Hace meses, los observadores predijeron que el éxito de la reunión entre la Unión Europea y los Balcanes Occidentales en Sarajevo (2 de junio de 2010), dentro de la Presidencia española de la UE, dependería de cómo se incluyera al representante de Kosovo y qué mensaje tuviera la “Declaración de Sarajevo”.

Los organizadores encontraron una solución para el primer problema y consiguieron sentar a Serbia y los representantes de Kosovo en la misma mesa. Fue un paso pequeño pero simbólico.

En cuanto al segundo, la perspectiva y las expectativas influyen en la valoración del éxito. Para quienes siempre ven el vaso medio lleno, la confirmación, una vez más, del compromiso de la UE con los Balcanes Occidentales y su perspectiva europea en las circunstancias actuales, caracterizadas por una profunda crisis económica y una fatiga cada vez mayor producida por la ampliación, parece una buena noticia.

Quienes esperaban que la cumbre fuera “un momento decisivo en la integración de los países de los Balcanes Occidentales en la UE”, como dijo el ministro de Asuntos Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, al anunciar la reunión hace unos meses, deben sentirse decepcionados.

En concreto, la reunión se llevó a cabo 10 años después de un encuentro celebrado en Zagreb que indicó las reformas estructurales, políticas y económicas que los países de la región debían realizar para acercarse a la UE, y siete años después de la cumbre de Tesalónica, en la que el compromiso político se tradujo en acciones concretas. Ambas reuniones impulsaron los procesos reformistas en la mayoría de los países de los Balcanes occidentales, que han avanzado más o menos en su intento de integración. Sin embargo, todavía están muy lejos de cumplir los requisitos para ser miembros de pleno derecho de la Unión.

Debido al formato Gymnich que permitió la incorporación de Kosovo, la reunión de Sarajevo ha acabado sin una declaración, pero sí con un mensaje presidencial sobre una “clara perspectiva de la UE para toda la región”. Dicho mensaje no va a empujar a actuar a los países de la zona que sufren brechas políticas profundas. Desde luego, una sociedad dividida políticamente, empobrecida y desconfiada como la de Bosnia-Herzegovina no se sentirá motivada por un “buen futuro en la UE” imposible de predecir.

La UE ha desperdiciado otra oportunidad de aprender una lección y construir sobre lo ya conseguido. El proceso de liberalización de visados que acaba de culminarse demuestra que los países de la región pueden ser eficientes si se dan condiciones bien definidas y transparentes. Al no definir unas medidas concretas para seguir avanzando, es posible que la UE haya causado consternación en vez de dar nuevo impulso.