Nombre: Blanca Rollnert Pellicer
Multiplicar esfuerzos para remediar el daño pandémico

Si se hiciera una lista depurada de todo aquello que la pandemia de la COVID-19 puso en jaque durante 2020 y 2021, las perspectivas de futuro de la juventud europea la encabezarían sin lugar a dudas.

Los datos de Eurostat muestran que fue la tasa de empleo juvenil con la que más se cebó la pandemia, sobre todo con aquellos que acababan de empezar su vida profesional. En consecuencia, una encuesta llevada a cabo por Eurofound en los 27 Estados miembros ha revelado que el 42% de los jóvenes desempleados entrevistados confesaron “sentirse excluidos de la sociedad”. La Unión Europea no contaba con un número tan elevado de jóvenes en riesgo de exclusión social desde la Gran Recesión.

Además, la pandemia no sólo ha afectado a aquellos jóvenes que ya habían empezado su vida laboral, sino también a los que se preparan para enfrentarse a ella. La forzosa adaptación de la educación y la enseñanza en las aulas a un entorno virtual ha comprometido gravemente la formación de la juventud, tanto a nivel escolar como universitario, dando lugar a la llamada learning loss (pérdida de aprendizaje) y exacerbando así la desigualdad intergeneracional.

Finalmente, el confinamiento y la falta de interacción social han aumentado la probabilidad de sufrir depresión o ansiedad entre los jóvenes de un 30% a un 80%, según la OCDE. Aunque ya se han puesto en marcha ciertas iniciativas como el Plan de Acción 2021-2024 Salud Mental y COVID-19 del Gobierno de España, aún queda mucho para que los problemas de salud mental dejen de ser un estigma entre la juventud de los 27.

Estos son sólo algunos de los muchos obstáculos que desgraciadamente aún lastran la preparación, seguridad y bienestar con los que los jóvenes afrontarán la entrada al mundo laboral. Si los daños colaterales que la pandemia ha infligido sobre la juventud no son seriamente mitigados por la Unión Europea, éstos podrían poner en peligro su proyecto en el largo plazo, ya que el estado de las nuevas generaciones es un indicador de la calidad de su futuro.

La Unión debería implementar políticas que luchen contra el desempleo juvenil, garanticen apoyo educacional y formativo suficiente a aquellos jóvenes con carencias causadas por la COVID-19 para poder competir en el mercado laboral, y que doten de una amplia gama de recursos y herramientas a los Estados miembros para poder velar adecuadamente por su salud mental. En definitiva, la UE tiene que concentrar sus esfuerzos en remediar el impacto que ha tenido la pandemia sobre la juventud en términos de educación, empleo y salud mental, si quiere que el proyecto europeo quede en buenas manos.