Estación de tren en Bombay, India. Punit Paranjpe/AFP/GettyImages
Estación de tren en Bombay, India. Punit Paranjpe/AFP/GettyImages

Las poblaciones flotantes, que se establecen temporalmente fuera de sus lugares de origen para volver tarde o temprano, constituyen un fenómeno masivo en algunos países. Éstos son algunos de los casos más importantes, y también de los más singulares.

 

China: presos del ‘hukou’

Inmigrantes chinos rurales llegan a la estación de autobuses de Pekín en busca de trabajo. Peter Parks/AFP/Getty Images
Inmigrantes chinos rurales llegan a la estación de autobuses de Pekín en busca de trabajo. Peter Parks/AFP/Getty Images

Diversos factores nutren la inmensa población flotante china: la disparidad económica entre el campo y la ciudad, entre el este y el oeste, entre el interior y la costa… El resultado es que una buena parte de la población rural busca oportunidades en los polos de desarrollo económico del país, como Pekín o Shanghái.

Sin embargo, su vida no se vuelve necesariamente más fácil: unos 230 millones de emigrados internos chinos se ven privados del derecho a residir permanentemente en la ciudad a la que se han desplazado. La gran barrera que les mantiene como población flotante y les impide convertirse en ciudadanos de pleno derecho es el hukou, un permiso de residencia al que muy pocos emigrantes rurales pueden acceder, y que sirve para limitar el éxodo a las zonas urbanas y ricas del país.

Lejos de mitigar el fenómeno migratorio interno, el hukou simplemente convierte a los emigrados rurales en población flotante, sin acceso a servicios básicos y marcada por el estigma indeleble de su origen rural. Este fenómeno migratorio interno no tiene visos de revertirse, puesto que la población flotante china se elevará a 300 millones en 10 años. Las inmensas bolsas de ciudadanos de segunda categoría que se han creado son una amenaza a la estabilidad social del país.

Las autoridades se han comprometido a una gradual reforma del hukou para acabar con esa situación de precariedad y ausencia de derechos de la población flotante, pero todas las reformas se ven frenadas por el miedo a incentivar la inmigración interna y a generar un efecto llamada adicional. Por esa razón, se ha empezado por relajar las restricciones a quienes emigran a ciudades de tamaño medio, menos ricas, atractivas y codiciadas que Pekín o Shanghái.

El Gobierno lleva años impulsando un ambicioso proyecto de desarrollo económico para las zonas más deprimidas del país, situadas principalmente en el interior y en el oeste, en la que creencia de que ello mitigará la migración interna. Pero la brecha con el próspero litoral sigue siendo demasiado grande, como también lo es el llamamiento de las megaciudades que son el escaparate global de un país pujante del que todos los chinos quieren su pequeño trozo.

 

India: desafíos múltiples

La población flotante india incluye a los profesionales que se desplazan a las grandes ciudades para trabajar durante un periodo determinado, y también a los habitantes de los míseros slums que, al no poder permitirse un alojamiento en el municipio en el que trabajan o buscan empleo, se ven obligados a emprender el viaje diario desde sus míseros vecindarios hasta el núcleo económico de los ciudades. Esta población flotante se dirige sobre todo a urbes inmensas y comparativamente prósperas, como Nueva Delhi, Bombay, Chennai o Bangalore.

Las consecuencias derivadas de este movimiento migratorio interno y masivo, que se repite con diaria asiduidad, tienen múltiples dimensiones. La informalidad y el carácter precario e improvisado de los nuevos barrios que surgen en las afueras de las ciudades, en los que habita la población flotante más mísera, hacen que carezcan de toda infraestructura y servicios, lo que está acelerando aún más la formación de bolsas de pobreza urbana. A su vez, urbes como Chennai, cuya población flotante se incrementa en unas 200.000 personas cada año, no tiene agua ni vertederos suficientes para hacer frente a este constante y desregulado crecimiento de la población.

Otro enorme desafío es el del transporte. La población flotante de clase media satura con sus vehículos unas ciudades que no están preparadas para absorber más tráfico. Pero la presión es aún más grande sobre el transporte ferroviario, a cuyo abarrotamiento contribuye la población flotante que se mueve cada día, y que ha llevado a las autoridades a lanzar un ambicioso plan para los ferrocarriles, entre los que se incluyen medidas tales como la inserción de 17.000 bio-aseos.

Otro de los grandes problemas a los que se enfrenta India es precisamente el de la higiene y la salud públicas, que se ha visto agravado por el crecimiento y precariedad de la población flotante: las estadísticas oficiales señalan que el 22% de los indios defeca al aire libre, un dato que sería aún más escandaloso si se incluyera a la gran masa que viaja diariamente. En lo que se refiere a la salud, se estima que la población flotante que se desplaza cada día facilita la transmisión de enfermedades infecciosas, como el H1N1, que se ha cobrado varias víctimas mortales en Bangalore.

En suma, el desafío de la vasta población flotante india agrava el cuadro múltiple de problemas sociales a los que se enfrenta el país, al tiempo que alimenta y precariza la miseria de la que nacen buena parte de esos mismos problemas.

 

Emiratos Árabes: Dubái, ciudad flotante

Control de pasaportes en el aeropuerto de Dubai. Marwan Naamani/AFP/Getty Images
Control de pasaportes en el aeropuerto de Dubai. Marwan Naamani/AFP/Getty Images

En Dubái, epicentro por excelencia de la actividad económica, financiera, constructora y logística de Oriente Medio, hay censada una población de alrededor de un millón de habitantes. Sin embargo, en un día de labor cualquiera, son más de cuatro millones las almas que alberga el emirato, lo que supone proporcionalmente uno de los volúmenes más grandes de población flotante del planeta.

La mayor parte de esta masa en movimiento la componen trabajadores que se desplazan diariamente desde otros lugares del país, donde residen por ser más baratos que Dubái, o bien profesionales de muy diversos rangos que pasan en esta ciudad temporadas de varios meses o de varios años para completar un proyecto profesional. En esta segunda categoría se incluyen tanto ejecutivos occidentales con sueldos exorbitantes como peones de la construcción procedentes del subcontinente indio que trabajan en condiciones lamentables.

Esta masa flotante genera importantes desequilibrios. Casi el 80% de la población del emirato está compuesta por hombres, por ser en éstos en quienes recaen la posibilidad y el privilegio de trabajar, de acuerdo con la cultura propia de los principales países del entorno que forman el grueso de la masa trabajadora en el emirato. El componente estrictamente profesional de la población temporal de Dubái también hace que haya muy pocos niños o personas mayores de 60 años, por no estar habitualmente en edad de trabajar.

La población flotante no está ahí para quedarse, sino para cumplir un cometido temporal y luego irse, y por eso mismo actúa según pautas de no permanencia. Así, quienes no hablan árabe (que son la mayoría de la población, si se cuenta a la flotante) no aprenden nunca ese idioma, lo que ha llevado a una gran pérdida de preponderancia del mismo. A su vez, la naturaleza transitoria de la mayor parte de la población genera ciertos riesgos financieros, como que sólo una minúscula parte de los residentes asegure sus hogares.

Pocas cosas ilustraron mejor la transitoriedad de los expatriados que ver cómo muchos de éstos, al estallar la burbuja que en 2008 estuvo a punto de hundir el emirato, huían con tanta prisa que dejaban abandonados sus coches en las inmediaciones del aeropuerto. Ahora Dubái es otra vez un rincón de pujanza y prosperidad que se alimenta de una población flotante en constante rotación. El sistema, por lo menos económicamente, vuelve a funcionar.

 

México: explosión demográfica en la frontera norte

Algo está cambiando en las pautas migratorias entre México y Estados Unidos. A medida que se incrementan los controles en ciertos puntos, las grandes ciudades fronterizas no son ya necesariamente los principales puntos de tránsito, sino que buena parte de ese flujo está desplazándose a pequeñas ciudades de las que muchos no habían oído hablar. En éstas se está acumulando una cuantiosa población flotante, procedente de todo México y también de algunos países de América Central, que espera la ocasión para dar el salto al norte.

Un caso paradigmático es el de Nogales, en el estado mexicano de Sonora. Esta ciudad fronteriza y contigua a su hermana homónima estadounidense, en Arizona, alberga a una población flotante que la ha convertido ya en una urbe de tamaño medio. Sin embargo, el principal factor que contribuye al inmenso crecimiento de la población flotante de Nogales no es la presencia de inmigrantes agazapados para cruzar la frontera, sino su creciente desarrollo industrial, que ha atraído a obreros temporales de todo el país. En otro estado fronterizo, Tamaulipas, ciudades como Reynosa o Matamoros han pasado de tener un tamaño medio a uno grande como resultado de los flujos flotantes relacionados con la migración transfronteriza y de las oportunidades laborales que ofrecen ambos municipios.

La pobreza, la inseguridad y el estigma pesan sobre estas poblaciones flotantes. La prensa local de Sonora acusa a los foráneos de perpetrar la mayor parte de la violencia de género. La población flotante es, además, especialmente vulnerable a las actividades de los grupos de narcotraficantes que operan en la zona, mientras que los recursos y planificación necesarios para asegurar unas condiciones de vida dignas a esas personas en tránsito están por debajo de lo que las autoridades pueden o están dispuestas a proveer.

Por el momento se desconoce la magnitud, intensidad, frecuencia y principales tipos de migración temporal. México debe cuantificar y caracterizar a su población flotante para abordar adecuadamente un fenómeno que tiende a incrementarse, o por lo menos a mantenerse, por efecto tanto de las disparidades territoriales internas como del abismo económico que separa y seguirá separando al país de su vecino del norte.

 

Africanos en Guangzhou: Afro-cantoneses a la deriva

Una mujer procedente de Zambia vende ropa fuera del mercado de Guangzhou. STR/AFP/Getty Images
Una mujer procedente de Zambia vende ropa fuera del mercado de Guangzhou. STR/AFP/Getty Images

El poderío de China en África, acompañado del creciente asentamiento de ciudadanos asiáticos en ese continente, es bien conocido. Menos se sabe del movimiento migratorio en la dirección inversa, que aun siendo mucho menor, da lugar a fenómenos interesantes.

Desde el boom económico de los 90, Guangzhou (Cantón) es el gran foco de la emigración africana a China. En esta próspera ciudad meridional ha recalado un número alto pero indeterminado de africanos procedentes de diversos países. Uno de los motivos por los que las autoridades encuentran tan difícil cuantificarlos es porque son, en buena parte de los casos, población flotante.

Muchos de estos africanos de Guangzhou son residentes a corto plazo que llegan con visados de turista con una duración máxima de 30 días y con dinero en efectivo para comprar artículos baratos y luego revenderlos en sus países de origen. Otros simplemente pasan un día en la ciudad y después se marchan a otras localidades de la zona, para regresar a África al cabo de unos días. Si bien muchos exceden el tiempo permitido por sus visados e intentan convertirse en residentes a largo plazo, o incluso permanentes, se trata de una comunidad esencialmente móvil. Sus números son objeto de debate y controversia, pues oscilan entre los 20.000 y los 200.000, por lo que constituyen una pequeña pero considerable minoría entre los 13 millones de habitantes de esta megaurbe china.

El interés por conocer el verdadero tamaño de esta comunidad flotante africana se debe en parte al recelo que provoca. La emigración africana es aún novedosa en China, y a sus miembros se les acusa de utilizar pasaportes falsos, de traficar con drogas o de propagar enfermedades como el ébola. A su vez, los africanos de Guangzhou están condenados a ser población flotante, puesto que las autoridades no les dan ninguna facilidad para quedarse en la ciudad: no pueden abrir cuentas bancarias ni adquirir la nacionalidad china, aunque se casen con una mujer del gigante asiático. Sus dificultades para la integración y la prosperidad económica son mucho mayores que aquéllas a las que se enfrentan los chinos que se han afincado en ciudades africanas como Lagos o Mombasa.

En público, las autoridades de Pekín dicen acoger con los brazos abiertos a la comunidad africana, pero en la práctica la legislación impide su progreso y su establecimiento a largo plazo en el país. Mientras esto no cambie, los afro-cantoneses seguirán flotando.