El nuevo presupuesto de Obama apuesta por una diplomacia preventiva.

Scott Olson/AFP/Getty Images

 

En su primer discurso como presidente de Estados Unidos, Barack Obama prometió en política exterior “un nuevo modo de avanzar, basado en el interés mutuo y el respeto mutuo”. La frase se entendió entonces como una sentencia de muerte para la diplomacia al estilo neocon que había apadrinado su antecesor George W. Bush: agresiva, directa y con la opción militar como protagonista indiscutible. Obama marcaba entonces un cambio de discurso, una vuelta al multilateralismo amable, a una diplomacia con más sosiego y menos testosterona.

Durante estos tres años, poco ha cambiado aparte de las formas. Absorbido por la gestión de una brutal recesión económica y centrado en labrarse la reelección mediante una ambiciosa agenda interna, a Obama le ha quedado poco tiempo para la geoestrategia. Con el presupuesto hipotecado por dos guerras en curso en Irak y Afganistán, toda innovación en política exterior tenía más que ver con las palabras que con los hechos. Pero todo eso puede estar a punto de cambiar.

Obama le ha presentado al Congreso estadounidense un presupuesto para el año que viene que supondría un giro en política exterior. Tras la retirada casi completa de Irak y la reducción de un tercio de las tropas en Afganistán, la Casa Blanca se ahorra 30.000 millones de dólares (unos 23.000 millones de euros) con los que puede empezar a aplicar su propio modelo de diplomacia. Éste pasa primero por un cambio en el papel protagonista de la política exterior estadounidense; baja el presupuesto de defensa en un 1% y sube el de política y ayuda exterior más de un 1,6%. El mensaje está claro: reducir el uso del palo y ofrecer más zanahorias. El cambio de estrategia tiene su ejemplo claro en Afganistán, donde el dinero que se deja de gastar en mantener tropas estadounidenses llega al país por otros cauces. La Administración prevé gastarse más de 5.700 millones de dólares en entrenar y equipar al Ejército y la policía afganas, y otros 400 en construir infraestructuras en el país. También se dejará más de 800 millones en entrenar a las fuerzas paquistaníes que vigilan la frontera entre ese país y Afganistán, una zona crítica para determinar cuánta influencia tendrán Al Qaeda y los talibanes en el futuro de la zona.

El objetivo de futuro pasa por invertir más en diplomacia preventiva y así hacerlo menos en despliegues militares a posteriori. Para Daniel S. Hamilton, director del Centro para las Relaciones Transatlánticas de la Universidad John Hopkins, era un movimiento casi inevitable: "El 11-S hinchó el presupuesto militar y ahora estamos en una nueva era, así que tenía que bajar necesariamente (…) La Administración intenta conseguir que el Departamento de Estado sea capaz de desplegar personal para prevenir crisis, personal civil que haga trabajo preventivo para así no verse obligado a desplegar soldados más tarde”. La clave, dice este académico, es si Obama está dispuesto a poner el músculo suficiente para que el Congreso no haga descarrilar sus planes y le niegue el dinero necesario para esta reasignación de fuerzas entre los departamentos de Estado y Defensa. La bajada del presupuesto militar es un tabú para muchos legisladores y evitarla es el primer objetivo del influyente lobby de la industria militar.

La batalla política promete ser dura y ya ha comenzado. Para los adversarios de Obama, este nuevo modelo de política exterior se puede resumir en una palabra: debilidad. Creen que con el descenso del gasto en defensa Estados Unidos arriesga su posición de liderazgo en el mundo. Según Michaela Bendikova, investigadora del think tank conservador Heritage Foundation, con este presupuesto “la Marina no podrá prevenir una agresión iraní en el estrecho de Ormuz (…) y Estados Unidos tendrá que plantearse misiones donde la Fuerza Aérea no podrá controlar el cielo. Los Marines no tendrán suficientes barcos para desplegar sus fuerzas y el Ejército sufrirá para cumplir con sus tareas”. Además los conservadores acusan al Presidente de debilitar al país para poder sufragar sus iniciativas más izquierdistas. Así lo defiende uno de los asesores del candidato republicano Mitt Romney en el área de política exterior, Ray Walser. “Vamos camino de ser una potencia a la europea, con la influencia internacional limitada de una potencia europea (…) Lo que ahorramos con las retiradas en Irak y Afganistán lo gastaremos en programas sociales como Medicare”.

 

Primavera árabe e Israel

Por la vía del dólar, el nuevo presupuesto de Obama tiene como meta influir en los acontecimientos internacionales mientras están gestándose en vez de simplemente reaccionar después de que sucedan. Para eso se ha creado una de las partidas más polémicas del presupuesto: el “Fondo de la Primavera Árabe”. Se trata de 800 millones de dólares que se ponen en manos del departamento de Estado sin apenas restricciones. Las condiciones son que el dinero  “ayude” a las transiciones en países árabes y del Norte de África, y que con él se creen incentivos para las reformas “políticas, económicas y de comercio”. Una formulación lo suficientemente laxa como para que Hillary Clinton o su sucesor puedan repartir el dinero sin cortapisas legales. Incluso dentro de EE UU algunos temen que esta falta de concreción haga que los dólares estadounidenses no sirvan para promover la democracia sino todo lo contrario: “Tal cual está presentado, es difícil saber si el Fondo de la Primavera Árabe es un vino nuevo o sólo el mismo vino viejo en recipiente nuevo”, ha dicho el investigador John Norris del Center for American Progress.

Por supuesto la cuantía del Fondo de la Primavera Árabe es una mera propina al lado del dinero que Estados Unidos destina a sus aliados tradicionales en Oriente Medio a través de la ayuda militar. El presupuesto de este año mantiene una fuerte inversión en sus dos pilares en la región: 3.075 millones de dólares para Israel, en plena escalada de tensión con Irán, y 1.300 millones para su vecino del sur, Egipto.

La cuantía del Fondo de la Primavera Árabe es una mera propina al lado del dinero que EE UU destina a sus aliados tradicionales en Oriente Medio a través de la ayuda militar

El grueso de la ayuda para Israel se usará para comprar armas y sistemas estadounidenses, entre ellos el programa “Cúpula de Hierro”, un sistema de escudo antimisiles que ha tenido bastante éxito contra los cohetes provenientes de Gaza o del sur de Líbano. Ahora el gobierno de Netanyahu quiere invertir 500 millones más para guarecerse de un posible ataque iraní. El lobby proisraelí de Washington ha presionado con éxito para lograr más fondos, en parte porque miran con desconfianza los movimientos políticos en Egipto. Según la muy influyente AIPAC, “Israel espera que surjan sociedades libres en los países árabes pero debe prepararse para la posibilidad de que aumente la tensión con sus vecinos. Durante décadas ha basado su defensa en la asunción de que la paz con Egipto era segura. Ahora, con los partidos islamistas dominando el Parlamento y la incertidumbre sobre el futuro de Egipto, Israel debe invertir más recursos en protegerse”.

La ayuda militar directa de 1.300 millones de dólares a Egipto preocupa desde luego a Israel, pero también a los movimientos democráticos dentro del propio Egipto, que temen que ese dinero sirva para fortalecer aún más la posición de los generales que controlan el país desde la caída de Mubarak. Un miedo que comparten también algunos en el Congreso estadounidense, donde muchos legisladores querían que se congelara toda ayuda a Egipto hasta que diera muestras de mayor firmeza en su tránsito hacia la democracia. Cuando hace unas semanas el departamento de Estado decidió desbloquear algunas ayudas pendientes, demócratas y republicanos tuvieron palabras de censura como las del presidente del subcomité de ayuda externa del Senado, Pat Leahy: “Las fuerzas armadas egipcias deberían defender las libertades fundamentales y el Estado de derecho en vez de acosar a aquellos que trabajan por la democracia”. Probablemente tuvo algo que ver en esa indignación el arresto de algunos activistas estadounidenses, que finalmente consiguieron regresar a casa tras pasar un tiempo retenidos en el país.

 

Despliegue con vistas a China

Aunque el presupuesto militar baja, sí que apuesta por algunas nuevas prioridades en política exterior. Mientras China continúa fortaleciendo sus Fuerzas Armadas, Estados Unidos se ha propuesto crecer en su zona de influencia. El presupuesto de Obama facilita que la US Navy establezca una presencia permanente en Australia y Singapur, para llegar más rápido a una hipotética zona de conflicto en el Pacífico que desde las actuales bases en Hawai y la Costa Oeste. También se ha presupuestado una modernización la fuerza naval que, como apenas ha tenido protagonismo en Irak y Afganistán, conserva una estructura propia de la Guerra Fría. Lo ha dicho el subsecretario de Defensa, Ashton B. Carter: “La marina mantendrá prácticamente el número de barcos pero hemos decidido retener los elementos de la estructura naval que son más relevantes para la región Asia-Pacífico. No habrá reducción de portaviones ni grandes anfibios, y se producirá un traslado de la flota del Atlántico al Pacífico de forma que acabará siendo de un 60% en el Pacífico y un 40% en el Atlántico, muy diferente de lo que ha sido en nuestra historia”.

Porque efectivamente, estas innovaciones presupuestarias en materia de defensa y política exterior suponen un alejamiento de la historia, de la tradición estadounidense en este campo. Son el reflejo de un mundo en el que Europa y el Atlántico ya no ocupan el primer lugar en importancia estratégica y el futuro se juega principalmente en Asia. Ante este panorama el poderío militar estadounidense puede tener una influencia limitada y siempre muy costosa en los asuntos internacionales, así que el aparato diplomático de Washington está poniéndose a punto para completarlo y de paso recobrar la importancia perdida en la última década. Si Barack Obama se sale con la suya, Estados Unidos irá teniendo más diplomáticos y menos reclutas.

 

 

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