La situación en el Golfo de Adén y las costas de Somalia está fuera de control. La permanente guerra civil que se vive en la antigua colonia italobritánica desde 1991 ha llevado al país a la anarquía. Sus costas se han convertido en un mar fallido (término acuñado por el profesor español Fernando Fernández Fadón), dada la incapacidad de un poder central para controlar sus espacios marítimos, con repercusiones en la seguridad regional o internacional. Nigeria o Bangladesh, que se encuentran a la cabeza del ranking de Estados fallidos que elaboran FP y el Fondo para la Paz, tienen importantes problemas de piratería en sus costas. Otras regiones que padecen este fenómeno, como Indonesia y Filipinas, han visto aumentar la inseguridad en sus mares y estrechos durante los periodos de crisis. Somalia, primer país de la lista de Estados fallidos, se encuentra en pleno colapso. En palabras del profesor de Harvard Robert Rotberg, “un Estado colapsado es una versión rara y extrema de un Estado fallido. La seguridad es sinónimo del imperio de los fuertes. Se trata de una mera expresión geográfica, un agujero negro en el que la organización política fallida ha caído”. Este no-Estado está dominado por señores de la guerra que, como describe la ONU, se caracterizan por un mando y control deficientes, jerarquías informales, lealtades volátiles, escisiones frecuentes y alianzas cambiantes. Al problema de desgobierno se suman las catástrofes humanitarias, el aumento de la inseguridad regional y el peligro de consolidación de grupos armados, aliados con el terrorismo yihadista, como Al Shabab.

El bloqueo de carreteras, el secuestro y la extorsión que practican los grupos armados como medio de financiación se han trasladado al mar y son capaces de proyectar inseguridad a la ruta marítima estratégica que une los puertos de Asia, Oriente Medio y Europa. Esto ha provocado el incremento de los seguros de los navíos que transitan la región, aumentando el coste del transporte de contenedores, que por millones transitan el Golfo de Adén.

En 2008, se produjeron 111 incidentes, con el resultado de 42 barcos secuestrados. En el primer trimestre del año 2009, llevan 61 ataques, a pesar de la presencia de una formidable flota de guerra multinacional. La piratería se ha convertido en el negocio más lucrativo del país, que se estima generó en 2008 entre veinte y cuarenta millones de dólares. Estos ingresos han permitido a las milicias marítimas su rearme y la mejora de su organización. Según Naciones Unidas, los grupos piratas disponen de entre 1.000 y 1.500 hombres. Organizados según criterios de clan, se agrupan en dos redes principales, localizadas en Puntlandia y Somalia Central. Con el tiempo se han producido sinergias entre los grupos armados, las organizaciones criminales y los traficantes. De esta forma, los piratas somalíes practican el contrabando de armas, sobre todo desde Yemen, que mantiene, gracias a un suministro constante, la maquinaria de guerra. Algunos grupos trafican con personas con la connivencia de las autoridades. De hecho, algunos de ellos rivalizan con las autoridades somalíes o las superan en cuanto a su capacidad militar y bases de recursos, lo que augura un oscuro futuro en la región.