La corrupción, la endogamia y el nepotismo de sus elites son problemas estructurales de los Estados búlgaro y serbio. La ciudadanía de ambos países pide el fin de las corruptelas y la regeneración democrática.

Bulgaria_protestas
Protesta contra el Primer Ministro búlgaro, Sofía, julio 2020. NIKOLAY DOYCHINOV/AFP via Getty Images

El comienzo del verano en los Balcanes, además de incrementar el impacto de la pandemia por covid19 en la región, ha traído consigo una ola de movilización social en varios países. Las protestas ciudadanas que están viéndose en Bulgaria y Serbia tienen su origen en el descontento y la desconfianza que tiene una parte de la población en relación con su clase política y con el funcionamiento de las instituciones. Los ciudadanos y ciudadanas están llenando las calles para mostrar su hartazgo con la corrupción, con la falta de transparencia y a favor de la regeneración democrática. A lo largo de la década pasada se pudo observar como en toda la región de los Balcanes se producían movilizaciones inéditas que se insertaban en el marco de un ciclo global de protestas que vinculaban el 15-M con Occupy Wall Street o las primaveras árabes. Se trataba entonces, y también ahora, de movimientos impulsados por gente joven que se siente traicionada en sus expectativas y que reclama un estado democrático de derecho que funcione. Los motivos de entonces tienen mucho que ver con las movilizaciones que están observándose, esta vez, en Bulgaria y Serbia, durante el verano de 2020. De nuevo, es la gente joven la que está llenando las calles sin descanso y pidiendo cambios urgentes en la gobernanza de sus países.

En torno al 9 y 10 de julio tanto en Bulgaria como en Serbia comenzaron a verse protestas contra el gobierno. Las causas de las movilizaciones son similares, en ambos casos se trata de países de un bajísimo PIB y altos niveles de corrupción. Bulgaria es el Estado miembro de la Unión Europea más pobre y también el más corrupto. Serbia es el más consolidado de los Balcanes Occidentales y, junto con Montenegro, los primeros candidatos a acceder a la UE; pero también es un país donde la corrupción campa a sus anchas y donde encontramos una forma de gobierno que podría ser tachada de autoritarismo electoral o iliberalismo, según que concepto nos guste más. Prepárense para el culebrón.

 

Bulgaria: los escándalos de Borisov

En este país las movilizaciones comenzaron con la demostración, que realizaron unos miembros de un partido extraparlamentario, de los privilegios de los que gozaba parte de la clase política búlgara. En este caso, mostraron a través de un streaming de Facebook como se impedía su acceso a una playa por parte de un cuerpo de seguridad que protegía la residencia de Ahmed Dogan, fundador del Movimiento por los Derechos y las Libertades. Es este un partido bisagra en el sistema político búlgaro que representa a las minorías nacionales del país, fundamentalmente la turca. Dogan es considerado uno de los hombres más poderosos de Bulgaria, y cuenta como principal hombre de confianza con Delyan Peevski, el magnate de los medios de comunicación del país. Pues bien, el escándalo salpica al gobierno de Boiko Borisov cuando trasciende que los guardaespaldas que no dejaron desembarcar en la playa a los activistas eran miembros del Servicio Nacional de Protección (NSO), lo que fue denunciado por los partidos de la oposición

Aunque durante todo 2020 los escándalos que habían ido rodeando a Borisov no habría provocado movilizaciones ni protestas, sin embargo, este acontecimiento fue la gota que colmó el vaso de la sociedad búlgara. El Primer Ministro siempre ha estado rodeado de polémica. En el mes de febrero de 2020 El Periódico destapó un escándalo que estaba investigando la policía española, por el que se acusaba Borisov de formar parte de una red de blanqueo de capitales. En junio de 2020, se filtraron unas grabaciones donde parece que se escucha a Borisov hablar de sacrificar a su ministro de Economía debido a un escándalo sobre malversación de fondos de la UE. Además, en la misma grabación se escuchan amenazas contra la antigua periodista, ahora eurodiputada socialista, Elena Yoncheva, por ser la responsable de las filtraciones de sus corruptelas, así como a animar a una investigación en profundidad sobre su persona. La aparición de una foto donde se ve al primer ministro Borisov dormido sobre una mesita de noche con un revólver y un cajón lleno de billetes de 500 euros es digna de una película de cine negro de los años 30.

La actitud de Borisov siempre ha sido negarlo todo y acusar a los rusos de estar detrás de todos estos montajes. Su último, y erróneo, movimiento fue mandar a la policía a registrar la oficina del Presidente, el socialdemócrata Rumen Radev, y proceder a la detención de dos de sus asesores bajo los cargos de tráfico de influencias y revelación de secretos. Ese mismo día, el 11 de julio, Radev acusaba a Borisov de mafioso, al tiempo que las calles se llenaban de manifestantes pidiendo la dimisión del Ejecutivo. A partir de ese momento, Borisov ha superado una moción de censura en el Parlamento y ha cesado a cuatro ministros, pero esto no ha hecho que la población siga pidiendo la caída del Gobierno.

En Bulgaria están previstas las elecciones generales en marzo de 2021, pero cada vez parece menos probable que se cumplan los plazos. Por el momento, el país va a permanecer cerrado hasta finales de agosto como consecuencia de la covid19, su acceso a la eurozona peligra como consecuencia de los escándalos de corrupción y en la UE hay mucho miedo de encontrarse con una Bulgaria que vulnere de manera sistemática y estructuralmente los pilares del estado de derecho.

 

Serbia: protestas y pandemia

Este país balcánico celebró elecciones generales el pasado 21 de junio de 2020. En estos comicios, el actual presidente, Aleksandar Vucic, revalidó su mandato, al obtener un abrumador 62,4% de los votos, mientras que el partido socialista, anterior socio de gobierno, consiguió apenas el 10,7% de los votos, quedando en segunda posición. Sin embargo, apenas había ido a votar el 50% de la población. Este resultado, junto con la covid19, no hacía presagiar lo que sucedería apenas un par de semanas más tarde.

Sebia_protestas
Protesta contra el líder serbio, Aleksandar Vucic, en Belgrado, julio 2020. Milos Miskov/Anadolu Agency via Getty Images

Las protestas en las calles de Belgrado no han sido infrecuentes durante los últimos años. La movilización social, cada vez más organizada, es ahora más visible. El aparente conformismo de la ciudadanía serbia durante las guerras o en el periodo de postguerra ha sido algo efectivamente aparente. Siempre han existido reductos de resistencia y oposición tanto al régimen como a la guerra. Así se vio durante los años 1991 y 1992, con manifestaciones en las calles contra la guerra, un movimiento que se mantuvo a lo largo de todos los 90. La oposición al régimen de Slobodan Milosevic también fue muy activa, sin ella el líder serbio nunca hubiera podido ser derrocado. Posteriormente se han presenciado otras movilizaciones especialmente durante 2018 y 2019. La iniciativa ciudadana Ne Da Vi Mo Beograd (No dejes hundirse a Belgrado) surgida en 2015 para pelear por un uso sostenible de la ciudad y los recursos comunes; #STOPkrvavimkošuljama (detener a los camisas ensangrentadas) un movimiento civil contra las violaciones de derechos humanos por parte del gobierno de Vucic. Las movilizaciones comenzaron tras el intento de asesinato del líder de la izquierda serbia Borko Stefanovic y el asesinato del periodista Milan Jovancovic a finales de 2018, y se prolongaron durante más de un mes y medio, no sólo en la capital serbia, sino también en otras urbes como Novi Sad, Niš, Kragujevac, Kuršumlija y Požega. A esta protesta se sumó la denominada “Uno de cada cinco millones” que hacía referencia a la declaración de Vucic de que no atendería a ninguna petición, incluso si cinco millones de personas salieran a las calles (Serbia tiene seis millones de personas).

Todos estos movimientos se caracterizan por dos cuestiones. La primera, defienden valores postmateriales como el bien común, la sostenibilidad o la regeneración democrática. La segunda, están compuestos en su mayoría por gente joven que no vivió la guerra o les pilló muy pequeños.

Las protestas que se han podido presenciar en Serbia durante el mes de julio de 2020 son una continuación de las anteriores. La excusa para salir a las calles fue la de la ampliación del cierre del país por el impacto que la covid19 estaba causando en el territorio, especialmente en las grandes ciudades. La diferencia en relación con las anteriores fue la utilización de la fuerza por parte del recién reelegido gobierno de Vucic. Las medidas de contención contra la pandemia habían sido extremadamente duras hasta el mes de mayo con éxito en el control del virus. A finales de mayo se comenzaron a relajar estas medidas, algo que coincidía con el periodo justo anterior al proceso electoral de finales de junio.

Una vez pasadas los comicios, el Gobierno quiso volver a reforzar las medidas de contención alegando un rebrote. Se destaparon varios informes que mostraban cómo se habían falseado las cifras de muertes por covid19 durante el mes de junio. El decreto de un nuevo cierre sacó a la gente a las calles. Según el Ejecutivo, fue la ultraderecha, según otros observadores, la composición de la protesta estaba muy diversificada. En este contexto, se lanzó a la policía contra los manifestantes alegando que la violencia de estos últimos. El relato con el que jugó el Gobierno, y Vucic en particular en su discurso del día 11 de julio, apelaba al patriotismo del pueblo serbio contra los antipatriotas que habían atacado el Parlamento y que se habían visto obligados a reprimir. El discurso de la amenaza nacional, donde la nación está representada en el líder y todo aquel que lo ataca a él también ataca a la nación. Probablemente, esta intervención de Vucic haya sido aquella donde con más claridad se ha palpado una creciente inseguridad en el líder serbio.

Pero más allá de las protestas por la utilización del virus en la campaña electoral de junio, lo que la ciudadanía serbia pide es regeneración democrática y lucha contra la corrupción. Serbia se encuentra al comienzo de un nuevo ciclo político tras la reelección de Vucic y con la reapertura de las conversaciones con sus contrapartes kosovares, sin embargo, no parece que nada haya cambiado.

Bulgaria y Serbia son dos Estados que se caracterizan por la poca confianza que sus ciudadanos tienen en sus gobiernos y en su clase política. Son países donde la corrupción, la endogamia y el nepotismo de sus elites son hechos estructurales. En el caso de Bulgaria, es la propia Comisión la que avisa en sus informes sobre el riesgo cierto de ruptura estructural del estado de derecho búlgaro. En Serbia el partido de Vucic ha atrapado al estado y a todos sus poderes, pero es el único interlocutor que tiene Bruselas. En ambos casos están poniéndose a prueba las capacidades de la UE para influir normativamente, en un caso, Bulgaria, desde dentro, en otro caso, Serbia, como país candidato. Quizás sería necesario que la Unión reflexionara sobre qué es lo que falla en su condicionalidad.