3 (1)
Un grupo de personas durante un concierto de música neo nazi en Themar Alemania. (BODO SCHACKOW/DPA/AFP via Getty Images)

La música también puede servir de catalizador del odio. ¿Qué grupos son los que fomentan y utilizan sus canciones como herramientas racistas y xenófobas?

“Negro es el color de la noche en que atacamos / Blanco el color de los hombres que ganarán por Alemania / Rojo es el color de la sangre sobre el cemento…" Letras como esta del grupo Frontalkraft, se oyeron en el verano de 2017 en la ciudad alemana de Themar, (Turingia) como parte del programa del festival ‘Rock Against Überfremdung’, algo así como Rock contra la extranjerizacion. Con un programa dedicado a la música denominada White Power, más de 6.000 visitantes bailaron, vociferaron, se empaparon de los discursos extremistas del NPD, Die Rechte o Der Dritte Weg y se pusieron a tono con una demostración de artes marciales rusos (White Rex). Numerosos festivales de esta índole se suceden en Alemania (Rock para Alemania, Rock para la identidad) y en Europa cada año al llegar el verano como el Summerfest en Suecia, “El día del honor” en Budapest, “Solsticio de verano” en Francia, “Defendamos Europa” en Bulgaria y otros tantos.

¿Quién la fomenta?

El estilo White Power nació en Gran Bretaña en los 80 con un puñado de skinheads racistas y violentos que aterrorizaban al vecindario los fines de semana. Ian Stuart Donaldson y su banda Skrewdriver fueron los pioneros de esta música de odio a través del Rock Anti Comunista (RAC). En los 90 la distribución de esta música se concentró en torno al sello musical canadiense Resistance Records, fundado por el grupo neonazi norteamericano Alianza Nacional, pero hoy este mercado está disperso en compañías más pequeñas que compiten por un mercado en auge. Uno de los promotores más veteranos Blood & Honor (Sangre y Honor) del Reino Unido, coordina en Europa, Norteamérica y Australia, la red más influyente detrás de este tipo de eventos. Este grupo ha sido prohibido en varios países como España, Rusia o Alemania y está considerado como organización terrorista en Canadá.

Alemania es uno de los centros de la escena musical del  Reichrock, que según el pedagogo social y escritor Jan Raabe, ha sido subestimado desde hace años por los servicios de inteligencia alemanes. Entre 2002 y 2013, estas bandas produjeron más de cien CD al año. Se estima que existen en torno a 200 bandas o solistas activos en este género. Aunque desde el 2000 estén prohibidas las redes Hammerskins y Blood & Honor, existe una estructura bastante consolidada que organiza conciertos en los países vecinos (Bélgica, los Países Bajos y Francia) y se coordinan para ayudar a los camaradas de otros donde su presencia es más fuerte, como Hungría o Italia. Según Kirsten Dyck, autor de Reichsrock, el uso de Internet ha multiplicado la difusión transcontinental de estos mensajes que luego se adaptan al público local ajustándolos a su propia idiosincrasia y ‘blanquitud’ de modo que conecten mejor con una supuesta especificidad racial o cultural.

En la ciudad serbobosnia de Prijedor, los grafitis urbanos de ultranacionalistas serbios manifiestan un profundo odio racial que evoca la trágica violencia antimusulmana a manos de las fuerzas serbias durante la guerra de comienzos de los 90 del siglo XX. Según Balkaninsight y la Balkan Investigative Reporting Network (BIRN) estos grupos de moteros y sus fans actúan con impunidad sembrando el terror en eventos deportivos o de otro tipo principalmente en comunidades étnicamente sensibles.

En España, este tipo de conciertos empezaron a celebrarse a principios de los 90, con grupos naziskin como Acción Radical, Krasny Bor 1943, ¡Bastonazos Oi!, Klan o División 250. Sus discos se venden en la Red, en sedes de organizaciones ultras o en tiendas especializadas. Los conciertos se organizan en secreto, con fuertes medidas antinfiltrados para evitar el boicot de los antifascistas.

 

1 (1)
Un grupo de música con miembros skinheads en Suecia. (Esaias BAITEL/Gamma-Rapho via Getty Images)

De la palabra a la acción

En cualquier latitud, estos conciertos son centros de captación y proselitismo, como las hinchadas radicales en los campos de fútbol o las manifestaciones ultra, que sirven para el reclutamiento y la financiación de actividades de odio. Sus conexiones con redes racistas internacionales son fundamentales para su sostenimiento. Según un informe de 2018 sobre grupos urbanos violentos y delitos de odio de Joan Ramón Caballero Casas, la música es un poderoso canal de transmisión anterior incluso a la alfabetización y esta música de odio en particular puede influir de manera decisiva en los procesos de radicalización. Además, la mayoría de estos artistas y grupos reniegan públicamente del negocio y la industria musical. No quieren competir en el mercado, les quitaría credibilidad ante el grupo y tendrían que renunciar a parte de su discurso. Los estilos musicales son muy variados: Oi!, punk, hatecore, metal o el más sofisticado fashwave variante de la música electrónica de los 80.

En Estados Unidos, el Center for Analysis of the Radical Right (CARR) concluye que estos grupos coinciden en su actitud de ira, agresividad y odio, en la que la supervivencia blanca, el orgullo racial y la supremacía "aria" celebra la violencia contra judíos y minorías étnicas o religiosas. Desde 1990, el Southern Poverty Law Center (SPLC) publica un censo anual y un mapa de grupos de odio en los Estados Unidos. Spotify decidió eliminar las bandas de odio identificadas por este centro en 2017, tras la manifestación racista en Charlottesville.

Holden Matthews, acusado de quemar tres iglesias frecuentadas por afroamericanos en Luisiana en 2019 y Andris Breivik, autor de la matanza de Utøya y Oslo en 2011, tenían en común su admiración por el black metal y por personajes como Vikernes, compositor noruego encarcelado por asesinato y que también había incendiado tres iglesias en los 90. Según la investigación policial sobre los incendios de Matthews, el black metal noruego parecía haberle inspirado de una manera directa.

El Grupo de Expertos en Radicalización Violenta que asesora a la Comisión Europea reconoce que no está claro si la radicalización violenta responde a una trayectoria individual o colectiva, ni si hay una clara vinculación entre la radicalización que conduce a la violencia y la que lleva al terrorismo. Sin embargo, sí hay consenso acerca de la importancia de algunos elementos como las experiencias personales, los lazos de amistad o la dinámica grupal como desencadenantes de la radicalización.

Según la experta Katherine Belew, entre 2011 y 2019, hubo 16 atentados vinculados con el supremacismo blanco en todo el mundo y la mayoría fueron analizados como actos aislados de tipo xenófobo, racista, islamófobo o antisemita. Sin embargo, todos tenían en común una ideología de extrema derecha con redes globales que conectan a estos grupos en Australia, Nueva Zelanda, Ucrania o Noruega. Sobre la masacre de Christchurch, Belew considera que no fue el trabajo de un lobo solitario, sino un eslabón en una cadena de actos violentos encaminados a fomentar una guerra racial. Para Belew, considerar estos actos violentos como motivados, conectados y con un propósito político cambiaría fundamentalmente la respuesta a este fenómeno.

El Índice de Terrorismo Global 2019 señala que el terrorismo de extrema derecha se ha más que triplicado en los últimos cuatro años. El aumento de este tipo de ataques en Occidente no parece haberse tomado lo suficientemente en serio. De hecho, tras el ataque de Hanau, en enero de 2020, y después de años de complacencia y de hacer la vista gorda con el creciente extremismo ultraderechista, la ministra alemana de Justicia, Christine Lambrecht, lo calificó como la mayor amenaza para la democracia actual. El racismo y la xenofobia han dejado en los últimos meses una sangrienta lista de muertos y terror: los tiroteos islamófobos en Hanau, el ataque a la sinagoga de Halle o las amenazas de muerte a políticos de distinto signo, materializadas en el asesinato en su propia casa del político de la CDU Walter Lübcke, defensor de los derechos de los refugiados. El asesino de Lübcke tenía conexiones con Combat 18, brazo armado de la prohibida Blood & Honor. Combat 18, cuyo nombre hace referencia a las letras primera y octava del alfabeto que corresponden a las iniciales de Adolf Hitler, dirigía una red de células interconectadas y autónomas sin un liderazgo claro, para evitar su vigilancia y rastreo, y utilizaba los conciertos como fuente de financiación y reclutamiento.

2 (1)
La portada de un CD de música de inspiración neonazi en Alemania. (Handout/Getty Images)

Una amenaza a la seguridad interior europea

Este fenómeno empieza a preocupar a las fuerzas y cuerpos de seguridad y está cada vez más presente en la agenda de seguridad europea. El nuevo Informe de situación y tendencias del terrorismo 2020 de Europol da una relevancia particular al extremismo violento de extrema derecha y en concreto al papel de la música y los conciertos en la coordinación y propagación de los grupos neonazis en toda Europa. Esta cultura underground no sólo sirve de vector de expresión y unificación ideológica, sino para la financiación de grupos extremistas violentos a través de conciertos y conmemoraciones, en los que se recaudan fondos a través de cuentas bancarias, efectivo e incluso bitcoins y criptomoneda. A pesar de la falta de uniformidad ideológica y organizativa, todos están unidos por el odio a la diversidad y los derechos de las minorías, y por la creencia en la superioridad de la "raza blanca", supuestamente amenazada. Todos alientan el odio, incluso los no expresamente violentos, convirtiéndose en inspiración para la radicalización, claramente fortalecida por sus redes sociales y vínculos internacionales online.

Cynthia Miller-Idriss, experta de la American Universtiy, advierte de que la radicalización llega al “aceptar la violencia como la solución moral a una amenaza existencial imaginada y llama a otros individuos a unirse a una guerra justa para restaurar un bien colectivo supuestamente perdido, ya sea el Califato, la nación, la herencia blanca, la civilización europea o la civilización occidental”.

En un mundo polarizado como el actual, vigilar estos caladeros de odio e incitación a la violencia, así como acabar con la impunidad de los que financian y propagan estos mensajes debería ser prioritario en la agenda europea y nacional.