El rey Mohamed VI en Ouarzazate, Marruecos. (Fadel Senna/AFP/Getty Images)

El reemplazo del líder del islamista Partido para la Justicia y el Desarrollo, claro vencedor en las legislativas del 7 de octubre, por el número dos de su formación deja en evidencia el control de Palacio sobre el campo político marroquí y asesta un golpe, quizás definitivo, a la primera fuerza política del país.

La investidura del Gobierno de Saadeddine Elotmani por la Cámara de Representantes transcurrió sin incidentes. El 26 de abril un total de 208 diputados pertenecientes a las seis formaciones que integran la flamante coalición gubernamental votaron a favor del programa presentado días antes por el dirigente islamista. Frente a éstos, 91 parlamentarios rechazaron la hoja de ruta de Elotmani, 40 se abstuvieron y los restantes 56 prefirieron ausentarse. Días antes, el 19 de abril, el jefe del Gobierno había enumerado ante ambas Cámaras los objetivos de su mandato: consolidar una tasa de crecimiento igual o superior al 4,5%, afianzar las inversiones públicas, reducir la deuda, implementar una reforma en profundidad del sistema educativo y de pensiones, y continuar con las reformas de la Caja de Compensación, que mantiene estables los precios de ciertos productos de primera necesidad como la harina, el azúcar o la bombona de butano, ante los vaivenes de los mercados. Quizás para calmar a sus propias huestes, durante su alocución Elotmani no dudó en loar el trabajo realizado por su predecesor y aún jefe de filas, Abdelilah Benkirane.

Sin tiempo que perder, la aprobación de los presupuestos generales del Estado para 2017 se antoja ahora la máxima prioridad. “Estamos trabajando para recuperar el retraso”, revela un comunicado vertido por el Gabinete del presidente del Gobierno. Con expeditos actos en los cambios de las carteras ministeriales, los flamantes titulares de las mismas han querido exteriorizar ante la opinión pública su propósito de redimirse de los seis meses de transacciones transcurridos antes de conformar el nuevo equipo. El reemplazo del jefe del Ejecutivo saliente y líder del Partido para la Justicia y el Desarrollo (PJD), Benkirane, por el psiquiatra Elotmani, teórico número dos de la formación, precipitó el proceso y, en un tiempo récord, batería de concesiones de la primera formación del país mediante, aquellos que durante semanas no lograban arreglarse anunciaron la conclusión de un contrato de gobierno. La súbita y extrema generosidad del PJD y la resuelta toma en consideración de las observaciones de Mohamed VI con respecto a los sucesivos borradores de casting presentados por Elotmani a los consejeros reales hicieron el resto, allanando el camino.

El nuevo primer ministro de Marruecos, Saadeddine Elotmani, en el Parlamento. Fadel Senna/AFP/Getty Images)

Islamistas marginalizados

La estructura gubernamental permite aprehender ciertas pistas sobre la relación entre Palacio y el campo político. Más allá de lo abultado del número de carteras (39), algo que no es nuevo, sobre todo tomando en consideración la necesidad de satisfacer los apetitos de los seis partidos integrantes de la coalición; llama la atención la parvedad de puestos estratégicos en manos del primer partido del país. El PJD apenas hereda nueve departamentos ministeriales y, a excepción de Equipamiento y Energía, sus carteras son de carácter social, sin apenas valor estratégico. “Un hecho que no ha pasado desapercibido entre la militancia islamista que, llegado el momento, exigirá elucidaciones sobre las concesiones realizadas”, enfatiza Younes Meskin, periodista de Akhbar Al Yaoum. Aziz Rbah, Abdelkader Amara, Mustapha el Khalfi y Basima Hakaoui mantienen su presencia. También continúa el “duro” Ramid, que pierde Justicia en detrimento de Derechos del Hombre, siendo de facto el hombre de confianza de Elotmani. Al frente de Empleo, el PJD ha situado a Mohamed Yatim, veterano ex secretario general de la sindical del partido.

La Reagrupación Nacional de Independientes (RNI), partido administrativo fundado por el cuñado de Hasán II, Ahmed Osman, es el vencedor incontestable de las transacciones, a pesar de ser la cuarta formación en las elecciones del 7 de octubre de 2016 con 37 escaños, superada por PJD (125), Partido Autenticidad y Modernidad (102) e Istiqlal (46). El riquísimo hombre de negocios y presidente del partido, próximo a Mohamed VI, Ahmed Akhannouch, junto con Mohamed Boussaid y Moulay Hafid Elalamy, se han atribuido las carteras más importantes, a saber, Agricultura y Pesca, Economía y Finanzas, y Comercio e Industria; sin olvidar el departamento de Justicia, que ha recaído en Mohamed Aujjar. Por su parte, Mohamed Sajid, líder de la Unión Constitucional (UC), cuya inclusión en la coalición gubernamental fue una de las exigencias centrales de Akhannouch, se hace con otro departamento crucial: Turismo y Artesanía. “Es la gran revancha de Akhannouch sobre Benkirane”, estima un periodista que trabaja para un portal de informaciones oficialista, en alusión al enfrentamiento entre ambos en 2015 por gestionar el Fondo de Desarrollo Rural, con implicaciones de calado en términos pecuniarios y, por extensión, electorales.

Los ministerios del RNI y la UC, junto con Educación, ahora en manos del ex ministro del Interior Mohamed Hassad bajo etiqueta del Movimiento Popular (MP), se antojan cruciales en la estrategia de Palacio. “Es el regreso de los mega ministerios creados con la entronización de Mohamed VI para ejecutar su política de grandes obras, ministerios gestionados por hombres del aparato, rodeados de una flota de secretarios de Estado”, explica Hasán Tarek, profesor de ciencias políticas en la Universidad Mohamed V de Rabat. Además, Interior, Defensa, Asuntos religiosos y Exteriores se mantienen como “ministerios de soberanía”, a cuyo frente se sitúan hombres sin filiación partisana y de la plena confianza real. Junto a PJD, RNI, UC y MP, la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP) y el Partido por el Progreso y el Socialismo (PPS, ex comunistas) completan el elenco de carteras sin un claro valor añadido. Además, nueve mujeres integran el Ejecutivo, lo cual ha sido puesto inmediatamente de relieve por los medios locales. No obstante, a excepción de la islamista Hakkaoui, las demás desarrollan roles secundarios como secretarias de Estado. “Marruecos toma en consideración la representatividad femenina desde el punto de vista numérico, no en cuanto a su poder, a la sustantividad de sus responsabilidades. La paridad aún está lejos”, estima Mohamed Baha, de la Asociación de Alternativas para las Mujeres.

El primer ministro de Marruecos, Saadeddine Elotmani, habla ante el Parlamento en Rabat.
(Fadel Senna/AFP/Getty Images)

Involución tecnocrática

No sin hesitación, con la nominación del número dos del islamista PJD como jefe de Gobierno en sustitución de Abdelilah Benkirane, Mohamed VI acalló las voces de aquellos que evocaban la posibilidad de designar a un candidato de otra formación o incluso a un tecnócrata al frente del Ejecutivo. En la mente de todos se hallaba presente la experiencia de Abderrahmane Youssoufi, primer ministro del "gobierno de la alternancia" nombrado por Hassan II el 4 de febrero de 1998 y que vio como él y su formación, la USFP, quedaban relegados a un segundo plano tras las legislativas del 27 de septiembre de 2002, en las que se impusieron. Entonces fue un tecnócrata próximo a Palacio, Driss Jettou, el elegido para liderar el Gobierno. La nominación, tildada por la USFP como "no respetuosa de la metodología democrática", fue el principio del fin para los socialistas, génesis de una caída libre que, elección tras elección, al compás de los malos resultados, hunde cada vez más a la histórica formación.

Mohamed VI no se ha decantado en esta ocasión por un tecnócrata para formar gobierno. El jefe de Estado ha nombrado a un peso pesado del PJD, claro vencedor de las legislativas, respetando así el texto constitucional, tal y como recuerda un comunicado del Gabinete real publicado el 15 de marzo. Pero, a pesar de haber recaído la responsabilidad de componer gobierno en un "político", esto no quiere decir que el nuevo Ejecutivo lo sea. Los vítores y aclamaciones de la prensa oficialista a la maniobra de su majestad no ocultan apenas que el intervencionismo informal de Palacio no ha permitido esta eventualidad durante los seis últimos meses en que Benkirane ha conducido las negociaciones. Difícilmente se puede justificar la salida del impasse político en el tacto y supuesta habilidad política de Elotmani. Abrazar este tipo de justificaciones implicaría obviar que, en apenas una semana, el tiempo transcurrido desde el momento de la designación de este último hasta el anuncio de un acuerdo definitivo, el número dos de la formación de la lámpara ha aceptado sin pestañear las condiciones que Benkirane había rechazado con el unánime apoyo del partido.

En un lapso récord Elotmani ha escenificado unas negociaciones en las que su margen de maniobra ha sido limitado, por no decir nulo. Las condiciones de la negociación han sido impuestas por el presidente del RNI, Akhannouch, es decir, por la propia Casa Real, un hecho que pocos ponen en duda. La metodología es diferente a la de 2002 pero, en sustancia, el intervencionismo del principal actor político del país permanece intacto. "El interés de la nación -encarnado por Palacio- es muy superior al interés partisano", afirma a quien suscribe estas líneas un eufórico ex ministro de un partido de la administración. "No podemos confiar el mando del país al PJD y asumir el riesgo de que la nave se hunda", sostiene ante un auditorio de expatriados un conocido editorialista de un rotativo de Casablanca. “Si los dejamos hacer, ¿quién nos asegura no toparnos con un escenario a la turca?”, inquiere un alto responsable ministerial. Durante las transacciones los medios llegaron incluso a cuestionar la representatividad del partido ganador de las elecciones, arremetiendo contra la baja participación y el bajo porcentaje de votos obtenido con respecto a la población en edad de votar, no a los efectivamente inscritos en el censo electoral. Sólo el tiempo dilucidará la pertinencia de la actuación de quienes manejan los hilos. Mientras queda preguntarnos si, al igual que ocurrió con aquella potentísima fuerza de oposición llamada USFP, asistimos al principio de la debacle del PJD.

¿El PJD al borde de la implosión?

¿Logrará Elotmani la aquiescencia de las huestes de su partido? ¿Dejará Benkirane paso a Elotmani sin luchar? ¿Terminará por implosionar el PJD? ¿Hasta dónde llegará la anuencia del nuevo jefe de Gobierno para con las exigencias de Palacio? ¿Tiene los días contados el nuevo Ejecutivo? Son cuestiones que en estos momentos circulan entre analistas y observadores de la realidad política marroquí. Hasta ahora el aún secretario general de la formación islamista ha dejado hacer a su sucesor designado, evidenciando, al menos de puertas para afuera, una desprendida predisposición a facilitar la transición en el Gobierno, llegando incluso a llamar a los suyos a la calma y a no criticar públicamente a Elotmani. Aquellos miembros del PJD que fueron ministros bajo la égida de Benkirane y lo siguen siendo con Elotmani parecen haber asumido sin traumas el cambio de liderazgo, y algunos incluso con cierta satisfacción, como en el caso de Ramid. A pesar de las voces discordantes, sobre todo entre la militancia y el movimiento juvenil del PJD, llegando incluso a invocarse el temor de que los diputados islamistas votasen contra el programa de gobierno de Elotmani durante la investidura, el debate en el seno de la organización se ha pospuesto, previsiblemente hasta la celebración del congreso islamista que tendrá lugar a lo largo de los próximos meses.

“Durante su mandato Benkirane ha confirmado su rango de animal político, evidenciando una gran habilidad para mantener el apoyo de los suyos y componer, bien que mal, tanto con la monarquía como con el resto de la clase política, el mundo de los negocios y la calle, donde reside su principal activo”, sostiene Meskine. El ya ex jefe de Gobierno supo maniobrar hábilmente en un contexto agitado, debiendo plegarse a no pocas concesiones, aplicando políticas impopulares o no deseadas, e incluso cediendo terreno a la institución monárquica, lo cual no ha sido sin consecuencias para el balance final de su mandato. “A pesar de las provocaciones y la tentación de enfrentar directamente con Palacio valiéndose del apoyo que los marroquíes nos dieron en las urnas, comprendimos que es mejor contemporizar y no oponerse frontalmente al poder fáctico e histórico que representa la Monarquía. Y esto es lo que ha vuelto a hacer Benkirane durante las negociaciones del nuevo Gobierno, de las que ha salido indemne, no tocada su integridad y coherencia, al no aceptar las imposiciones de Akhannouch”, destaca Abdelali Hamieddine, miembro del secretariado general del PJD. Benkirane no está muerto y, reforma estatutaria mediante, no hay que excluir un eventual tercer mandato suyo al frente de la formación islamista, ahondando aún más la dislocación entre Gobierno y partido.