Cinco crisis globales improbables, pero extremadamente desestabilizadoras, para las que Obama debe prepararse ya.

 

El presidente estadounidense Barack Obama comienza su segundo mandato en un momento crítico para los asuntos internacionales: Al Qaeda asomando la cabeza en el Norte de África, el presidente Bachar al Assad posiblemente preparándose para usar armas químicas en Siria, Irán avanzando hacia el umbral del armamento nuclear y la tensión incrementándose en Asia. Un mundo inestable que promete presentar muchos desafíos en los próximos cuatro años para el presidente, cuyos asesores trabajan ya en cómo enfrentarse a ellos.

Algunos de los retos que acechan —como la deuda de Estados Unidos o el ascenso de China— han atraído una buena dosis de atención. Sin embargo, los acontecimientos de baja probabilidad pero alto impacto, los llamados cisnes negros, podrían también definir el segundo mandato de Obama, desviando al presidente estadounidense de la agenda deseada en materia de política exterior. Estos sucesos serían tan catastróficos que necesita tomar medidas ahora para minimizar el riesgo de que pudieran ocurrir.

He aquí algunos de los cisnes negros que podrían dar un giro a la agenda de la Administración Obama durante los próximos cuatro años:

 

Confrontación por Corea

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Existe un serio riesgo de que se produzca un fuerte enfrentamiento —o incluso un conflicto militar directo— entre EE UU y China a causa de la península de Corea. El régimen de Corea del Norte se enfrenta a una crisis existencial de carácter interno. Bajo esas condiciones, es propenso a arremeter contra Estados vecinos o a embarcarse en otras formas de comportamiento peligroso. Aunque parece fuerte, es también dependiente del apoyo de China y vulnerable a una repentina muestra de inestabilidad. Si Washington y Pekín no logran coordinase y comunicarse antes de que comience a desplomarse, podríamos enfrentarnos a la posibilidad de una confrontación EE UU-China de consecuencias prácticamente inimaginables.

La Administración Obama ha intentado definir las opciones de Pyongyang, empujándole a reconocer que no puede tener armamento nuclear. Para reducir los riesgos de un enfrentamiento con China por la posibilidad de un colapso norcoreano, Washington debería perseguir cuatro objetivos en lo que se refiere a Pekín. Los países tendrían que desvelar la información sobre la localización, operación y capacidades de sus respectivas fuerzas militares que podrían intervenir pronto en Corea del Norte; compartir inteligencia sobre la localización, conocida o sospechada, de las armas de destrucción masiva norcoreanas; iniciar planes para la evacuación de ciudadanos extranjeros en Corea del Sur; y debatir posibles medidas para evitar un grave desastre humanitario entre los norcoreanos que intenten huir del país.

 

Caos en Kabul

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A medida que se aproxima la transición en 2014 a una disminución radical de la presencia americana en Afganistán, Estados Unidos va dejando atrás una situación peligrosa en cuestión de seguridad, un sistema político que pocos afganos consideran legítimo y una probable crisis económica profunda. Obama no ha especificado todavía cuántos efectivos estadounidenses permanecerán en Afganistán tras la transición, pero ha dejado muy claro en diversos momentos —incluyendo la reciente vista del presidente Hamid Karzai— que los niveles de tropas se situarán en unos pocos miles y que sus funciones estarán limitadas a misiones muy restringidas de lucha contra el terrorismo y adiestramiento. También condicionó cualquier continuidad de la presencia estadounidense en Afganistán a la firma de un acuerdo sobre el estatuto de las fuerzas que conceda inmunidad a los soldados estadounidenses, una condición que puede ser difícil de digerir para el Gobierno afgano.

Aunque el deterioro a gran escala de la seguridad, incluyendo la posibilidad de una guerra civil, está lejos de ser inevitable, se trata de una posibilidad real. Una debacle así dejaría a la Administración con pocas opciones políticas, comprometiendo gravemente la capacidad de Estados Unidos para proteger sus intereses en la región.

Un hundimiento a gran escala de la seguridad en Afganistán inicialmente seguiría, con toda probabilidad, el patrón de comienzos de los 90 de luchas entre grupos étnicos e influyentes mediadores locales, más que el de finales de la década, cuando una línea de control talibán se desplazó con firmeza hacia el norte. El grado de violencia y fragmentación dependería de si el Ejército y la policía afganos se escindieran.

Incluso entonces, el gobierno de Afganistán puede tener la fuerza suficiente para retener Kabul, las grandes ciudades, y otras partes del país. Los talibanes controlarían fácilmente zonas del sur y del este, y podrían estallar combates en algunos otros lugares entre miembros de una resucitada Alianza del Norte o entre los poderosos intermediarios de la etnia pastún durrani. Pero en última instancia las luchas étnicas podrían explotar incluso en las calles de Kabul, donde los pastunes albergan resentimientos por la llegada masiva de tayikos después del 2001 que cambió la distribución de la tierra en la capital. En el caso de que se produjera una inestabilidad a gran escala, un golpe militar es también una posibilidad, especialmente si las elecciones presidenciales que se celebrarán en 2014 se ven como ilegítimas.

Un Afganistán inestable será como una úlcera sangrante en Pakistán. Distraerá aún más la atención de los líderes paquistaníes de la necesidad de abordar las crisis internas del país en materia de seguridad, economía, energía y social, y de detener la radicalización de la sociedad paquistaní.

A pesar incluso de que la influencia estadounidense en Afganistán disminuye cada día, las decisiones que se toman en Washington todavía afectan de forma crucial al futuro del país centroasiático. La Administración Obama puede mitigar los riesgos retirándose a un ritmo sensato, un ritmo que no aplique una presión insoportable sobre la capacidad de seguridad de Afganistán. Debería continuar su asistencia en seguridad, definir las negociaciones con los talibanes y el Gobierno afgano como parte de un amplio proceso de reconciliación, y fomentar la buena gobernanza.

 

Colapso de Camp David

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Desde el hundimiento del régimen de Hosni Mubarak en Egipto, Estados Unidos se ha centrado con decisión en mantener el tratado de paz entre Egipto e Israel, que funciona como piedra angular de estabilidad para la región, y es a la vez un ancla para la influencia estadounidense en Oriente Medio y un pilar de los esfuerzos orientados a la coexistencia árabe-israelí. Afortunadamente, el presidente egipcio Mohamed Morsi ha señalado su voluntad de dejar a un lado la oposición ideológica de los Hermanos Musulmanes y la hostilidad hacia Israel de la mayoría de los egipcios. Varios factores, no obstante, podrían todavía desestabilizar la situación, incluyendo los ataques terroristas en Sinaí o provenientes de Gaza, el colapso de la Autoridad Palestina y las demandas populistas para romper relaciones con Israel.

Si Morsi se deshiciera de este tratado de paz, la decisión representaría una profunda derrota estratégica para Estados Unidos en Oriente Medio y podría amenazar con provocar una guerra en la región. EE UU debería continuar su política de compromiso condicionado con el gobierno de Morsi y, en concreto, reforzar su cooperación en seguridad y su coordinación. Debería también desarrollar un nuevo modus vivendi con sus socios egipcios e israelíes mediante la cooperación en las cuestiones sobre Sinaí y Gaza que suponen una preocupación común y que reforzarían la sostenibilidad del tratado de paz.

 

Revolución en China

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Mientras el gigante asiático continúa en su camino de crecimiento y supuesta confianza política, diversos problemas se esconden bajo la superficie de su aparente éxito. La sensación de incertidumbre política —así como el temor a la inestabilidad sociopolítica— está en ascenso. Muchos en el país se preocupan por la degradación medioambiental, los riesgos sanitarios, y todo tipo de problemas de seguridad pública. Estos problemas podrían desencadenar diversas crisis importantes: ralentización del crecimiento económico, agitación social generalizada, despiadadas luchas políticas entre la élite, corrupción oficial desenfrenada y nacionalismo chino exaltado tras las disputas territoriales. En este Estado de partido único que se moderniza rápidamente pero es aún oligárquico, no es difícil ver cómo una crisis de estas características podría adoptar la forma de una revolución interna o una guerra en el extranjero.

Cualquiera de estas dos posibilidades sería muy perjudicial, y mermaría seriamente el desarrollo económico global y la seguridad regional en la zona Asia-Pacífico. Una combinación de las dos constituiría uno de los más complicados problemas en materia de política exterior del segundo mandato del presidente. Una revolución interna china y una guerra en el extranjero serían con toda seguridad los sucesos que definirían nuestra época. La última podría conllevar potencialmente el riesgo de conducir a Estados Unidos a un conflicto militar en Asia.

La mejor manera de prepararse para la posibilidad de cualquiera de los dos casos es que la Casa Blanca logre un delicado equilibrio: cultivar una relación más estrecha con Xi Jinping y su nueva cúpula dirigente por un lado, e intentar extender su mano para llegar directamente al pueblo chino por otro. EE UU debería expresar más explícitamente ante los líderes de Pekín y ante la opinión pública china su tradicional buena voluntad hacia el país asiático y su firme compromiso con la democracia, los derechos humanos, la libertad de prensa y el imperio de la ley.

 

El gran deshielo

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El calentamiento global se está produciendo a mayor velocidad de la que preveían los científicos. Las temperaturas están en ascenso, los casquetes polares y los glaciares se están derritiendo y las condiciones meteorológicas extremas son más frecuentes e intensas que nunca en la historia reciente. Si estas tendencias continúan, los resultados serán trascendentales y de una escala monumental. Y todo podría aún empeorar: si el calentamiento se acelera drásticamente y el hielo polar se derrite todavía más rápido —especialmente si se deshace la capa de hielo de Groenlandia o la de la Antártida Occidental— los resultados podrían ser catastróficos.

Algunos científicos han sugerido que el derretimiento del hielo polar no se ha producido con anterioridad siguiendo un proceso tranquilo y lineal, sino que ha tenido "puntos de inflexión sensibles". Aunque improbable, eso suscita la posibilidad de una pesadilla tipo cisne negro en la que las subidas del nivel del mar unidas a fenómenos meteorológicos extremos amenacen a algunas de las mayores ciudades del mundo. No es difícil imaginar otra supertormenta como el Huracán Sandy durante el segundo mandato de Obama, pero quizá deberíamos estar pensando —y planeando— en previsión del año en que suframos una docena de Sandys.

Una subida significativa de los niveles del mar por todo el mundo tendría un efecto especialmente devastador sobre las poblaciones que se concentran en áreas costeras a bajo nivel. La economía, la política y la seguridad locales de estas regiones se verían transformadas, pero quizá el impacto mayor sería la migración y el desplazamiento inducidos por el clima. Estados Unidos puede contribuir a mitigar estos riesgos otorgando al cambio climático una mayor prioridad en sus políticas nacionales e internacionales, liderando nuevas iniciativas multilaterales y aumentando la mitigación y la adaptación.

Es necesario que Obama mantenga su palabra y aumente la importancia del cambio climático en su agenda política. En 2009, prometió que las emisiones de gases invernadero de Estados Unidos se habrían reducido al llegar 2020 a un nivel un 17% inferior a las de 2005, pero actualmente no existe legislación, orden ejecutiva, regulación o plan publicado que traduzca esta promesa en acciones.

 

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Puede parecer que todos estos cisnes negros están conduciendo al mundo a una era de mayor violencia e inestabilidad. Pero ahora que Obama entra en su segundo mandato, este tiempo de incertidumbre e inestabilidad es en realidad un momento de oportunidad para el presidente estadounidense. El mundo se enfrenta actualmente a una coyuntura plástica —un momento en el que EE UU tiene una ocasión de remodelar el sistema internacional para convertirlo en algo mejor—. Obama tiene una oportunidad única para reforzar y extender el orden mundial liberal del que los estadounidenses y muchos otros por todo el planeta se han beneficiado.

Para crear un mundo más seguro y próspero, Obama necesitará hacer una serie de grandes apuestas: invertir su poder, su tiempo y su prestigio en importantes esfuerzos que pueden tener un efecto transformador sobre Estados Unidos y sobre el mundo, así como sobre su legado. Pero siempre necesitará tener su radar orientado hacia esos acontecimientos adversos que podrían trastocar sus planes mejor preparados.