Las egipcias libran su propia revolución en un contexto generalizado de represión estatal que se extiende a sus demandas de igualdad.

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Un póster que dice: "el levantamiento de las mujeres en el mundo árabe" durante una protesta contra el acoso sexual que sufren las egipcias, El Cairo. KHALED DESOUKI/AFP/Getty Images

Aparenta 17 o 18 años, pero podría tener un par más o menos. Lleva mallas negras de corredora ajustadas, una camiseta también negra estrecha de manga larga y, sobre ella, otra más colorida de tirantes. El pelo, oscuro y con restos de henna rojiza, lo lleva recogido en un moño. Algunos mechones se han pegado a la frente con el sudor. El rostro arrebolado. Lleva el ritmo al compás, no muy rápido ni muy lento, mientras corre por la Corniche del Nilo en Asuán. Es ya la segunda vuelta, pero no aceza, esquiva a los viandantes que disfrutan del sol y las falucas en un día caluroso de finales de noviembre. De repente el golpe. Acaba de dejar a un lado un árbol y a un grupo de muchachos que camina en dirección contraria. Se dobla hacia delante por el impacto. Los chavales miran hacia ella, ríen y comentan entre ellos. El que la ha golpeado parece flotar sobre el resto. Un gallo en el gallinero. Ha sido apenas un segundo. Ha alargado el brazo, la mano tornada en puño, y lo ha lanzado contra el pecho de la chica. Ella está parada, encogida. Ellos continúan caminando. Riendo. Jaleándose. Otro joven que pedaleaba a la altura de la corredora cuando la han agredido se detiene y vuelve tras ellos. Los alcanza. Forcejean. Reprende al agresor. El otro le insulta. Mantiene el tipo pero la camarilla se disuelve, agacha la cabeza, hace mutis por el foro. La joven se ha recompuesto y observa cómo la defienden. Se siente empoderada, respaldada, segura. Lo suficiente para lanzar una patada de rabia a su agresor mientras aprieta los puños. Lo bastante como para repudiarlo con la mirada, dar la vuelta y seguir su carrera matutina.

Podría ser una escena aislada, podría ser una rareza, podría ser un ejemplo bochornoso pero también esperanzador del Egipto de casi 2019, por desgracia es el día a día en un país que no termina de sacudirse la misoginia y donde las mujeres deben empeñarse en reclamar el espacio público y su derecho a ocuparlo en igualdad. Que una mujer sea agredida, o acosada en la calle no es algo nuevo —el 99,5% de las féminas lo han sido, según datos de Naciones Unidas—, sí lo es que sea defienda ante la agresión.

En el año del #metoo, cuando mujeres de todo el mundo han tomado las redes para denunciar abusos y el feminismo se ha hecho oír más que nunca como un rugido contra el sistema patriarcal, algunos han mirado a los países árabes para ver qué pasaba. A sitios como Arabia Saudí, por ejemplo, donde en 2018 se permitía a sus mujeres conducir después de años de lucha. Aunque se dé la circunstancia de que las activistas que pelearon por conseguirlo han sido encarceladas y torturadas por los mismos cuya imagen se beneficia internacionalmente de la medida adoptada (léase el príncipe heredero Mohamed Bin Salman).

Lo recuerda la periodista y feminista egipcia Mona Eltahawy, cuyo libro El hímen y el hiyab: por qué el mundo árabe necesita una revolución sexual acaba de ser traducido al español por Capitán Swing, 2018. Desde Nueva York, donde está escribiendo un nuevo libro (The 7 Necessary Sins for Women and Girls [Los siete pecados que necesitan mujeres y niñas]), explica que las saudíes están siendo cada vez más activas, “su voz tiene más fuerza”. La feminista habla de Túnez como el país que sigue dándole “esperanza”. Se han adoptado medidas como permitir que mujeres musulmanas se casen con cristianos. Y tienen la que se considera la Constitución más avanzada del mundo árabe que garantiza la igualdad de hombres y mujeres, así como la libertad de conciencia y culto.

Sin embargo, Eltahawy  subraya que “lo que padecen las mujeres en el mundo árabe es una opresión, una misoginia transversal: por una lado en la calle y también por parte del Estado”. Para muestra vale el caso egipcio. “La situación no es buena, llevamos años trabajando en un movimiento feminista. La cuestión es que lo que ocurre con nosotras no puede separarse de la situación general del país”, argumenta Mozn Hasán que desde hace años lidera la organización Nazra para los estudios feministas con sede en El Cairo. Su organización (y la propia Hasán) lo ha sufrido en primera persona al ser forzados a cerrar su oficina después de la congelación de sus activos dentro del denominado Caso de las ONG, que ha sido empleado para suprimir cualquier activismo. “El presidente [Sisi] tiene muy buenas palabras, habla muy bien de lo que va a hacer por las mujeres pero si hay una voz independiente que se atreve a criticar nuestra situación como Amal Fathy, acaba en la cárcel”, explica Mozn Hasán. Egipto aprobó en 2014 la primera normativa que tipifica como delito el acoso, lo que parece un paso adelante, pero su aplicación dista de ser ejemplar. Fathy denunció esta situación en un vídeo hablando sobre el acoso sexual que ella misma ha sufrido. A finales de septiembre, un tribunal la condenó a dos años de cárcel por “difundir informaciones falsas” y “minar la seguridad nacional”. Su caso, además, se ha unido posteriormente al de otros intelectuales a los que se acusa de terrorismo. Aunque esta semana el juez ha ordenado que sea puesta en libertad condicional no hay garantías de que vaya a ser así. El Gobierno egipcio ha usado con anterioridad diferentes pretextos para mantener a activistas en la cárcel. “El modo en el que están persiguiendo y acosando a las feministas no tiene precedente. Nazra es un buen ejemplo de ello. Nosotros defendemos a las mujeres. Ellos no. Es deprimente que no estén permitiendo a ningún movimiento independiente desafiar el conservadurismo y el patriarcado…”, lamenta Hasán.

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Mujeres egipcias participando en las revueltas de la Plaza Tahrir, El Cairo, 2011. Chris Hondros/Getty Images

La Primavera Árabe, las revoluciones que empezaron en Túnez y que se extendieron a Egipto, Libia y Siria, entre otros, derrocaron dictadores pero además derrocaron algunos tabúes. Eltahawy habla de cómo la sociedad egipcia, las mujeres egipcias han cambiado. Las tasas de acoso permanecen, el patriarcado, explica, no ha sido derrotado, pero en su propia familia se han notado cambios. “Cuando hablo con mi madre y me cuenta que esta prima o aquella han decidido divorciarse, que una se ha quitado el hiyab y otra sin embargo lo lleva, me doy cuenta de cómo insisten en liberarse”.

Algo cambió en aquellos días de 2011 para todos los egipcios. Perdieron el miedo a hablar, ganaron en libertad y, en eso, Mona Eltahawy coincide con Mozn Hasán. “Creo que es importante ver el movimiento feminista dentro del movimiento que generó Tahrir. Se ha hecho más fuerte y más amplio porque algo sucedió en 2011. Es algo que cambió a Egipto. Durante años este movimiento había sido cooptado por el Estado, el discurso provenía del régimen [las principales organizaciones feministas trabajaban al amparo del establishment de Hosni Mubarak], el movimiento independiente no tenía canales. Sucedían pequeñas cosas, pero lo ocurrido en 2011 ayudó a que existieran nuevas mujeres, más jóvenes, y nuevos discursos. Medidas más agresivas para abordar nuestras necesidades”.

“El problema es que los hombres no entendieron que para ganar la revolución, esta debía ir de la mano de la revolución sexual y de la feminista”, aduce Eltahawy. Aquellos días en la plaza de Tahrir y los años de protestas que siguieron, las agresiones hacia las mujeres, los abusos, las violaciones se multiplicaron exponencialmente y se hizo un uso político, si es que se le puede llamar así, de ellas. Se instrumentalizó el abuso para apartar a las mujeres de la calle donde los egipcios peleaban por cambiar el sistema. Suponen más de la mitad de la población, alejarlas de las calles era ganar parte de la batalla. O eso debían de pensar, porque las egipcias continuaron saliendo a pesar de la violencia de género contra ellas. Los test de virginidad (aprobados por el entonces general y ahora presidente Sisi) a las manifestantes detenidas fueron sólo uno, aunque quizá uno de los más flagrantes, de los abusos contra las mujeres orquestados por el Estado. La propia Eltahawy fue víctima de esos abusos durante las protestas en las calles de Mohamed Mahmud. Le rompieron un brazo y la muñeca. Otra imagen quedó grabada en el imaginario colectivo: el de la mujer del sujetador azul a la que se le arranca la ropa, el velo, hasta mostrar esa prenda íntima. También ella recibió un golpe en el pecho, como la corredora de Asuán. Fue un miembro de las fuerzas de seguridad que reprimían las protestas quién estampó su bota en el cuerpo de la mujer.

Como si la batalla se librara sobre esos cuerpos. De algún modo lo que se hace es robarle a la mujer la propiedad de ese cuerpo. La feminista cubrió las cicatrices de su violación con tatuajes. “Debía recuperar la posesión de mi cuerpo”, dice Eltahawy. La identidad de la mujer del sujetador azul nunca trascendió. Aquellos cercanos a ella explicaron que al principio no supieron nada de ello, pero cuando lo supieron prefirieron que se mantuviera en secreto.

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Una mujer sostiene un póster que dice: "Libertad y justicia para las mujeres y los hombres", durante una protesta contra el acoso sexual, el cairo. AHMED MAHMUD/AFP/GettyImages

El honor, uno de los temas que la feminista desgrana en su libro, El himen y el hiyab. La responsabilidad impuesta en la mujer, la virtud, es uno de los grandes escollos a salvar para avanzar en derechos y acabar con la epidemia del acoso en Egipto. Sólo recientemente se han empezado a conocer casos de mujeres que denuncian públicamente, que se atreven a alzar su voz. En eso no se diferencian tanto de las occidentales. Fue notorio el caso de “la mujer del e-mail”. Porque aquí tampoco trascendió a los medios el nombre de aquella mujer que denunció la mala conducta por parte del ex candidato presidencial y abogado de derechos humanos Khaled Alí y la violación de otro abogado del mismo partido. El correo electrónico que le dio nombre, y en el que denunciaba lo ocurrido, se movió en los círculos liberales durante semanas y ocasionó un debate encendido en el que se pusieron de relieve muchos de esos tabúes que no sólo Egipto necesita romper: la culpabilización de la mujer, la desconfianza sobre su versión, también los miedos a ser marcada por lo ocurrido, el ostracismo social. Después de todo, se hablaba de personas con una reputación intachable, con principios, no del régimen. Finalmente, tras una investigación, Khaled Alí renunció a su cargo como cabeza del partido Pan y libertad, que había fundado. También lo hizo el otro abogado. Casi un año después la conversación, el debate, aún surge de cuando en cuando en los círculos revolucionarios. “Más y más mujeres están hablando. Hay un movimiento. Continuaremos hablando hasta que sea algo normal y al mismo tiempo este gran problema vaya solucionándose poco a poco. Pero se necesita una esfera pública para que las mujeres pierdan el miedo”, advierte Hasán. “El Gobierno intenta cooptar el movimiento porque creen que saben lo que piensan las mujeres y se niegan a escucharnos”, argumenta la feminista cairota. Eltahawy, por su parte, lamenta: “El régimen será estúpido si continúa luchando contra las mujeres en lugar de contra los que cometen abusos contra nosotras”.

El ejemplo más reciente de cómo la moral se impone y se exige como bandera social y cultural de la que se responsabiliza a la mujer, que no es dueña de sí misma ni de su cuerpo, ha sido el escarnio público de la actriz Rania Youssef. La artista se paseó por la alfombra roja del Festival Internacional de cine de El Cairo (CIFF) con un vestido cuya falda transparente dejaba ver sus piernas y lo que parecía un bañador negro. Un grupo de abogados denunciaron a la actriz ante la Fiscalía acusándola de “obscenidad” e “incitación al libertinaje”. Finalmente la presión social forzó a Youssef a disculparse a través de su cuenta de Twitter, algo que hizo también en televisión donde apareció humillada y cabizbaja, tratando de mantener el tipo mientras el presentador la reprendía. Youssef trató de explicar que no pretendía ofender a nadie y que respeta los valores morales de la sociedad egipcia. Un Estado laico, que gobierna el ex general Abdel Fatah al Sisi. Su arrepentimiento público no ha evitado que tuviera que declarar ante la fiscalía durante cuatro horas. También tendrá que presentarse ante el juez el 12 de enero, a pesar de que los abogados que iniciaron los cargos los han retirado. El juicio público, sin embargo, ya ha sido dictado. La sentencia es de culpabilidad como muestra la decisión de elaborar un código de vestimenta que de ahora en adelante mandará lo que las actrices pueden y no pueden lucir. Así lo comunicó la Unión de Actores en plena polémica. La asociación promete investigar y castigar a aquellos miembros que no respeten “las tradiciones, valores y ética de la sociedad”.

El ex corresponsal del diario New York Times en Egipto, David Kickpatrick, resaltaba que esta noticia habría sido portada de todos los medios internacionales si hubiera seguido gobernando el islamista Mohamed Morsi. Muchos podrían pensar que con un Estado laico y un exmilitar en el poder la situación de las mujeres sería mejor. Eltahawy y Hasán disienten. “El que piense así es un idiota”, arremete Eltahawy. “Me niego a elegir entre Hermanos Musulmanes y militares”, subraya, “ambos son patriarcales y con los dos seguiremos estando estancadas. Para ser verdaderamente libres debemos desafiar al patriarcado en sí mismo. No puedes esperar ningún tipo de libertad bajo un Estado fascista”.