Un soldado que combate contra Daesh hace el símbolo de la victoria. Ahmad al Rubaye/AFP/Getty Images
Un soldado que combate contra Daesh hace el símbolo de la victoria. Ahmad al Rubaye/AFP/Getty Images

La conquista de la ciudad iraquí, en manos de Daesh, llegará más tarde o más temprano, pero no solucionará el complejo escenario de la región donde se funden una gran variedad de factores que alimentan la violencia.

Mientras tropas de diversa procedencia –básicamente chiíes y kurdos– avanzan hacia el corazón de Mosul, en el norte de Irak, en plena campaña contra las milicias del autodenominado Estado Islámico o Daesh (en su acrónimo en árabe), que se hiciera con el control de la ciudad y su entorno hace más de dos años, se ha transmitido ampliamente la imagen de que el fin de ese grupo insurgente, conocido en todo el mundo por sus atrocidades, está próximo, lo que supondrá la inminente llegada de la paz para Irak.

Sin duda, la mera victoria militar de las fuerzas atacantes es totalmente previsible, antes o después, pues no en vano éstas superan en al menos diez veces en número a las de Daesh y, por si fuera poco, están apoyada por poderosísimos medios aéreos, un potente dispositivo artillero –más de 150 piezas de gran calibre–, capacidades de inteligencia, satélites, aviones espía, drones, personal desplegado y analistas, asesores y fuerzas de operaciones especiales.

El error es de nuevo pensar que exclusivamente con medios militares se va a poder solucionar la conflictividad en Oriente Medio. Ignorar que Daesh no es más que un síntoma de causas mucho más profundas es estar abocados al surgimiento de una nueva conflictividad, seguramente mutada, pero que conservará la esencia del concepto por el que combate. Dicha raíz de la problemática no es más que la marginación sufrida y percibida por los sunníes de Siria e Irak, que fue lo que dio origen, junto con cierto apoyo internacional, a la creación y expansión del Estado Islámico.

No se debe olvidar que se está ante un escenario complejísimo, en el que se dan cita todos los factores belicosos imaginables: religiosos, ideológicos, económicos, políticos, regionales, geopolíticos… y hasta medioambientales. A los que se unen odios y deseos de venganza a los que es imposible poner coto. Tanto es así que bien podría decirse que Daesh, percibido como el principal problema y, por tanto, el único enemigo a batir, en realidad no es más que uno los muchos actores presentes.

En esta parte del mundo existe una enquistada rivalidad entre los seguidores de las dos ramas principales del islam, los suníes y los chiíes, que se extiende, con distinta intensidad, a la mayoría de los países. En el caso de Mosul, hay que añadir a los kurdos, que si bien son en general suníes, en ellos pesa la etnia por encima de la religión.

La cuestión es que Mosul es una zona mayoritariamente suní, que se ve a atacada por los otros dos grupos étnico-religiosos. Estos sunníes, al igual que la mayoría de los del resto del país, perciben al gobierno de Bagdad y a las milicias chiíes como su adversario principal, a los que acusan de estar manipulados por Irán. Motivo por el que muchos de ellos recibieron con los brazos abiertos al Estado Islámico, visto como quien iba a recuperar los derechos y privilegios perdidos por su comunidad tras la caída de Sadam Husein. Tanto es así que, aunque no son pocos los que empezaban a estar hartos de los excesos de Daesh, los que están huyendo ahora de Mosul lo hacen por temor a los bombardeos y los actos de venganza de las milicias chiíes, como ya pasara en Ramadi y Faluya. Para el resto de los suníes iraquíes, que su ciudad más importante esté siendo sitiada y atacada, y multitud de sus correligionarios forzados a huir de sus hogares, es visto como otro agravio más de los que consideran lleva sufriendo su colectividad desde la invasión de Irak en 2003.

Cierto es que hay algunos líderes tribales suníes que también participan en el ataque a Mosul –a los que se les atribuye haberse dejado comprar por intereses foráneos–. Pero estos rivalizarán a su vez por ocupar su parte en el espacio político que deje vacío Daesh, sin olvidar que Estados Unidos les traicionó hace un decenio cuando les prometió la plena incorporación a la sociedad iraquí y el reparto de los beneficios del petróleo si luchaban contra Al Qaeda en Irak.

Por su parte, los kurdos también consideran ciertas partes de Mosul como históricamente suyas, lo que les enfrenta con los árabes iraquíes, con independencia de la rama del islam a la que pertenezcan. Lo mismo sucede con los cristianos caldeos y asirios –entre las comunidades cristianas más antiguas del mundo– y los yazidíes, que reivindican algunas partes de Mosul y sus alrededores basándose en justificaciones históricas.

Peshmerga kurdos a 20 kilómetros de Mosul, octubre de 2016. Safin Hamed/AFP/Getty Images
Peshmerga kurdos a 20 kilómetros de Mosul, octubre de 2016. Safin Hamed/AFP/Getty Images

Por si fuera poco, los kurdos anuncian que no renunciarán a los territorios de los que hayan expulsado al Estado Islámico, aunque no fueran originariamente parte integrante de su gobierno autónomo. Y no se trata solo de Mosul, pues lo mismo que sucede en Kirkuk, para, además de por los pozos de petróleo, tenerlo como baza a jugar con el gobierno de Bagdad en caso de reivindicar una futura ampliación de su autonomía o su abierta independencia.

Los intereses económicos son igualmente determinantes. En las inmediaciones de Mosul se encuentran algunos de los mejores yacimientos de petróleo de Irak, de esa sustancia negra de la que ya hablaban los viajeros del siglo XII y que fue el motivo por el que los británicos tomaron esta ciudad en 1918. Tan importantes son que en 1926 Turquía y Reino Unido acordaron que Ankara renunciaba a sus aspiraciones sobre Mosul y Kirkuk a cambio de poder disponer de una parte de los beneficios que generara el crudo de la zona durante los siguientes 25 años.

En el plano geopolítico, un actor clave es Turquía, que ha entrado en suelo iraquí sin el permiso de Bagdad, y con el enfado de Teherán, lo que no le ha impedido perseguir un papel protagonista en el ataque a Mosul. Para ello se ha apoyado en el beneplácito del presidente de la región autónoma kurda de Irak, Masud Barzani, con quien mantiene estrechas relaciones políticas y económicas. Los turcos también se amparan en reivindicaciones históricas –Mosul fue otomana desde el siglo XVI y en el XIX se convirtió en un provincia del imperio– y en un acuerdo de 1920 del último parlamento otomano. Incluso argumentan que el artículo 92 de su Constitución autoriza a sus fuerzas a realizar operaciones más allá de sus fronteras, especialmente para evitar atentados terroristas provenientes de países vecinos, para lo que alegan que el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) habitúa a refugiarse en el norte de Irak. Incluso ha llegado a invocar un acuerdo con Sadam Husein que le facultaba para desplegar tropas en las tierras norteñas iraquíes, o la protección a la minoría turcomana que vive en Mosul y Kirkuk. Pero el verdadero interés es garantizarse una zona de seguridad e influencia, así como un acceso privilegiado a un crudo del que carece.

Irán, que paso a paso se ha ido haciendo con las riendas de Irak –política, Ejército, aparato de inteligencia, milicias, entre otros ámbitos–, se opone con vehemencia a que Turquía se posicione, militar y políticamente, en la región de Mosul, temeroso de que persiga ejercer una influencia expansiva que les resultaría muy perjudicial para sus intereses. Por otro lado, rechaza que EE UU sea visto como el solucionador de los problemas iraquíes, por lo que intenta minar su presencia en el país.

Es precisamente a Teherán a quien benefician las circunstancias actuales, pues está saliendo victorioso en Irak y en Siria, mientras refuerza su influencia en Yemen y Líbano. Lo que a su vez es contrario a los intereses de Israel y de los países rigoristas suníes del Golfo, encabezados por Arabia Saudí, país que empieza a verse rodeado de chiíes, ha perdido el colchón estratégico que le significaba Irak frente a su archirrival Irán, se siente amenazado por los hutíes –chiíes– yemeníes, y teme una sublevación orquestada de las minorías chiíes que habitan en su territorio, precisamente donde se encuentran sus principales pozos de petróleo. Por ello, Riad podría apoyar la intervención de Turquía, siempre que fuera en detrimento de la creciente influencia de Irán en Irak.

Por su parte, Rusia, aunque no es parte activa en Irak, ve con extrema preocupación que la ofensiva sobre Mosul impulse una huida de combatientes de Daesh hacia Siria, lo que complicaría la posición de su protegido Bachar al Assad. Incluso se ha planteado que ese pudiera ser uno de los objetivos de Washington, junto con establecer un gran base en Mosul desde la que lanzar operaciones sobre Siria, con la excusa de iniciar otra ofensiva contra Raqqa, ciudad en la que el Estado Islámico estableció como la capital de su califato.

Mientras, EE UU, Francia y el Reino Unido, por más que se empeñen, nunca serán los que solucionen la profunda problemática que asola esta región, pues el contexto histórico reciente hace que sean vistos con recelo, cuando menos, por ciudadanos y políticos. No se olvida que, tras la primera guerra mundial, las potencias europeas traicionaron las promesas hechas a los árabes –la creación de un gran estado árabe– y a los kurdos –su independencia–, creando los británicos el actual Irak en 1919 y situando en el poder a la élite militar y civil de los otomanos suníes, marginando a los chiíes.

En definitiva, el triunfo sobre Daesh en Mosul llegará, siendo sólo cuestión de tiempo. Pero al final, si no va a acompañado de otras más importantes medidas políticas y geopolíticas, algo que parece muy improbable, tan sólo se habrá convertido en una victoria pírrica de resultados impredecibles.