Cuando el año pasado sonó en el Parlamento iraquí una oración chií que provenía

de un móvil, estalló una gran pelea sectaria. El incidente destapó las crecientes

tensiones alrededor de las populares melodías que reproducen fragmentos de versos

del Corán o de la llamada a la oración que el muecín entona cinco veces al día

y que empieza con el clásico Alahu Akbar (Alá es el más grande).

Los clérigos musulmanes no se ponen de acuerdo sobre la bondad de los tonos,

que pueden descargarse de varias webs. En Lucknow, India, los religiosos emitieron

una fetua prohibiéndolos por “no islámicos”. Abdur Raheem Qureshi, miembro del

conservador Consejo sobre Legislación Personal Musulmana de Toda India, que

interpreta el derecho islámico para los 150 millones de seguidores de esa fe

del país, defiende el edicto. “Cuando se recita el Corán, todos los musulmanes

deben escuchar embelesados y con respeto”, afirma. Eso es difícil si estás contestando

una llamada.

Otros líderes religiosos no están tan seguros. “Emplear la tecnología para

la propagación y el respeto de la fe aumenta la devoción de la gente”, sostiene

Mohamed Jalid Masud, presidente del Consejo Paquistaní de la Ideología Islámica,

quien explica que la discusión se remonta al siglo XIX, cuando los musulmanes

debatían las grabaciones del Corán para el gramófono. Pero hoy la tecnología

tiene mucha más presencia. Y a veces está claro que los tonos tienen intención

de ofender. Algunos militantes chiíes contestan sus llamadas de móvil tras oír

sus tonos con diatribas antisuníes. La virtud islámica brilla por su ausencia

en esos casos.