Bill Gates ya no es el hombre más rico del mundo. Ese honor corresponde al multimillonario mexicano Carlos Slim. Pero su increíble fortuna –59.000 millones de dólares, y sigue creciendo– es algo más que la historia de cómo se crea un imperio. Slim es uno más entre los magnates de países como China, India y Rusia, que representan una nueva corriente de riqueza, poder e influencia. Muchos tienen talento. Pero en esas economías, saber aprovechar una oportunidad política puede ser incluso más importante.

 

Grande: Slim tiene la mayoría de las acciones de 222 empresas, pero la adquisición de Telmex fue la que disparó su fortuna.

 

¡Vuelve, Bill Gates! El planeta se había acostumbrado a que el fundador de Microsoft fuera la mascota del capitalismo: el primero en la lista de los más ricos del planeta de la revista Forbes. Este hecho decía mucho del mundo en el que vivíamos, una nueva economía, una sociedad regida por las ideas, en la que la tecnología, la innovación y el capital intelectual eran las claves para hacerse asquerosamente rico.

¿Qué decir, pues, del hombre que, desde este verano, le ha quitado el puesto a Gates? Su nombre es Carlos Slim Helú. Su fortuna, hoy, asciende a más de 59.000 millones de dólares (unos 40.000 millones de euros), y el año pasado creció a un ritmo medio de más de mil millones mensuales. ¿En qué mundo vivimos ahora? A Slim se le ha acusado de prácticas monopolísticas: ha llegado a ese primer puesto desde su compañía Teléfonos de México (Telmex), que posee el 92% del mercado de telefonía fija local del país. Su imperio, cuyas dimensiones no tienen casi precedentes en la historia económica moderna, abarca desde cigarrillos hasta líneas aéreas, desde cables eléctricos hasta baldosas para suelos. En total, su patrimonio neto equivale al 6,6% del PIB de México, un porcentaje que eclipsa al de Gates (0,4% del PIB de EE UU). Quizá no sorprende ver esa disparidad de riqueza en Latinoamérica, pero ¿cómo interpretamos el número creciente de multimillonarios en países como China, India y Rusia, que representan el futuro de la economía global? ¿Comienza una nueva era de grandes capitalistas sin escrúpulos? ¿Tal vez el traslado de inversiones y producción a los mercados emergentes es el preludio de un ascenso del capitalismo de favores en todo el planeta? ¿O acaso las rápidas fortunas no son más que el odioso efecto secundario de un producto muy deseable, la expansión del capitalismo de libre mercado en todo el mundo?

En los últimos tiempos, Slim ha empezado a comportarse con cierta timidez, como alguien que sabe que no es popular. Después de haber desdeñado las obras benéficas –en una ocasión criticó a Gates y dijo que parecía Papá Noel por todo el dinero que regalaba–, anunció hace poco planes que van a convertirle en uno de los principales filántropos del mundo. Mientras tanto, se comporta con moderación. Por lo visto, es bastante frugal; vive en la misma casa, relativamente modesta, desde hace 30 años. Sin embargo, cuando presume una y otra vez de que no tiene ninguna residencia fuera de México, da la impresión de estar defendiéndose de algo.

Por eso, este año, ha decidido dejar su vieja costumbre de cultivar el anonimato. Fueran cuales fueran sus motivos, el verano pasado Slim se trabajó los medios de comunicación como una estrella de Hollywood y se dedicó a contar con detalle su pasión por el béisbol, a mostrar su colección de arte (posee varias esculturas de Rodin y cuadros de Renoir) y a hablar con orgullo de que su instinto para los negocios es una herencia de su padre (un inmigrante libanés llamado Yusef Salim que invirtió en propiedades inmobiliarias y abrió un almacén en plena revolución mexicana). Sobre todo, proclama a los cuatro vientos una obsesión: “Me gustan los números”, dice. Esa característica es la clave de su éxito como financiero. Slim compra empresas baratas, las gestiona con inteligencia y las vuelve rentables. Da la impresión de que sigue acumulando riqueza no por codicia, sino sólo por jugar con las cifras en su cabeza.

El éxito de Carlos Slim y de otros empresarios parece deberse más a sus conexiones políticas que a su talento para los negocios

No es extraño, pues, que los números que mejor conoce Slim sean los que, según dice, le absuelven de las acusaciones en su contra: que ejerce el monopolio, que utiliza sus influencias para aplastar a los rivales y que explotó su estrecha relación con el ex presidente Carlos Salinas para comprar Telmex al Gobierno mexicano en 1990. Es interesante que, para defenderse de la acusación de monopolio, Slim se compare con Gates (Microsoft tiene el 95% del mercado, y Telmex el 92%). La controversia a propósito de su empresa está relacionada no tanto con el precio de venta como con las condiciones de favor que le otorgó el Ejecutivo, que, en definitiva, regaló a la empresa seis años de dominio exclusivo del mercado de telefonía fija en México. El acuerdo era tan favorable que, poco después de la privatización, el Partido Revolucionario Democrático –en la oposición– exigió que se encausara a Salinas. Una comisión del Congreso (controlada por el partido del ex presidente) no encontró delito. Slim dice que fue una polémica absurda. “Ganamos porque pagamos más dinero”, explica. Lo que es innegable es que posee una proporción gigantesca de la riqueza de su país, sobre todo si se tiene en cuenta que México, en muchos otros aspectos, es una economía moderna, la número 14 del mundo y una de las más prósperas de Latinoamérica, que ha firmado acuerdos de libre comercio con Estados Unidos y otros 17 países, además de la Unión Europea. Slim tiene la mayoría de las acciones en al menos 222 empresas. Telmex es sin duda la joya de la corona, la adquisición que hizo que pasara de ser simplemente acomodado a extravagantemente rico.

Este tipo de enriquecimiento no es lo que movió a la gente a derribar el Muro de Berlín. Los países que experimentaron dolorosas reformas en los 90, desde Europa del Este hasta Latinoamérica, no lo hicieron para que un puñado de personas se enriqueciera hasta estos extremos. Muchos estudios demuestran que la concentración de poder económico provoca una disminución del ritmo de innovación tecnológica, desigualdades en los préstamos y un menor desarrollo de los mercados de capitales, es decir, la corrupción de las instituciones y conductas que tan importantes parecían durante la era Gates. Por ejemplo, las inversiones mexicanas en tecnologías de la información y la comunicación, un campo controlado por Slim, representan el 3,1% del PIB, muy por debajo de Japón (7,4%) o Estados Unidos (8,8%) e incluso de países de la región equiparables, pero con una competencia más saludable en el ámbito de las telecomunicaciones, como Chile (6,7%) y Brasil (6,9%). Las élites económicas tienden a abusar de los sistemas políticos de sus naciones para conservar sus privilegios; de esa forma desplazan a la competencia o, mejor aún, impiden su participación. Cuando este modelo anticompetitivo se aplica a todos los ámbitos de la economía, los ricos se vuelven espectacularmente ricos y los pobres, como mucho, mejoran un poco.

Algunas teorías sostienen que los grandes conglomerados protegidos por el Estado sientan las bases para que se establezcan empresas medianas que, al final, acaban derrocando a los titanes. Las que logran sobrevivir a la entrada de la competencia prosperan y generan puestos de trabajo en todo el mundo: Airbus, Telefónica y Daewoo son multinacionales que, durante un tiempo, gozaron de la protección estatal. La propia labor de Slim al frente de Telmex ha tenido algunos efectos beneficiosos. Ahora, conseguir una línea de teléfono en México es cuestión de días; antes de la privatización, tardaban años. Sin embargo, aunque ésta sea sólo una fase, no cabe duda de que es un periodo difícil, con consecuencias para toda la economía. Las tarifas telefónicas de Telmex para empresas (contando los costes de instalación, las cuotas mensuales y las tarifas por minuto) son más del triple de las de Argentina y cuatro veces las de Brasil.

Sean buenos o malos, los jóvenes conglomerados de países en vías de desarrollo están en pleno auge. En 1990 no había en la lista de las 500 principales compañías de Fortune más que un puñado de multinacionales de países emergentes; en 2006, había 52. Su influencia y su patrimonio crecen día a día. El magnate indio Lakshmi Mittal (número 5 en la lista) es ya el mayor fabricante de acero en Norteamérica, con el 20% de la producción. Cemex, controlada por el multimillonario mexicano Carlos Zambrano, se ha convertido en uno de los mayores fabricantes de cemento del mundo, con unos ingresos que han pasado de unos 300 millones de dólares a mediados de los 80 a más de 18.000 millones en la actualidad. La influencia de estas empresas y de quienes las dirigen aumenta con cada dólar que envían al exterior; el volumen de inversiones directas extranjeras procedentes de las economías emergentes alcanzó en 2005 los 133.000 millones de dólares, es decir, el 17% de los flujos inversores hacia otros países en todo el mundo; un récord histórico. La riqueza de los multimillonarios de esos Estados también es cada vez mayor: los 10 mexicanos incluidos en la lista de Forbes en 2007 acumulan un patrimonio neto de 74.100 millones de dólares, casi el triple de los 24.900 millones que tenían los magnates mexicanos seleccionados en 2000. Y México no está solo; el patrimonio combinado de los multimillonarios como porcentaje del PIB del país en el que viven es aún mayor en Chile, Kuwait, Malaisia, Rusia y Arabia Saudí. El número de multimillonarios indios y chinos en la lista de Forbes se duplicó el pasado año, hasta el punto de que India es, en la actualidad, el segundo país con más potentados entre los 20 primeros, sólo por detrás de EE?UU. ¿Cómo ha ocurrido esto? Una vez más, el caso de México y Slim resulta instructivo. Un estudio publicado el año pasado mostraba que la mitad de los multimillonarios de México se beneficiaron del proceso de privatizaciones en los 80 y 90. El éxito de Slim y otros empresarios, muchas veces, parece deberse más a sus conexiones políticas que a su talento para los negocios.

No todas las privatizaciones se hicieron mal, pero el mismo sistema que ha creado muchos de los gigantes actuales enseña, de forma dolorosa, que el punto de partida importa. En el mejor de los casos, esto significa que el mundo ve ahora las consecuencias de los errores de los 90. La otra conclusión, más pesimista, es que, a medida que el centro de la economía global se traslada a países en los que la ley y las instituciones son débiles, la manera más rápida de alcanzar la riqueza no es el talento, sino las relaciones con el gobierno. ¿Se puede hacer algo al respecto? La verdad es que la mayoría de los instrumentos disponibles para desenmarañar un imperio como el de Slim, o al menos fomentar más competencia, son o demasiado directos o demasiado susceptibles a la manipulación y los retrasos. Los mecanismos existentes en una economía de mercado pueden ser traumáticos, incluso en las mejores circunstancias. Para aplicar las leyes antimonopolio contra Microsoft han hecho falta años de juicios, y eso que se trataba de las economías supuestamente “maduras” de EE UU y Europa. No está claro si ese modelo puede servir en México.

“No existen los milagros”, dice Fernando Henrique Cardoso, presidente de Brasil entre 1995 y 2003. “La única solución es dejar estas decisiones en manos de un sistema regulador y no en individuos”. Sin embargo, los organismos reguladores y las medidas antimonopolio sólo funcionan cuando existe voluntad política y un sistema judicial fuerte e independiente. En México, las grandes empresas suelen obtener amparos, o suspensiones, que les permiten ignorar las decisiones de estos órganos.  Por ejemplo, de 2000 a 2006, el ministro de Comunicaciones y Transporte de México trabajó en Telmex. En 2004, la OMC llegó a la conclusión de que la Comisión Federal de Telecomunicaciones de dicho país había hecho la vista gorda mientras Telmex fijaba las tarifas internacionales, limitaba el suministro de conexiones y extorsionaba a las empresas estadounidenses que trataban de enviar llamadas a México. Con frecuencia, las medidas más perjudiciales proceden de las propias instituciones democráticas que, en teoría, deberían actuar en bien de todos. Es habitual que el Congreso mexicano impida que salgan adelante leyes que podrían dañar los intereses de Slim. No puede extrañar a nadie que los gobiernos que han engendrado a estos multimillonarios sean después incapaces de controlarlos.

Si la era Slim se prolonga, ¿cuánto pasará hasta que la sociedad se harte? Nadie prevé una revolución en México, pero un cambio por medios democráticos puede ser igual de radical: no hay más que preguntar a Hugo Chávez. En este país, Felipe Calderón ganó las elecciones de 2006 por sólo 243.934 votos, el 0,58% del electorado; el otro candidato, de izquierdas y ex alcalde de México D.F., habría encaminado al país en una dirección muy distinta, más similar a la de Chávez.
Si los Carlos Slim del mundo siguen haciéndose cada vez más poderosos, ¿qué ocurrirá en las próximas elecciones en México? ¿Y qué pasará en otros países? Los datos muestran que, desde 1989, las desigualdades económicas han aumentado en muchas zonas, incluso en el mundo desarrollado. Es una tendencia que las autoridades no parecen capaces o deseosas de abordar, pese a que no va a invertirse a corto plazo: China está gobernada por un régimen autoritario que da cada vez más oportunidades de lucro a las asociaciones, oficiales y extraoficiales, entre el Gobierno y la empresa privada. No está claro, por tanto, que las sociedades vayan a tolerar eternamente el abismo cada vez mayor entre ricos y pobres. Sea cual sea el resultado, es posible que los Carlos Slim del mundo provoquen uno de los primeros grandes combates ideológicos del siglo XXI.

Tal vez Slim, de 67 años, no verá las consecuencias de ese debate, y parece empeñado en salir de escena sin pedir perdón por su éxito; o al menos, no de forma directa. En marzo, se comprometió a donar 6.000 millones de dólares a sus fundaciones benéficas en los próximos cuatro años. Asimismo, ha entregado 100 millones de dólares a la Iniciativa Global de Bill Clinton. Estas cifras no son nadacomparadas con los 30.000 millones de dólares, cada uno, donados por Gates y Warren Buffet a la Fundación Bill y Melinda Gates, pero son mejor que nada. Al mismo tiempo, ha puesto en marcha un proyecto con ánimo de lucro, llamado Ideal, para construir autopistas de peaje y hospitales en toda Latinoamérica. Podría parecer un objetivo noble, aunque algunos sospechan que hay otros motivos. Slim ha utilizado Ideal para entrevistarse con todos los jefes de Estado y altos funcionarios latinoamericanos justo cuando Telmex y América Móvil –de cuya dirección se encargan en el día a día sus hijos y sus yernos– están intentando introducirse en toda la región. Nadie ha acusado jamás a Slim de no saber hacer un trato.

Para saber qué puede deparar el futuro, lo mejor es observar el propio México. Por ahora, muchos mexicanos parecen relativamente satisfechos con una clase media que se expande poco a poco, pero con confianza. La previsión de los economistas es que el país pronto generará suficiente empleo para quienes se incorporen al mercado de trabajo. Y, sin embargo, muchos mexicanos muestran una inquietante falta de entusiasmo por su peculiar capitalismo; no está claro todavía que vayan a surgir, ni cuándo, los innovadores y el dinamismo necesarios para que el nivel de vida experimente un auténtico salto hacia adelante. Por suerte o por desgracia, no hay casi nadie en México que le pueda decir a sus hijos: “Un día, serás como Carlos Slim”.

 

 

¿Algo más?
Carlos Slim lleva a cabo una enérgica defensa de sus prácticas empresariales y sus esfuerzos filantrópicos en su página web, CarlosSlim.com. En Mexico’s Mandarins: Crafting a Power Elite for the 21st Century (University of California Press, Berkeley, Estados Unidos, 2002), Roderic Ai Camp examina la red de influencias creada por los dirigentes militares, políticos y religiosos del país.

Para seguir la pista a los 946 multimillonarios del planeta (y sus principales objetivos), véase la lista anual de Forbes. En All the Money in the World: How the Forbes 400 Make –and Spend– Their Fortunes (Alfred A. Knopf, Nueva York, 2007), los responsables de la edición, Peter Bernstein y Annalyn Swan, ofrecen una visión entre bambalinas de los secretos empresariales y las vidas opulentas de los estadounidenses más ricos durante el último cuarto de siglo. El segundo hombre más rico del mundo, Bill Gates, ha donado miles de millones de dólares en los últimos años a la lucha contra enfermedades mortales, y en ‘Medicina rebelde’ (FP edición española, agosto/septiembre, 2006) la periodista especializada en salud Erika Check evalúa lo hecho hasta ahora. Anders Aslund afirma que, a pesar de los ataques de Vladímir Putin contra los oligarcas millonarios rusos, el futuro del país depende de que tengan éxito, en ‘Los últimos magnates de Rusia’ (FP edición española, febrero/marzo, 2006).