Mientras discutimos si China es o no la primera mundial, Estados Unidos dispara su influencia sobre las principales infraestructuras internacionales de Internet.

A principios de abril volvió a ocurrir otro acontecimiento sin precedentes. Un artículo traducido de Henry Kissinger convulsionó las redes sociales en español. Debe ser agotador hacer historia todos los días. Algunos tuiteros aplaudieron (“Brutal. Kissinger”), otros se preguntaron si el autor seguía vivo y, por fin, parece que la mayoría compartió el veredicto de su autor. El análisis, que publicó el diario El Confidencial, iba encabezado por una foto de Donald Trump y Xi Jinping y un titular contundente: “La pandemia del coronavirus transformará para siempre el orden mundial”.
Era –estaremos de acuerdo– un titular curioso para un artículo que explicaba cómo se podía impedir que el orden global cambiase realmente. Porque ésa era la finalidad de unos consejos que tenían como receptores a Estados Unidos y las grandes democracias. La preocupación del autor era que el consenso liberal, multilateral e internacionalista de la posguerra degenerase en un caos que alimentase el repliegue de los derechos civiles y la hegemonía de unos valores nacionalistas, autoritarios y contrarios a la Ilustración. Sería un mundo en el que China tendría mucho que decir, aunque Kissinger, que antes de analista es diplomático, se cuidase de mencionarla directamente.
Y ahora es cuando conviene recordar que la principal angustia de Kissinger en los últimos dos años ha sido que la revolución digital acabase (también) con la Ilustración. El veterano analista hasta dejó escrito en 2018 que la embestida de la inteligencia artificial, soportada por trillones de datos, podría representar una puñalada letal. Los riesgos de esa inteligencia artificial y de cualquier amenaza cibernética se han multiplicado ahora que dependemos como nunca de la red para informarnos, comprar bienes básicos o preservar nuestros vínculos sociales.
Si la inteligencia artificial es tan poderosa como dice Kissinger, si los datos son el petróleo del siglo XXI y si el comercio electrónico ha multiplicado su importancia estratégica, el repliegue anunciado de EE UU y el ascenso fulminante de China tienen que reflejarse en las infraestructuras críticas de Internet. La primera potencia demostrará su poder estando más cerca que ninguna otra de controlarlas y, en un momento dado, manipularlas a su favor. La segunda, si es un rival formidable, contará con unas opciones parecidas y podrá exprimir las debilidades de la primera (aislacionismo, pésima gestión de la pandemia) para desbancarla.
El gigante asiático no está en esa situación ni en broma, y la prueba más evidente la encontramos en los cables submarinos que hacen posible que la señal de Internet llegue a todo el mundo y que el intercambio de los datos sea verdaderamente global.
Los cables submarinos de Internet conocidos (los que no son secretos) rebasan ligeramente las 400 unidades, su ingrediente básico suele ser la fibra óptica y su longitud total alcanza los 1,2 millones de kilómetros. ...
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