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El Presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, es bienvenido por el líder sudanés, Omar al Bashir en su llegada a Jartum, diciembre 2017. Ashraf Shazly/AFP/Getty Images

El creciente interés geopolítico sobre el Mar Rojo está desarrollando un nuevo frente conflictivo que involucra directamente a Egipto, Turquía, Sudán y Eritrea, pero en el cual se ven colateralmente inmersos otros actores como Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Estados Unidos, Qatar, Israel, Rusia y China. La crisis in crescendo en el Mar Rojo revela los alcances provocados por los recientes cambios en cuanto a esferas de influencia que está transformando la geopolítica entre Oriente Medio, el Golfo Pérsico, el Golfo de Adén y el Cuerno de África.

Este 2018 parece anunciar un inesperado conflicto de intereses en torno al Mar Rojo. El pasado 15 de enero, Sudán anunció la retirada de su embajador en El Cairo en respuesta a la escalada de tensiones militares entre Egipto y Eritrea debido al acuerdo establecido entre Sudán y Turquía de construir una base militar en la isla sudanesa de Suakin, un estratégico puerto en el Mar Rojo que data de tiempos otomanos.

Inicialmente, el epicentro del conflicto se enfoca en un pulso de intereses entre Egipto, Sudán y Eritrea, al cual Turquía se ha involucrado súbitamente en el marco de sus expectativas por incrementar su influencia regional.

No obstante, otra clave de las tensiones entre Egipto, Sudán y Eritrea, a la que también se une colateralmente Etiopía, se ubica en las recientes controversias por el control de las fuentes hidráulicas del río Nilo y en las negociaciones para la construcción de la presa del Renacimiento (An Nahda). Una crisis, la del agua y sus efectos en cuanto a la desertificación, que se asume cada vez más como estratégica y preocupante para el desarrollo y la estabilidad de la región.

 

Los actores entran en escena

Infografia – Militarizacion Mar Rojo-esglobal-pablo-yunyasEl eje conflictivo en el Mar Rojo está provocando una confrontación diplomática con visos de tensión militar entre los dos principales actores implicados: Egipto y Sudán. En este pulso, el Gobierno sudanés parece contar con un tácito apoyo de Turquía, interesada en afianzar su presencia en el Mar Rojo a través del denominado puerto de Suakin. Del mismo modo, Eritrea converge con Sudán en su preocupación por el creciente peso egipcio en este estratégico corredor.

No obstante, el panorama en el Mar Rojo involucra a otros actores colaterales cuyos intereses específicos dan cuenta del pulso de poder que está transformando la geopolítica regional desde Oriente Medio hasta el Golfo Pérsico y el Cuerno de África. Destacan entre estos actores indirectos Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Qatar y, en menor medida pero no menos relevantes, EE UU, Rusia, Israel y China.

En este pulso por el Mar Rojo, Egipto ha logrado fortalecer sus intereses gracias a la renovación de sus lazos con Arabia Saudí, traducidos éstos dentro de la reordenación de actores y esferas de influencia en la región. En 2016, El Cairo y Riad acordaron la cesión egipcia de soberanía sobre las islas de Tirán y Sanafir, disputadas por ambos países desde hace décadas. El interés estratégico por ellas se enfoca en que los estrechos de la isla de Tirán están próximos a la península egipcia del Sinaí y la península de Shayk Humayd en Arabia Saudí, que controla el acceso de Israel y Jordania al Mar Rojo desde el Golfo de Aqaba. Si bien esta cesión provocó malestar social en Egipto, también solidificó un eje entre El Cairo y Riad en torno a la geopolítica en el Mar Rojo, al cual también ha ingresado Israel.

Tel Aviv ha mostrado su beneplácito por el acuerdo egipcio-saudí para la resolución de la controversia en torno a las islas de Tirán y Sanafir. Esto se debe a que este acuerdo afianzaría el eje geopolítico en construcción que Israel viene avanzando con Egipto y Arabia Saudí. El enfoque estratégico que da vida a este eje está concentrado en la contención de Irán en la región. Esta alianza en construcción cuenta con el aval de Washington, particularmente para contener la reciente conformación del eje entre Irán, Rusia, Turquía y Qatar plasmado tras el acuerdo de Sochi de noviembre de 2017.

La renovación de los lazos de Washington con Israel y Arabia Saudí por parte de la actual administración de Donald Trump explican los alcances de esta alianza. En ella se fortalece igualmente la estratégica conexión egipcio-estadounidense que, desde la llegada del general Abdelfatah al Sisi al poder en El Cairo en 2013, se ha fortalecido en el aspecto militar.

 

¿Un conflicto turco-egipcio?

Es en este plano donde la apuesta geopolítica de Turquía en el Mar Rojo cobra mayor intensidad. Desde hace varios meses, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan viene impulsando una geopolítica neo-otomana que le permite a Ankara tener influencia desde Oriente Medio hasta el Cuerno de África.

Estos intereses turcos chocan con los del eje Washington-Riad-Tel Aviv-El Cairo, un aspecto cada vez más intenso ante las díscolas relaciones existentes en los últimos tiempos entre Turquía, EE UU y la Unión Europea por el viraje euroasiático de Ankara a favor de Rusia, Irán, Qatar y China y la activa diplomacia turca en Oriente Medio y el Golfo Pérsico. Esta diplomacia turca tuvo particular expresión en la crisis establecida a mediados de 2017 entre Arabia Saudí y Qatar.

Por tanto, la reelección prácticamente asegurada del Presidente egipcio en los comicios pautados para el próximo mes de marzo se convierte en un imperativo estratégico para EE UU, Israel y Arabia Saudí, principalmente a la hora de contener la implicación en el Mar Rojo del eje Ankara-Moscú-Teherán-Doha.

Las tensiones entre Erdogan y el estamento militar egipcio del que proviene Al Sisi comenzaron con la primavera árabe de 2011. En ese contexto, el partido de Erdogan, el AKP, trazó líneas de cooperación con los Hermanos Musulmanes en Egipto. La caída del breve gobierno islamista en El Cairo en 2013 tras el golpe anunciado de Al Sisi deterioró aún más estas relaciones turco-egipcias.

Por otro lado, el reciente acuerdo entre Turquía y Sudán para proyectos de desarrollo en la isla de Suakin, valorados en 650 millones de dólares, le permite igualmente a Sudán una importante salida del aislamiento internacional que sufre desde hace  décadas, principalmente fraguado desde Washington por el presunto apoyo sudanés a organizaciones terroristas internacionales.

Paralelamente, el acuerdo con Sudán en torno a Suakin le permite a Turquía utilizar este puerto como epicentro de turismo e inversiones, así como de acceso al peregrinaje hacia La Meca.

Para fortalecer aún más su presencia en la región, en este caso en el Cuerno de África, Turquía abrió igualmente una base de entrenamiento militar en Somalia. Esto le permite a Ankara jugar con cierta relevancia en diversos escenarios geopolíticos existentes entre el Mar Rojo, el Cuerno de África y el Golfo de Adén.

Con ello, Ankara busca ganar influencia, entre otros aspectos, como actor de seguridad marítima ante diversos problemas (piratería en Somalia) y ventajas económicas por el paso de rutas petroleras y comerciales entre Asia y Europa. Al mismo tiempo, con su presencia en el Mar Rojo y Somalia, Turquía ampliaría su radio de actuación hacia la península arábiga y el Golfo Pérsico.

La reciente ofensiva militar turca en el Norte de Siria, enfocada en la expulsión y contención de las milicias kurdas del YPG, contando con el tácito apoyo ruso e iraní, confirma estas expectativas de Ankara de sostener sus esferas de influencia en el nuevo gran juego que se presenta entre Oriente Medio y el espacio euroasiático.

Esta ofensiva militar turca ha profundizado los roces de Ankara con Washington, toda vez esta operación asume riesgos desde el punto de vista militar y geopolítico para los intereses turcos desde Oriente Medio hasta el Norte de África.

 

El póker de Arabia Saudí, Emiratos, EE UU, Rusia y China

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El Presidente ruso, Vladímir Putin, con el Rey saudí Salman en Moscú, 2017. Yuri Kadoronov/AFP/Getty Images

Precisamente, el conflicto en Yemen también ha provocado que Emiratos Árabes Unidos (EAU) aumente su presencia en la región a través de la apertura de bases militares al sur del Yemen, muy próximo al Estrecho de Ormuz. Por ello el Gobierno yemení acusó a EAU de presuntamente apoyar a los separatistas hutíes.

Si bien dentro del conflicto en Yemen han aflorado las diferencias entre Arabia Saudí y EAU, ambos también han solidificado sus lazos a través del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), contando con el beneplácito de Washington. Simultáneamente, la reciente crisis diplomática entre el CCG y Qatar tuvo su efecto reversible en el hecho de que Doha acelerara aún más su relación con Turquía, Rusia e Irán.

Otro actor indirecto no menos clave es Rusia. Para Moscú, el contexto del Mar Rojo supone un efecto colateral de la geopolítica impulsada por el Presidente ruso, Vladímir Putin, en Oriente Medio, y que ha tenido su clímax con los acuerdos de Sochi para el futuro de Siria.

Putin parece impulsar un doble juego con implicaciones en la crisis del Mar Rojo. En este sentido, el Kremlin prima la realpolitik por encima de los compromisos inalterables, en aras de fortalecer el peso de Moscú como principal actor de influencia regional. Las relaciones de Putin son estrechas con Erdogan pero también con Al Sissi, con quien ha suscrito importantes acuerdos económicos, militares y de cooperación.

Misma perspectiva se observa en las relaciones rusas con Arabia Saudí, Qatar e Irán. Doha y Teherán forman parte del eje de Sochi impulsado por Moscú. Con Riad, Putin ha mejorado notablemente sus relaciones desde 2015 en aspectos relativos a los intereses energéticos. Por tanto, la perspectiva rusa parece enfocarse en el imperativo de convertirse en el principal actor de influencia geopolítica y en un socio imprescindible con el que es mejor cooperar que enfrentarse.

Por último, el Mar Rojo constituye para China un paso estratégico imprescindible en sus expectativas de acelerar las iniciativas de la Nueva Ruta de la Seda (The Belt and Road Initiative). Esto explica la posición expectante de Pekín ante lo que acontezca en el Mar Rojo.

La ruta marítima impulsada desde China abarca precisamente el Golfo de Adén, el Cuerno de África y de allí hasta Europa por la vía del Mar Rojo. Al igual que Rusia, el gigante asiático también ha apostado por la cooperación con los actores involucrados, en este sentido Egipto, Arabia Saudí, Irán, EAU y Turquía, particularmente a través de proyectos de inversiones en infraestructuras.

Pero si la tensión se acelera en el Mar Rojo, China puede verse súbitamente inmerso en los complejos laberintos de este conflicto. El Mar Rojo y el Golfo de Adén son pasos estratégicos de petroleros y una de las principales rutas comerciales entre Asia y Europa. Por tanto, lo que allí suceda inevitablemente influirá en el futuro de las iniciativas chinas de la Nueva Ruta de la Seda.

Para afianzar su presencia, China inauguró en julio pasado en Djibuti su primera base militar en el extranjero. Este estratégico país alberga igualmente bases militares de EE UU, Francia, Japón e Italia. Arabia Saudí también está construyendo allí su primera base militar en el extranjero.

Finalmente, y por razones de proximidad geográfica, no debe olvidarse el efecto que pueden causar la inestabilidad libia y el conflicto de Sudán del Sur dentro de las tensiones geopolíticas existentes entre los actores involucrados en el Mar Rojo.

Sus efectos expansivos pueden expresarse en crisis humanitarias de refugiados y desplazados. Además, debe tomarse en cuenta la presencia de redes yihadistas radicales entre el Magreb, el Sahel y el Cuerno de África, los cuales podrían imbricarse hacia el Mar Rojo ante el nuevo contexto. Estos desafíos contribuirían igualmente a contrariar los intereses geopolíticos de los diversos actores implicados en la región.

En este sentido, la presencia de redes yihadistas en Somalia, Libia, Egipto y Sudán podrían provocar atentados terroristas a los proyectos de desarrollo llevados a cabo allí por actores como Turquía, Arabia Saudí, EAU y China, entre otros.

No se deben descartar posibilidades de atentados en Egipto ante el fait accompli de reelección presidencial de Al Sissi en marzo próximo, el delicado mosaico religioso existente en ese país y la posibilidad de expansión de militantes de Daesh tras la caída de su santuario entre Siria e Irak. La proximidad geográfica del conflicto del Yemen así como de las milicias islamistas de Al Shabaab con epicentro en Somalia completarían este cuadro de la amenaza yihadista.

En cuanto a la crisis humanitaria que aún se vive en la recién independiente (2011) República de Sudán del Sur, debe considerarse que existe un millón de personas desplazadas y refugiadas hacia países vecinos como Etiopía, Sudán, Kenia y Uganda, con las consecuentes presiones demográficas y de ayuda hacia estos desplazados. Del mismo modo, el conflicto separatista entre Sudán y Sudán del Sur, así como entre Somalia y la separatista de facto Somalilandia, constituyen focos de riesgo que pueden alterar los equilibrios existentes.