• World Development, vol. 33,
    nº 1, enero 2005, Montreal (Canadá)

 

Cuando el economista de Harvard Lant Pritchett examinó las diferencias
de renta entre los países pobres y los ricos en un estudio de 1997 encontró "una
gran desigualdad". Ocho años después, sus conclusiones
siguen siendo válidas: tras décadas de recomendaciones y de miles
de millones en ayuda, muchos países -especialmente en África- son
tan pobres como siempre, lo que ha hecho sonar todas las alarmas entre quienes
trabajan en el ámbito de la cooperación al desarrollo.

Pero ¿es realmente tan desolador el panorama? Según un prestigioso
economista del Banco Mundial, Charles Kenny, la brecha global entre los que
tienen y los que no tienen está cerrándose, no abriéndose.
Aunque algunos países pobres se han quedado atrás en términos
de renta, están alcanzando a los ricos en ciertos indicadores de calidad
de vida, como la atención sanitaria, la educación y el consumo.
El título del último artículo de Kenny para la revista
mensual World Development resume la situación de forma muy gráfica: "¿Por
qué nos preocupa la renta? Casi todo lo que importa está convergiendo".

El debate sobre si los ingresos medios son un buen indicador del desarrollo
no es nuevo. El premio Nobel de Economía, el indio Amartya Sen, lleva
años defendiendo la idea de que para medir el progreso hay que ir más
allá de la mera renta, una actitud que está también en
la raíz del Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas y
de los Objetivos de la Cumbre del Milenio. Por otro lado, los datos empíricos
muestran una fuerte conexión entre los ingresos y otros beneficios sociales,
hasta el punto de que en 1993 Pritchett y el entonces economista jefe del Banco
Mundial, Lawrence Summers, declararon que "más riqueza significa
más salud".

Kenny sostiene que la relación entre renta y calidad de vida evoluciona
con el tiempo, y que haya un desfase en uno de los dos aspectos no significa
que lo haya en el otro. "Incluso sin ningún aumento [en el PIB],
pueden lograrse, y a menudo se logran, mejoras significativas en calidad de
vida", escribe. Las estadísticas de Kenny muestran un progreso
amplio y rápido en un conjunto de indicadores globales, aunque se mantenga
la disparidad de renta. Durante la segunda mitad del siglo XX, por ejemplo,
la esperanza media de vida aumentó de 51 a 69 años, y la tasa
de alfabetización saltó del 52% al 81%.

No es sólo que los promedios estén mejorando. Kenny demuestra
que las diferencias también están menguando, lo que significa
que los pobres, en realidad, están alcanzando a los ricos. Y todas estas
mejoras globales no pueden atribuirse sólo al boom económico
de Asia. Incluso en los países en los que la riqueza no ha aumentado,
ha habido mejora en la calidad de vida de sus habitantes.

Los hallazgos de Kenny suponen un alivio necesario para el reciente pesimismo
sobre el estado del desarrollo. Sí, la pobreza sigue siendo una lacra,
y problemas como la extensión del sida están empeorando. Pero
el desarrollo en los países más pobres no es el fracaso sin paliativos
que proclaman las voces críticas, tanto de la izquierda como de la derecha.


La buena vida: ancianos campesinos sijs de la región
de Punjab (India).

Esta situación es particularmente cierta si adoptamos una perspectiva
a largo plazo. Lisa y llanamente, el último siglo ha sido testigo de
los mayores avances en la historia de la humanidad, especialmente entre los
pobres. La alfabetización en África era prácticamente
inexistente hace sólo unas pocas generaciones, pero ahora casi dos tercios
de este continente saben leer. Hace 90 años, la esperanza de vida en
India era sólo de 24 años y la alfabetización estaba en
el 9%. En 1999, esas cifras habían ascendido a 63 años y al 57%,
respectivamente.

¿Cómo es posible este progreso? Para empezar, las sociedades
son cada vez más eficaces a la hora de convertir sus ingresos en otro
tipo de beneficios. Por ejemplo, hoy sólo hay que invertir una décima
parte de los ingresos relativos para tener la misma esperanza de vida que en
1870. Avances tecnológicos como las vacunas también juegan un
papel importante. De hecho, la tecnología y su difusión entre
los distintos países sugiere que la globalización podría
ser el impulsor más importante, y menos apreciado, del desarrollo.

Sería un error, sin embargo, interpretar que los hallazgos de Kenny
significan que la renta per cápita no necesita subir. Sí parece
que todos se aprovechan del tirón de la globalización, pero los
países que progresaron más rápido y en periodos de tiempo
más cortos en las últimas décadas fueron aquellos que
tenían cifras de crecimiento muy altas. Esto sucede porque las economías
en expansión proporcionan tanto los recursos como los incentivos para
que el cambio sea todavía más rápido.

Este hecho es importante en la incesante batalla dentro del mundo de la cooperación
internacional al desarrollo en torno a la cuestión del reparto de los
recursos. En los últimos años, quienes defienden un gasto directo
en los servicios sociales han salido ganando, mientras permanecen a la defensiva
todos aquellos que ponen el énfasis en el crecimiento económico.
La impaciencia ante el ritmo del desarrollo, unida a las enormes expectativas
generadas por los ambiciosos Objetivos del Milenio, requieren un enfoque más
completo.

Sin duda, es una gran noticia que los niveles de vida globales estén
convergiendo, aunque los ingresos no lo hagan. Pero este desarrollo no cambia
el hecho básico de que promover el crecimiento económico sigue
siendo la manera más eficaz de ayudar a los pobres. Al final, la riqueza
sigue siendo buena para la salud.

¿Más riqueza es más salud? Todd J. Moss

World Development, vol. 33,
nº 1, enero 2005, Montreal (Canadá)

Cuando el economista de Harvard Lant Pritchett examinó las diferencias
de renta entre los países pobres y los ricos en un estudio de 1997 encontró "una
gran desigualdad". Ocho años después, sus conclusiones
siguen siendo válidas: tras décadas de recomendaciones y de miles
de millones en ayuda, muchos países -especialmente en África- son
tan pobres como siempre, lo que ha hecho sonar todas las alarmas entre quienes
trabajan en el ámbito de la cooperación al desarrollo.

Pero ¿es realmente tan desolador el panorama? Según un prestigioso
economista del Banco Mundial, Charles Kenny, la brecha global entre los que
tienen y los que no tienen está cerrándose, no abriéndose.
Aunque algunos países pobres se han quedado atrás en términos
de renta, están alcanzando a los ricos en ciertos indicadores de calidad
de vida, como la atención sanitaria, la educación y el consumo.
El título del último artículo de Kenny para la revista
mensual World Development resume la situación de forma muy gráfica: "¿Por
qué nos preocupa la renta? Casi todo lo que importa está convergiendo".

El debate sobre si los ingresos medios son un buen indicador del desarrollo
no es nuevo. El premio Nobel de Economía, el indio Amartya Sen, lleva
años defendiendo la idea de que para medir el progreso hay que ir más
allá de la mera renta, una actitud que está también en
la raíz del Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas y
de los Objetivos de la Cumbre del Milenio. Por otro lado, los datos empíricos
muestran una fuerte conexión entre los ingresos y otros beneficios sociales,
hasta el punto de que en 1993 Pritchett y el entonces economista jefe del Banco
Mundial, Lawrence Summers, declararon que "más riqueza significa
más salud".

Kenny sostiene que la relación entre renta y calidad de vida evoluciona
con el tiempo, y que haya un desfase en uno de los dos aspectos no significa
que lo haya en el otro. "Incluso sin ningún aumento [en el PIB],
pueden lograrse, y a menudo se logran, mejoras significativas en calidad de
vida", escribe. Las estadísticas de Kenny muestran un progreso
amplio y rápido en un conjunto de indicadores globales, aunque se mantenga
la disparidad de renta. Durante la segunda mitad del siglo XX, por ejemplo,
la esperanza media de vida aumentó de 51 a 69 años, y la tasa
de alfabetización saltó del 52% al 81%.

No es sólo que los promedios estén mejorando. Kenny demuestra
que las diferencias también están menguando, lo que significa
que los pobres, en realidad, están alcanzando a los ricos. Y todas estas
mejoras globales no pueden atribuirse sólo al boom económico
de Asia. Incluso en los países en los que la riqueza no ha aumentado,
ha habido mejora en la calidad de vida de sus habitantes.

Los hallazgos de Kenny suponen un alivio necesario para el reciente pesimismo
sobre el estado del desarrollo. Sí, la pobreza sigue siendo una lacra,
y problemas como la extensión del sida están empeorando. Pero
el desarrollo en los países más pobres no es el fracaso sin paliativos
que proclaman las voces críticas, tanto de la izquierda como de la derecha.


La buena vida: ancianos campesinos sijs de la región
de Punjab (India).

Esta situación es particularmente cierta si adoptamos una perspectiva
a largo plazo. Lisa y llanamente, el último siglo ha sido testigo de
los mayores avances en la historia de la humanidad, especialmente entre los
pobres. La alfabetización en África era prácticamente
inexistente hace sólo unas pocas generaciones, pero ahora casi dos tercios
de este continente saben leer. Hace 90 años, la esperanza de vida en
India era sólo de 24 años y la alfabetización estaba en
el 9%. En 1999, esas cifras habían ascendido a 63 años y al 57%,
respectivamente.

¿Cómo es posible este progreso? Para empezar, las sociedades
son cada vez más eficaces a la hora de convertir sus ingresos en otro
tipo de beneficios. Por ejemplo, hoy sólo hay que invertir una décima
parte de los ingresos relativos para tener la misma esperanza de vida que en
1870. Avances tecnológicos como las vacunas también juegan un
papel importante. De hecho, la tecnología y su difusión entre
los distintos países sugiere que la globalización podría
ser el impulsor más importante, y menos apreciado, del desarrollo.

Sería un error, sin embargo, interpretar que los hallazgos de Kenny
significan que la renta per cápita no necesita subir. Sí parece
que todos se aprovechan del tirón de la globalización, pero los
países que progresaron más rápido y en periodos de tiempo
más cortos en las últimas décadas fueron aquellos que
tenían cifras de crecimiento muy altas. Esto sucede porque las economías
en expansión proporcionan tanto los recursos como los incentivos para
que el cambio sea todavía más rápido.

Este hecho es importante en la incesante batalla dentro del mundo de la cooperación
internacional al desarrollo en torno a la cuestión del reparto de los
recursos. En los últimos años, quienes defienden un gasto directo
en los servicios sociales han salido ganando, mientras permanecen a la defensiva
todos aquellos que ponen el énfasis en el crecimiento económico.
La impaciencia ante el ritmo del desarrollo, unida a las enormes expectativas
generadas por los ambiciosos Objetivos del Milenio, requieren un enfoque más
completo.

Sin duda, es una gran noticia que los niveles de vida globales estén
convergiendo, aunque los ingresos no lo hagan. Pero este desarrollo no cambia
el hecho básico de que promover el crecimiento económico sigue
siendo la manera más eficaz de ayudar a los pobres. Al final, la riqueza
sigue siendo buena para la salud.

Todd J. Moss es investigador en el Centro
para el Desarrollo Global en Washington y autor de Adventure Capitalism: Globalization
and the Political Economy of Stocks Markets in Africa
(Palgrave Mc Millan,
Nueva York, 2003).