productos básicos y cerrando con frecuencia el paso de Rafah, aislando a sus vecinos en su abandono por parte de la comunidad internacional y endureciendo las ya de por sí inhumanas condiciones de vida en la que sobreviven los gazatís. Para regocijo de los vecinos del otro lado de la línea verde, con los que Morsi mantiene un conveniente status quo y a los que ha ratificado su intención de no tocar lo referente a Camp David.

 

La libertad de expresión. ¿Quién dijo miedo?

Seis meses bajo la presidencia de Mohamed Morsi fueron suficientes para darse cuenta de que su relación con el cuarto poder no iba a ser un idilio. Los tribunales egipcios abrieron en ese medio año más causas judiciales por “insultar” al rais que durante los 30 años de gobierno de Hosni Mubarak. Un informe publicado por la Red Árabe de Información sobre Derechos Humanos (ANHRI, por sus siglas en inglés), aún va más allá: en la era Morsi, estos procesos superan los iniciados en los últimos 120 años.

Encarcelación de informadores y opositores, acoso a medios de comunicación y un largo etcétera de torturas y detenciones a cualquier voz contraria han desatado duras críticas entre periodistas y organizaciones de la sociedad civil egipcia ante una caza de brujas contra aquellos medios hostiles a los Hermanos Musulmanes.

Morsi creyó que podía engañar a alguien derogando una ley que permite encarcelación preventiva de periodistas por insultos al presidente. Sin embargo, ejemplos recientes de esa práctica de acoso continuada demuestran que esos derechos siguen siendo vulnerados.

 

Los derechos humanos. ¿Derechos de qué?

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Los miembros de la hermandad de los Hermanos Musulmanes estuvieron entre los que con más dureza sufrieron la represión del régimen de Mubarak: tortura en las cárceles, detenciones ilícitas… Por ese motivo tal vez muchos creyeron en Egipto que la defensa de los derechos humanos sería uno de los bastiones de la legislatura de Morsi, que había prometido gobernar para todos los egipcios. Poco después la realidad mostraba que en la agenda del Presidente no estaba la defensa ni la mejora de las condiciones de los derechos fundamentales de los individuos. En febrero varias de las principales organizaciones de derechos humanos del país denunciaron que la situación en este campo se había “deteriorado rápidamente” en ocho meses de presidencia. Y no solo eso, sino que las 21 instituciones firmantes (entre las que se encuentran algunas de las más importantes de Egipto como el Instituto de El Cairo para Estudios de Derechos Humanos, la Iniciativa Egipcia para Derechos Personales y el Centro para los Derechos Económicos y Sociales) afirmaban que la situación era mucho peor que con Mubarak. El país tan solo “ha cambiado de una forma de autoritarismo a otra”, según estas organizaciones, aunque “con algunas nuevas características”: bajo Mubarak la independencia judicial y la libertad de la prensa nunca fueron atacadas tan ferozmente.

Además, acusaron a los seguidores de los Hermanos Musulmanes de haber llevado a cabo con sus propias manos ataques a manifestantes, e incluso de torturarlos, “un trabajo sucio que, en la era del anterior presidente, se dejaba en manos de las fuerzas de seguridad y sus matones a sueldo”.

En el caso de las mujeres no ha sido mucho mejor. Las tasas de acoso sexual y de violencia instrumentalizada contra ellas para conseguir alejarlas de la escena pública alcanzan cotas inimaginables. El 99,3% de las mujeres sufren algún tipo de acoso a diario. La respuesta del Gobierno para atajar este problema ha sido nula y la de sus políticos una vergüenza. Tras una oleada de violaciones en Tahrir durante unas manifestaciones un miembro del consejo de la Shura señaló: “Las mujeres a veces provocan que las violen poniéndose a sí mismas en situaciones en las que pueden ser violadas. […] Si una mujer se une a las protestas entre un grupo de matones y vagabundos debería protegerse a sí misma en lugar de pedir al ministerio del Interior que la proteja”.

 

La ciudadanía: conmigo o contra mí

Un presidente títere de la hermandad musulmana; una transición que no avanza; un Ejército comprado y cada vez más afín al nuevo régimen; una judicatura amenazada; una Constitución para unos pocos (los mismos); unos medios de comunicación amordazados; unos derechos humanos olvidados en el mejor de los casos…  La sociedad civil: los ciudadanos de a pie, los jóvenes de Tahrir, las madres de los mártires, la oposición, las minorías, los cristianos… y al otro lado los islamistas. La polarización del país ha sido inevitable en estos últimos 12 meses. La fractura de un Estado que necesita medidas urgentes para relanzar su economía, que pende de la ayuda exterior para sobrevivir y que deberá afrontar una reestructuración de sus instituciones seria y profunda, es cada vez más patente. Morsi ha conseguido en un año quizá una de las cosas más difíciles de lograr: unir en su contra a todos los sectores no islamistas de la sociedad egipcia. Si bien es cierto que la cohesión es frágil, no es menos cierto que sectores mubarakistas y liberales, comunistas y cristianos se juntan los días de protesta y diseñan sus pancartas y consignas con un lema común: abajo el régimen de Morsi. A Mubarak le costó tres décadas despertar críticas tan encendidas como las que ha logrado el actual presidente en apenas un año. Y aún así entre los críticos del depuesto faraón aún hay quien ensalza algunas de sus políticas de los primeros años. A Morsi sólo se le valora esa incapacidad supina para lograr diálogo o un leve consenso. El 30 de junio la protesta vuelve a las calles con el país dividido. Más de 15 millones de ciudadanos han firmado para que haya elecciones anticipadas y Morsi deje el poder. Y lo único que aflora a la superficie es el descontento generalizado y la capacidad de superación de los egipcios que no piensan permitir que ningún nuevo faraón se acomode en el poder y que han perdido el miedo a salir a la calle a protestar y a morir.

 

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