¿Estabilidad o democracia? No son excluyentes. Ha llegado el momento de que Occidente deje de apoyar a regímenes autoritarios y apueste por el equilibrio entre sus intereses políticos y la defensa de las libertades en el mundo árabe.

Barack Obama pronunciará en El Cairo su anunciado discurso al mundo árabe y musulmán esta semana, con el que espera sentar las bases para cerrar la brecha con Occidente. Para este hito histórico, muchos habrían preferido un país que hubiera dado pasos significativos hacia las prácticas democráticas y que fuera un ejemplo positivo para los demás como, por ejemplo, Turquía o Indonesia. Pero la prioridad occidental no es un Oriente Medio democrático sino estable. Tanto Estados Unidos como Europa pretenden rediseñar sus políticas en la región, aunque tales esfuerzos probablemente no den frutos sin la participación de Egipto. La elección de El Cairo por parte del presidente estadounidense se basa en el papel que EE UU espera del régimen de Hosni Mubarak. Las prioridades de la agenda común incluyen avanzar hacia un acuerdo de paz palestino-israelí, afrontar la amenaza nuclear iraní, neutralizar el papel de Siria para preparar su integración en el proceso de paz con Israel y asegurar la estabilidad iraquí.

Para Mubarak, este es un triunfo diplomático. El discurso de Obama dará un mayor peso internacional a su régimen autoritario. La diplomacia egipcia interpreta la elección como un precalentamiento de las relaciones tras años de tensión durante la Administración Bush. En mayo, Mubarak realizó su primera visita a la Casa Blanca en cinco años y la Secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, se refirió recientemente al presidente egipcio y su mujer como “amigos de su familia”. Pero no ha sido siempre así. Entre 2003 y 2005, las presiones sobre el gobierno de Mubarak contribuyeron a provocar protestas de la oposición sin precedentes. Sin embargo, el deterioro de la seguridad en Irak, la victoria electoral de Hamás en Palestina y la creciente amenaza nuclear de Irán han cambiado el humor de la UE y de EE UU, retrotrayéndolos al enfoque preferido tradicionalmente de apoyar tiranos árabes, a quienes ven con mayor capacidad de mantener la seguridad en la región.

En Europa, el presidente francés encabeza el resurgimiento del realismo político. Nicolás Sarkozy y Mubarak copresiden la Unión para el Mediterráneo, un proyecto que ignora la democracia y los derechos humanos. Parece que atraer contratos millonarios para compañías francesas es mucho más popular entre el electorado. Más aún, la UE saca provecho de la ventaja que le brinda el control tiránico ejercido por los gobiernos del sur del Mediterráneo, puesto que resulta muy conveniente tenerlos como guardianes de las puertas de Europa frente a la inmigración ilegal y el terrorismo.

El régimen autoritario de Mubarak también recibe apoyo económico y militar por parte de Estados Unidos (más de 50.000 millones de dólares desde 1979) y de la Unión Europea (558 millones de euros para el periodo 2007-2010, sin contar las aportaciones bilaterales de los Estados miembros). No obstante, esta ayuda no beneficia al pueblo egipcio sino que sirve a los intereses de la élite dominante. Pese a las declaraciones occidentales, no constituye un incentivo para que el régimen se embarque en reformas significativas. Son el precio a pagar por el papel de broker (intermediario) que desempeña Egipto para proteger la seguridad y los intereses políticos occidentales en la zona.

Sin embargo, la seguridad y estabilidad que Occidente persigue tan desesperadamente no se alcanzará mediante el apoyo a regímenes autoritarios, porque detrás de ellos está la causa principal del surgimiento del extremismo religioso y el terrorismo, debido a la marginalización de sus comunidades y a los medios represivos para limitar el cambio pacífico y la participación política. El descontento popular ha ido en aumento. Muchos países han presenciado levantamientos debido a la ineficiencia de sus gobiernos para proveer servicios básicos tales como comida, empleo y vivienda a precios asequibles. En la esfera política, los grupos islamistas moderados -como los Hermanos Musulmanes de Egipto o la formación En Nahda de Túnez, que han rechazado la violencia y han buscado integrarse en el proceso político- ven que sus esfuerzos chocan con los regímenes opresivos. Los partidos islamistas legales, como el Partido de la Justicia y el Desarrollo de Marruecos o el Frente Islámico para la Acción de Jordania, que han participado democráticamente en el juego electoral, les es cada vez más difícil defender sus posiciones ante sus bases, ya que la participación en comicios no democráticos mina las esperanzas de triunfo o de participación real en el diseño del destino del país. Si las elecciones no merecen la pena, los islamistas moderados pueden cambiar de opinión. Un estudio reciente realizado por la Rand Corporation afirma que “la apertura política puede moderar las fuerzas de oposición” mientras que “las reformas cosméticas y los retrocesos erosionan la legitimidad de los regímenes y contribuyen a la violencia política”.

Durante 28 años Mubarak ha monopolizado el poder, ha asediado a la sociedad civil y política y ha convertido la Ley de Emergencia en una situación permanente. La guerra contra el terror otorgó al régimen una nueva legitimidad para justificar sus inmorales y drásticas medidas de seguridad. Aparte de los activistas de la sociedad civil, los miembros de los Hermanos Musulmanes son sus objetivos preferidos –la represión de los islamistas vende bien en el mercado internacional. Los propios Hermanos sostienen que las enérgicas medidas adoptadas contra ellos desde 2005 están confiriendo más poder a las voces más radicales del grupo.

El apoyo implícito del estatus quo político podría ser explosivo, pero tampoco se puede obviar la importancia de las relaciones con los gobiernos árabes. La estabilidad y la democracia en Oriente Medio no son alternativas diplomáticas, sino dos paradas en el camino hacia la seguridad sostenible. El desafío para Obama y sus aliados europeos radica en reconciliar y equilibrar sus intereses políticos y de seguridad de corto plazo con una agenda prodemocrática. Los activistas cívicos árabes abrigan grandes expectativas del nuevo presidente de Estados Unidos: solidaridad con sus aspiraciones de cambio y un clima internacional que provea el apoyo moral y político que necesitan para convertirse en agentes del cambio. EE UU y la UE tienen ahora la oportunidad conjunta de apoyar a las fuerzas políticas moderadas en el mundo árabe. Varios de los gobernantes del sur del Mediterráneo son mayores o están enfermos, y pronto dejarán un vacío de poder, ya que su sucesión está lejos de ser resuelta. ¿Quién querría Occidente que les sucediera?

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