Una reconstrucción del pasado de esta ciudad de Ucrania y de la identidad de los que la habitaron. 

Mi madre era de Mariúpol

Natascha Wodin

Libros del Asterioide, 2019, 312 págs.

No podía imaginar Natascha Wodin que su libro, publicado en alemán en 2017, iba a estar tan de actualidad pocos años más tarde. O tal vez sí. Hay pueblos con los que la historia, los tiranos y la geografía parecen haberse ensañado y Ucrania, sin duda, es uno de ellos.

Mi madre era de Mariúpol es varios libros en uno, aunque eso es algo que se va descubriendo solo cuando avanzan las páginas. Es, para empezar, la búsqueda de la aguja en un pajar de los antepasados de la autora, mejor dicho, de cualquier rastro que pudiera llevarle a conocer algo de su madre y su familia materna. Su única referencia es que se llamaba Yevguenia Yákovlevna Iváshchenko -un nombre, por lo demás, bastante común-, que había nacido en aquella ciudad del sur de Ucrania en 1920 y que la habían deportado a los 23 años, junto a su marido, para trabajar en una fábrica en Leipzig. En 1956, cuando Natascha tenía 10 años, su madre se suicidó, dejando tras de sí una estela de sufrimiento, unas pocas fotos y unos recuerdos apenas arañados a su infancia.

Esa búsqueda se reconstruye en un relato pormenorizado de un recorrido que salta de Internet a personajes especializados en localizar desaparecidos, una tarea infinita en un país -varios países, de hecho- que vivió la historia más turbulenta a lo largo de todo el siglo XX; una búsqueda de escritorio, ordenador y teléfono a través de las fronteras que va recomponiendo las vidas de sus antepasados, así como los lugares y las épocas. A menudo no sabe siquiera si realmente desea seguir descubriendo lo que aparece ante sus ojos. 

De paso, aborda también la minuciosa tarea de volver a levantar, para los lectores, la propia Mariúpol, condenada a ser arrasada una y otra vez: primero, por los alemanes; ahora por los rusos. Entre medias, una ciudad reconstruida por el Estado soviético que tuvo a bien rebautizarla como Zhdánov, en honor a Andréi Zhadánov, político e ideólogo del régimen, además de consuegro de Stalin y potencial heredero político de este, que había nacido allí. Así pues, entre 1948 y 1989 Mariúpol tendría otro nombre.

Wodin recupera los colores de una ciudad del sur, al lado del mar, con la riqueza que le confería la industria, el puerto y el comercio; cosmopolita también. Sus pesquisas pueden seguir adelante gracias a un grupo denominado “los griegos de Azov”. Descubre así que llegó a haber una gran comunidad griega en Mariúpol; descubre también que uno de sus bisabuelos era napolitano, otra alemana y que desciende de una familia de la alta burguesía del lugar. Todo un shock para una mujer cuya madre había sido desposeída de todo, no ya solo lo material. 

Tirando del hilo puede acabar dibujando su árbol genealógico: sus bisabuelos y abuelos; su tío ...