Kumanovo al norte de Macedonia. (Robert Atanasovski/AFP/Getty Images)
Kumanovo al norte de Macedonia. (Robert Atanasovski/AFP/Getty Images)

¿Está el Gobierno macedonio intentando instrumentalizar las manifestaciones sociales del país balcánico dándoles un tinte étnico que, por el momento, no tienen?

Era la media noche del miércoles en Skopje. El Festival del Vino llegaba a su fin y uno de los espectadores, tambaleándose, fue a abrazar a uno de los músicos. Enis Hadžić Enko, cantante de la banda macedonia Last Expedition, se lo quitó de en medio mientras el guardia de seguridad sacaba al espontáneo del escenario. Inmediatamente, Enko, le dijo al público con cierta inquietud: "Todo bien, todo bien, todos tranquilos". Para luego, seguidamente, gritar por el micrófono: "que ya estamos cansados de tanta brutalidad". El público aclamó al músico. La fiesta continuó.

Skopje vive días de manifestaciones o, más bien, vive meses de manifestaciones. El martes 5 de mayo las protestas llegaron a su apogeo, con choques entre los asistentes y la policía que acabaron con varios heridos y algunos cristales rotos. Pero también con la imagen de una fila de mujeres protegiendo del lanzamiento de objetos a un edificio gubernamental.

La revelación de unas escuchas (bombas) que involucran al Gobierno en un plan para encubrir el asesinato de Martin Neshovski en 2011, un joven de 22 años, coincidiendo con la victoria electoral del partido VMRO DPMNE, presuntamente, por miembros de las fuerzas especiales, caldearon los ánimos de los manifestantes. Las protestas contra la brutalidad policial, a su vez, surgen después de la revelación de unas escuchas ilegales sobre personas de interés público, al parecer ordenadas por el Ejecutivo de Nikola Gruevski, que afectarían a más de 20.000 personas, y cuyas grabaciones habrían llegado a las oficinas del líder de la oposición Zoran Zaev. Nikola Gruevski se defiende acusando a la oposición y a supuestos servicios de espionaje extranjero de estar detrás de ellas, con el propósito de arrebatarle la jefatura, donde se encuentra desde 2006.

Estos son los incidentes más graves que vive el país desde 2001, cuando el conflicto abierto entre los rebeldes albaneses del Ejército de Liberación Nacional y la policía macedonia llevaron a la firma del Acuerdo de Paz de Ohrid, por el que se adoptaba un pacto de convivencia multiétnica entre macedonios y albaneses. Hace unas semanas los medios informaban sobre un ataque terrorista perpetrado por 40 albano-kosovares a una comisaria de policía en Gošince, al norte en la frontera con Kosovo. El flujo de informaciones confusas y contradictorias terminó por ser interpretado por gran parte de los críticos con el Gobierno como una iniciativa de los poderes estatales por revivir el conflicto étnico en el país con la idea de consolidar la figura de Nikola Gruevski.

Del mismo modo, los incidentes en Kumanovo, donde un grupo armado formado por menos de un centenar de hombres —según las autoridades, provenientes de Kosovo—, tuvo la ciudad en estado de guerra desde la madrugada del sábado al domingo, matando a 8 policías —14 miembros del grupo armado murieron en el ataque—, igualmente pueden ahogar las protestas contra el Gobierno ante la gravedad de este suceso. Estos enfrentamientos se producen justo cuando el Ejecutivo vive su peor momento, hay mayor nivel de controversia pública y la oposición ha anunciado nuevas informaciones relativas al asesinato de cinco macedonios a manos de un grupo de albaneses en el lago Smilkovci en 2012, sobre el que ya se dictó sentencia condenatoria de cadena perpetua.

Sin embargo, estas movilizaciones no surgen de forma aislada. Parten de una corriente más amplia en la que se han ido integrando diferentes sectores de la sociedad civil (estudiantes universitarios, profesores, alumnos de secundaria y sus familiares, profesionales autónomos y empleados de empresas públicas en quiebra). El éxito de las movilizaciones estudiantiles que comenzaron a finales del 2014 y que terminaron con la renuncia del Ejecutivo a incluir por el momento esas nuevas enmiendas a la ley universitaria, supusieron una de las pocas experiencias exitosas de movilización civil que ha vivido no solo Macedonia, sino toda la región desde la fragmentación yugoslava. Con una consecuencia sobrevenida: los plenums se han afianzado como práctica asamblearia a nivel regional, fundamentados en la lucha contra el seguidismo étnico y contra la adhesión acrítica a los partidos en el Gobierno.

Formato heredado de las movilizaciones en la Federación de Bosnia y Herzegovina en febrero de 2014, los plenums macedonios adelantan que el elemento étnico de la movilización puede desactivarse cuando la identidad y su reivindicación quedan al margen de las proclamas en contextos multiétnicos, como es el escenario social en Skopje (macedonios, albaneses, serbios, turcos, bosníacos…). Este fue el caso de las movilizaciones organizadas tras la muerte en el mes de febrero de la niña Tamara Dimovska, enferma de deformidad espinal, que no recibió los tratamiento debidos por parte de las instituciones públicas, y que terminó con dos dimisiones de cargos oficiales y unas disculpas públicas del ministro de Sanidad.

Macedonia, del año 2009 hasta el 2014, ha pasado según el indicador sobre libertad de prensa de Reporteros sin Fronteras del puesto 34 al 129. Los organizadores de las manifestaciones, entre los que se encuentra el periodista de 24 Vesti, Ognen Janeski, tienen claro que no es esto su único obstáculo: también están las reacciones que se puedan producir a partir de las contramanifestaciones, las provocaciones violentas que puedan reventar las protestas o los costes implícitos derivados de la oposición al Gobierno, que guarda un gran ascendente sobre la administración pública y sus trabajadores. Desde el Ejecutivo y afines se acusa a los manifestantes de antipatriotas y de estar al servicio del magnate George Soros (sorosoidi).

En otro orden de cosas, la coalición que lidera Nikola Gruevski, donde se incluyen partidos de corte étnico albanés, serbio, turco o roma afronta un grave problema de credibilidad, pero, en cualquier caso, representa una estructura asentada durante casi 10 años. En el lado contrario, el partido en la oposición (Unión Social Democrática), no goza del favor de muchos manifestantes, como, igualmente, tampoco los propios manifestantes se identifican con ninguna fuerza política en particular que tenga suficiente músculo como para contrarrestar la mayoría parlamentaria que atesora el VMRO-DPMNE.

La UE quiere mediar entre los partidos en disputa. Pero está más preocupada por los ecos de la crisis ucraniana y por la estabilidad en la región, lo que hace que las movilizaciones necesiten adoptar más que nunca una forma pacífica, que seduzca al conjunto de la sociedad macedonia, escéptica ante cualquier cambio, y que, además, sean unas movilizaciones que gocen de las simpatías de la opinión pública internacional. Por otro lado, esta estrategia de la Unión reduce la tensión política a una disputa entre Gobierno y oposición, ignorando que las voces críticas no se identifican en muchos casos con ninguno de los dos líderes. Todo esto, sin olvidar, que ambos políticos pueden ser procesados por la justicia por escuchas ilegales o corrupción si salen derrotados del combate político.

Al grito de "dimisión", "asesinos" o "no hay justicia no hay paz", Macedonia se encuentra en un nuevo estado de eclosión civil, en contrapartida al tradicional nacionalismo étnico o a las decepciones sufridas por los perdedores de la transición. La perspectiva de futuro puede afianzar una nueva masa crítica, referencia para la libertad de expresión, la lucha contra la corrupción o las resistencias a los abusos de poder, pero no parece que eso sea una prioridad para ninguna de las partes involucradas con la excepción de los propios manifestantes.

Tanto la potencial crisis étnica que se pueda producir en Macedonia como resultado de los trágicos sucesos de Kumanovo, como también el desencuentro que vive Macedonia con Grecia por la denominación oficial (FYROM-Macedonia), son problemas de suficiente calado como para que el brazo crítico de las movilizaciones sea doblegado ante el peso de la geopolítica del momento y que los miedos a las complejas relaciones de vecindad anulen el interés por los problemas de la sociedad civil macedonia. Miedos que parecen quedar neutralizados sobre el tablero internacional por el hecho de que Macedonia se encuentra rodeada de miembros y aspirantes al club europeo.

No obstante, el perfil del manifestante medio estos días en Skopje es más pacífico y responsable que el que tuvo las protestas nacionalistas de los años 90. Aquellas que llevaron a que hoy nos parezca que cualquier protesta civil en los Balcanes puede desestabilizar la región, aunque de fondo, en realidad, se encuentren como detonantes las escuchas ilegales, la brutalidad policial y el asesinato encubierto de un joven de 22 años. Y no un conflicto étnico que, de darse, sería más bien un proyecto de ingeniera política que nada tiene qué ver con el pulso de la mayoría social y, mucho menos, con estas manifestaciones.

La música sonó muy alta en el concierto de Last Expedition y, sin embargo, todos se fueron a casa de forma pacífica. Hay más manifestaciones convocadas. El riesgo, como ocurrió en Bosnia y Herzegovina en el invierno de 2014, es que la instrumentalización del conflicto étnico fragmente el sentimiento de cohesión civil que se ha ido forjando lentamente. Una vez superado el escepticismo entre una parte de la vanguardia crítica local, Europa puede seguir perdiendo su batalla contra el nacionalismo étnico si se permite que la política en los países balcánicos se reduzca al esquema binario "patriota y antipatriota". En realidad se trata de cambiar el hilo musical, especialmente cuando el concierto se celebra en el jardín de tu casa y hace tiempo que estamos en primavera aunque el cielo a veces nos parezca nublado.