Cuando España asuma la presidencia de la Unión Europea el 1 de enero, será necesario hacer malabarismos. Desde el punto de vista del desarrollo, José Luis Rodríguez Zapatero se encontrará con dos bolas en el aire. Es importante que no deje caer ninguna de ellas.

La primera bola está relacionada con las consecuencias del tratado y los cambios de personal que se encuentran ahora en las últimas fases de negociación. Éstas podrían ser favorables para el desarrollo, o no. Incluso sin Lisboa, habrá un nuevo equipo de comisarios, con nuevas responsabilidades. Con Lisboa, existirá además un presidente del Consejo, un nuevo puesto de alto representante de Asuntos Exteriores que responderá ante dos órganos, y un nuevo cuerpo diplomático europeo, el Servicio de Acción Exterior. Si todo sale bien, el desarrollo internacional contará con una voz fuerte e independiente, dirigida por un comisario experimentado y capaz que tendrá el control de la infraestructura y los instrumentos necesarios para abordar la pobreza y ayudar a los países en vías de desarrollo ante retos como el cambio climático.

Si todo sale mal, el desarrollo acabará enterrado en un aparato general de política exterior y subordinado a los intereses de los Estados miembros de la Unión. Mi miedo, y lo digo como alguien que ha dirigido un think tank, es que el comisario de Desarrollo no tenga más atribuciones que las del responsable de un grupo de estudio, dedicado a publicar documentos llenos de aspiraciones políticas que pocos leen y nadie se toma en serio. Un comisario europeo que sea equiparable al director de un think tank: triste destino, sin duda.

Si todo transcurre según lo previsto, cuando comience la presidencia española ya se habrán tomado las decisiones fundamentales, y se habrán tomado bien. Sin embargo, es posible que haya retrasos; se ha hablado del 1 de febrero como fecha para que empiece el nuevo equipo. No obstante, incluso en el mejor de los casos, el Año Nuevo coincidirá con la llegada a Bruselas de un nuevo grupo de líderes cuya primera obligación será poner en práctica el mayor cambio estructural de las relaciones exteriores que ha vivido Europa. El presidente tendrá que definir su papel. El alto representante deberá resolver lo que supone responder ante dos órganos, el Consejo de jefes de Estado y la Comisión, del que será vicepresidente. Habrá que crear el Servicio de Acción Exterior desde cero, con gente sacada de los Estados miembros, el Consejo y la Comisión. Es muy fácil que se produzca un bloqueo o una parálisis institucional. ¿Qué tendrá que hacer la presidencia? Mantener la bola en el aire y el proceso en marcha.





























           
España tendrá que actuar como mediador neutral, poniendo a prueba acuerdos y construyendo consensos
           

Es necesario que lo haga porque los problemas de desarrollo no pueden esperar a que la Unión Europea desmonte y reconstruya su motor. La urgencia de la acción para el desarrollo es la segunda bola de malabarista. Veamos el panorama con el que se va a encontrar José Luis Rodríguez Zapatero.

En primer lugar, y a pesar de las proyecciones optimistas sobre la recuperación del comercio global y el crecimiento mundial, la crisis financiera no ha terminado. España lo sabe bien, puesto que alberga la mitad del paro extra en Europa. En los países en vías de desarrollo, unos 100 millones de personas se han visto empujadas a la pobreza o no logran salir de ella, e intentan lidiar con las consecuencias combinadas de las crisis alimentaria, financiera y de combustible. Algunos Estados saldrán de la crisis con índices de crecimiento casi iguales: se espera que en 2009 China crezca un 8% e India un 6%. Otros tardarán años en recuperarse. La industria textil en Camboya, por ejemplo, ha sufrido cierres de fábricas a gran escala y ha perdido más de 50.000 puestos de trabajo. La UE es el principal socio comercial de los países en vías de desarrollo y el mayor donante de ayuda del mundo, y tiene una amplia representación -algunos dicen que demasiado amplia- en el G-20. ¿Qué tipo de ayuda proporcionará la UE, y qué clase de liderazgo?

Segundo, el clima. Tanto si Copenhague tiene éxito como si no, y sea cual sea el significado de éxito en este contexto, habrá una montaña de trabajo sobre la vigilancia de las emisiones, cómo financiar la mitigación y la adaptación, y cómo prepararse para el desarrollo y la transferencia de nuevas tecnologías. Está prevista una Conferencia de las Partes sobre el clima que se celebrará en México en 2010. Habrá oportunidades de nuevas iniciativas en cooperación al desarrollo, que sitúen los modos de vida resistentes al clima en el centro de la estrategia. Pero también habrá, sin duda, un aumento de las demandas humanitarias, como se ha visto en Asia en las últimas semanas. El comisario de desarrollo y los ministros del ramo deberán estar alerta ante el riesgo de que se desvíe dinero de los presupuestos de ayuda destinado a otros fines hacia la acción sobre el clima.

En tercer lugar, las preocupaciones históricas sobre la pobreza no han desaparecido. Todo indica que los Objetivos de Desarrollo del Milenio no van a hacerse realidad, especialmente en África. El hambre está en aumento. En noviembre de 2010 se celebrará una Cumbre de Revisión de los ODM. España ha demostrado liderazgo en materia de pobreza, hambre y Objetivos del Milenio, entre otras cosas como reflejo de un compromiso personal de Zapatero. La presidencia, desde luego, querrá garantizar que esta cuestión siga siendo una prioridad europea.

La lista podría continuar: nuevas estrategias en Estados frágiles, pacificación y mantenimiento de la paz, compromisos de la UE respecto al volumen y la eficacia de la ayuda, coherencia política en agricultura, migraciones, propiedad intelectual y comercio. Lo importante es que las necesidades de desarrollo son muchas y el papel y la responsabilidad de la UE, importantes. España ocupará la presidencia cuando la Comisión presente su paquete de primavera de medidas de ayuda y otros aspectos de la política de desarrollo. ¿Querrá la presidencia española reconsiderar o reinterpretar también el Consenso sobre Desarrollo de la Unión?

La presidencia europea tiene un doble papel. Por un lado, España tendrá que actuar como mediador neutral, poniendo a prueba acuerdos y construyendo consensos. Por otro, este semestre ofrece una oportunidad de liderazgo, de trazar una visión y abrir nuevas oportunidades de conversación. No cabe duda de que el gobierno de Zapatero querrá mantener las bolas en el aire.