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Una mujer de la etnia herero en la ciudad de Okakarara, Namibia. GIANLUIGI GUERCIA/AFP/Getty Images

El país con menor densidad demográfica en África va a las urnas el próximo 27 de noviembre y salvo sorpresa mayúscula la Organización del Pueblo de África del Suroeste (SWAPO, por sus siglas en inglés) renovará por cinco años más su mandato y confirmará su hegemonía en un país que pese a sostener altos niveles de democracia, no conoce otro partido en el poder. La falta de una oposición unida hace que, a pesar de la prolongada recesión económica, la grave sequía y los altos niveles de desigualdad de ingresos, el presidente Hage Geingob tenga todo a favor para repetir cargo, aunque por primera se enfrenta a la posibilidad de perder votos.

Cada cinco años los namibios van a votar y cada cinco años eligen renovar en el poder a SWAPO. En las próximas comicios 1,5 de los 2,5 millones de ciudadanos que habitan el país escogerán a su nuevo Ejecutivo, que salvo una hecatombe volverá a estar liderado por el actual presidente, Hage Geingob. SWAPO ha ganado todas las elecciones democráticas desde que el país se independizara en 1990 y lo ha hecho de manera nítida, clara y transparente, como aseguran tanto observadores internacionales como organismos internacionales. No en vano, Namibia está dentro del reducido club de ocho naciones africanas consideradas como democracias por el índice anual de democracia que elabora la revista británica The Economist.

Geingob arrasó en las últimas elecciones, con un 86% de los votos y SWAPO se llevó 77 de los 104 asientos en la Asamblea Nacional, muy lejos de los cinco puestos que consiguió la Alianza Democrática de Turnhalle (ADT), en segundo lugar. Esta formación vuelve a ser la mayor amenaza, si es que se pudiera considerar como tal, ahora renombrada como el Movimiento Popular Democrático (MPD). Una maniobra para deshacerse de la etiqueta colonial que muchos votantes todavía ponen sobre el partido, al haber liderado el gobierno interino en los últimos años de dominio de la Suráfrica del apartheid sobre el país. Su líder, McHenry Venaani, ha prometido rebajar el número de ministerios y “cambiar Namibia para que todos podamos tener igualdad de oportunidades”.

Namibia está en el quinteto titular de los Estados con mayor desigualdad de ingresos del mundo, según el coeficiente Gini. La desigualdad, unida a la falta de oportunidades que provoca que un tercio de los ciudadanos estén desempleadoscasi uno de cada dos jóvenes— y la recesión económica que atraviesa el país desde 2016, ha dado pie a la creación de partidos de corte populista. Dos de ellos son la formación Namibia Luchadores Económicos por la Libertad (NLEL), la versión local del partido de extrema izquierda con creciente presencia en la vecina Suráfrica, y el Movimiento de los Pueblos sin Tierra (MPT), creado por el exviceministro de Reforma Agraria Bernadus Swartbooi, expulsado por Geingob del partido SWAPO ante su insistencia en la expropiación sin compensación de las tierras en un país donde todavía el 70% de los campos de cultivo comerciales está en manos de ciudadanos blancos, según datos oficiales.

En total son 11 los candidatos presidenciales que intentarán desbancar a Geingob, algo prácticamente imposible dado que la oposición no ha conseguido llegar a un acuerdo de coalición, a pesar de comenzar las negociaciones hace más de tres años. El más crítico de todos ha sido Henk Mudge, líder del Partido Republicano, que basa su electorado en la población blanca del país: “Los líderes están más preocupados por sus puestos que por trabajar en el interés de Namibia”, dijo en un congreso de su formación política, donde criticó al nuevo MPT por asegurar que llegarán al gobierno por su cuenta: “Cualquiera con algo de cerebro sabe que están soñando, jamás llegarán al poder si no trabajan con otros partidos de la oposición”. Una división que sigue beneficiando a SWAPO.

 

De guerrilla a partido democrático

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El Presidente de Namibia, Hage Geingob, en Suráfrica, 2019. SIPHIWE SIBEKO/AFP/Getty Images

El partido en el Gobierno reclama ser el movimiento de liberación que consiguió la independencia para el país y representa el interés de todos los namibios, llegando a utilizar en las elecciones de 2003 el eslogan “SWAPO es la gente y la gente es SWAPO”. Sin embargo, esto es impreciso. La organización se constituyó en el exilio en los años 50 y a pesar de liderar la lucha por la independencia desde 1966 como guerrilla, ni fue el único que luchó por la independencia ni representaba a todos los namibios. Junto a ellos luchaba la Unión Nacional Africana del Suroeste (SWANU), quien se dividía con SWAPO en líneas étnicas. SWAPO nació como el Congreso Popular de Ovambolandia con una base de apoyo entre los Ovambo, la etnia asentada en el norte del país que representa a un 50% de la población. En cambio SWANU se valía de integrantes Herero, una comunidad minoritaria representante de tan solo un 7% de la población namibia, situada en el centro del país. Las diferencias entre ambos están todavía presentes a día de hoy. La comunidad Herero y Nama acusa al Gobierno de ser “blando” y ha interpuesto una demanda para formar parte de las negociaciones con Alemania para la reparación del genocidio que estos perpetraron a comienzos del siglo XX, en el que asesinaron a un 80% de los 100.000 Herero y a la mitad de los 20.000 Nama que había en el país. A pesar de ello el Ejecutivo alemán reconoció por primera vez este mes de septiembre en boca del ministro de Desarrollo, Gerd Müller, que fue un genocidio en su visita a Namibia, donde habló de negociaciones con el Ejecutivo para acometer reparaciones.

La necesidad de SWAPO de implementar su autoridad se refleja en una cultura compartida con otros movimientos de liberación del sur de África. El profesor Emérito en Sociología de la Universidad de Witwatersrand, Roger Southall, argumenta en su libro Liberation Movements in Power: Party and State in Southern Africa que la cultura de liberación confunde el mayoritarismo con la democracia política y que sienten una legitimidad para gobernar que les hace desprestigiar a la oposición. La libre celebración de comicios, el cambio de presidente cada dos mandatos como rige la Constitución y la introducción por primera vez del voto electrónico en África presenta a Namibia como una de las democracias más consolidadas y a SWAPO como un adalid democrático. Sin embargo, el profesor asegura que el mérito no es del partido: “En Namibia y Suráfrica la existencia de una constitución fuerte es lo que ha permitido mantener libertades esenciales como la independencia de la prensa y los poderes judiciales”, asegura Southall, y sugiere que si los resultados electorales no fueran a su favor SWAPO podría actuar como su colega ZANU-PF en Zimbabue, poniendo por delante el proyecto de liberación a la democracia.

 

Una economía basada en minería y pesca

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Mina de uranio en Namibia. ALEXANDER JOE/AFP via Getty Images

Uno de los motivos por los que SWAPO se ha podido mantener en el Gobierno tanto tiempo es la relativa estabilidad macroeconómica. El PIB del país creció a un ritmo medio del 5,6% anual entre 2010 y 2016 impulsado por la construcción de minas, el sector más importante del país. Namibia cuenta con una treintena de minerales de todo tipo, con el diamante como su producto estrella. Aquellas compañías que quieren extraerlo, mayoritariamente africanas, estadounidenses y chinas, pagan una plusvalía especial del 55%, por encima del 37,5% del resto de minerales. Las perlas, las piedras preciosas y las monedas son la principal exportación de Namibia y generaron tan solo en 2018 casi 2.000 millones de dólares al país. Tras la minería se encuentra la industria pesquera. Namibia es el segundo mayor productor a escala global de pescado por número de habitantes y exporta el 90% de sus capturas pesqueras, con España como principal socio comercial.

Sin embargo, en 2016 la economía empezó a perder fuelle y desde entonces Namibia ha entrado en una recesión. El PIB se ha contraído en ocho de los nueve últimos cuatrimestres y en los últimos datos de junio caía hasta un 2,6% respecto al año anterior. Los dos sectores más afectados fueron la minería que se redujo en a un 20,8% y la agricultura que bajó en un 28,1%. El Fondo Monetario Internacional considera que el país repuntará y en 2020 el PIB crecerá un 1,7% tras tres años malos. A no ser que el Ejecutivo decida expropiar tierras sin compensación, a debate tras una grave sequía que ha diezmado la producción agrícola.

 

La peor sequía en un siglo

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Un hombre y un niño vierten agua en un tanque, Namibia. STEPHANE DE SAKUTIN/AFP via Getty Images

A pesar de no producir más que un 3% de las emisiones global de gases invernaderos, África sufre como ningún otro continente sus efectos. El ranking de vulnerabilidad ante el cambio climático de la Universidad de Notre Dame muestra a Namibia como un país poco preparado ante el cambio climático y resalta la poca capacidad de sus presas. Afronta una de las sequías más graves de su historia y 2019 se presenta como el más seco en 90 años, con la capital Windhoek sin haber registrado tan pocas lluvias desde 1891.

Uno de cada cinco namibios, 500.000 personas, sufre inseguridad alimentaria y  60.000 cabezas de ganado murieron desnutridas en el primer semestre de este año, lo que llevó al presidente Geingob a declarar el estado de emergencia el pasado mes de mayo y a aportar 40 millones de dólares para combatir el problema. La producción se prevé que caiga a menos de la mitad con respecto al año pasado. En un país donde el 60% de la población depende directa o indirectamente de la agricultura y la pesca para vivir, la sequía ha supuesto una amenaza grave para los namibios y la economía del país.

La sequía y la falta de oportunidades han vuelto a poner en el centro del debate la reforma agraria y la posibilidad de la expropiación sin compensación. En 2018 el Gobierno aprobó abandonar la política de compraventa para abrirse a una política de expropiación dentro de la legalidad y al principio de una granja máxima por individuo. Sin embargo, el analista del Institute for Security Studies Ronak Gopaldas no cree que ocurra pronto. “SWAPO controla el 80% de la Asamblea Nacional y la mayoría de los partidarios son pequeñas facciones de dentro del partido y organizaciones como el MPT a los que puede manejar”, y añade, “a diferencia de Suráfrica, Namibia no se ha comprometido a cambiar la constitución”.

 

¿Un futuro a largo plazo con SWAPO?

Perder votos por primera vez sería un serio aviso para el partido ahora liderado por Geingob, que se encamina a su segundo y último mandato. El presidente tiene ante sí cinco años en los que se enfrenta al doble reto de diversificar la economía y de reducir unos niveles de desigualdad que ninguno de sus predecesores han conseguido bajar. Como apunta el profesor de la Universidad de Pretoria Henning Melber la clave para SWAPO será despegarse del legado de liberación. “A pesar del cambio de sociedad, el partido todavía se moviliza con la narrativa heroica de la lucha por la liberación, para frustración de una generación joven nacida libre y que pronto será mayoría”, asegura Melber, quien considera que la economía pro Estado produce políticas clientelares y ha engordado una élite megalómana.

Si Geingob no consigue rebajar los niveles de desigualdad se demostrará que los antiguos movimientos de liberación no son capaces de liderar a sus países hacia el futuro. Unido al devastador efecto que podría tener una prolongación de la sequía y la inestabilidad económica de sus socios regionales, vitales para mantener las exportaciones que sustentan la economía nacional, podría propiciar que los jóvenes se revuelvan contra el sistema y hagan tambalear el Ejecutivo. Pero para que SWAPO pierda el poder hace falta una alternativa de gobierno real, una oposición fuerte y unida que de momento con su división solo hace que beneficiar al régimen actual.