A: George W. Bush, Casa Blanca, Washington

CC: José Luis Rodríguez Zapatero, Palacio de la Moncloa, Madrid

DE: George y Laurie Irani

RE: Los apuros de Gulliver

 

Al presidente

Uno de los principales objetivos declarados de su Gobierno es estimular y promover la democracia en el mundo, sobre todo en Oriente Medio. La reciente victoria electoral del grupo islamista palestino Hamás es un resultado directo, aunque sorprendente, de su política. Sin embargo, ahora da la impresión de que su Administración y usted mismo intentan dar marcha atrás en su noble propósito, puesto que ponen en duda y critican el hecho de que el pueblo palestino haya escogido en elecciones justas y libres a sus representantes. Una vez más, las ideas de estabilidad cuentan más que el apoyo a la democracia y sus pilares fundamentales –la igualdad y la justicia– en la política de Estados Unidos hacia esa zona.

Hace seis años, en una conferencia auspiciada por el Instituto del Servicio Exterior de Washington, el orador invitado (un subsecretario de Estado para Oriente Medio) respondió de manera inquietante a una pregunta sobre la falta de esfuerzos coordinados para "limpiar el pasado" en la región y fomentar procesos de paz basados en la justicia y el derecho internacional. Su respuesta fue rápida y contundente: mantener la estabilidad a expensas de la democracia en Oriente Medio favorece los intereses de Estados Unidos. Y añadió que no debía olvidarse otro significado de la palabra resolución: resolver que en esta región había que aceptar unas realidades políticas duras y desalentadoras, puesto que, a diferencia de varios países de Latinoamérica, Europa del Este y Suráfrica, no había existido ningún proceso de resolución de conflictos ni comisiones de la verdad tras el final de la guerra fría.

En clara contradicción con lo anterior, su secretaria de Estado, Condoleezza Rice, tuvo el valor de reconocer, en un discurso de junio de 2005, en la Universidad Americana en El Cairo: "Durante 60 años, mi país, Estados Unidos, persiguió la estabilidad a expensas de la democracia en esta región, en Oriente Medio, y no logramos ninguna de las dos cosas. Ahora hemos adoptado una vía distinta. Apoyamos las aspiraciones democráticas de todo el mundo" (la cursiva es nuestra). Fue una confesión posiblemente electrizante. Ahora, ¿incluye la bienvenida a gobiernos elegidos democráticamente que no siguen las directrices estadounidenses, como Hamás en Palestina?

¿Dictaduras o gobiernos islamistas?
La victoria de Hamás se produce tras el triunfo de otros grupos islamistas en las urnas (como los Hermanos Musulmanes en Egipto y Jordania, Hezbolá en Líbano o los partidos gobernantes en Turquía e Irak). ¿Qué connotaciones tiene la respuesta de
EE UU a estos nuevos procesos democráticos? Las elecciones en Palestina fueron un presagio de lo que se avecina. Washington y Occidente tendrán que elegir entre dictaduras laicas (Egipto, Libia, Argelia) o gobiernos islamistas escogidos por sufragio popular. Hay que subrayar que la incorporación de éstos a estructuras políticas formales suavizará su discurso y sus objetivos. Ahora están en el poder y deben responder de sus actos, y descubrirán que el pensamiento maniqueo y la violencia no tienen ninguna eficacia en su nueva situación política. Gran parte del apoyo obtenido por Hamás procede, más que de unas creencias extremistas y milenaristas del electorado, de la absoluta indignación provocada por la corrupción y la ineficacia de la Autoridad Palestina, además de sus constantes capitulaciones, sin ninguna recompensa, ante los dictados de la Casa Blanca e Israel.

Desde septiembre de 2001, Washington ha adoptado una estrategia de confrontación respecto a árabes y musulmanes. El trauma del atentado contra las Torres Gemelas ha servido de justificación para dar carta blanca al uso de la fuerza militar y la intervención política sin sutilezas en Oriente Medio. El primer escenario de esta nueva política fue Afganistán, una base conocida de Osama Bin Laden y Al Qaeda. La tradicional y sana preocupación por la estabilidad quedó rápidamente olvidada y fue sustituida por la cruzada mesiánica de su Administración para democratizar a las bárbaras hordas de infieles. Hay que preguntarse si su Gobierno pensó que, a estas alturas, estaría creando clubes rotarios y escuelas de enseñanza de la Biblia en todo Irak. La actitud política y militar de EE UU hacia el mundo árabe desde 2001 se caracteriza por una ignorancia total de las realidades culturales, políticas, sociopsicológicas e históricas de la zona. En 2003, dentro del contexto de la guerra global contra el terrorismo –que es una lucha contra una abstracción, imposible de ganar con arreglo a términos militares tradicionales–, y para promover la democracia, las tropas estadounidenses invadieron Irak con el fin de salvar a los iraquíes del azote de un dictador espantoso, Sadam Husein.

Al principio, los iraquíes creían que la salvación, por fin, había llegado. La vida podía recuperar la normalidad a orillas del Tigris y el Éufrates. El terrorismo y la tiranía serían derrotados. Desde entonces, Washington ha perdido más de 2.000 soldados y han muerto más de 20.000 civiles iraquíes. Estas tragedias se añaden a las pérdidas ecológicas y económicas sufridas por la población iraquí desde 1991 hasta hoy. Si a eso se suman el desastre de Faluya, la actividad permanente de rebelión y la resistencia (gracias al error de disolver el Ejército iraquí, cometido por Paul Bremer), y la fragmentación de Irak, dividido entre chiíes, suníes y kurdos, lo que tenemos es una auténtica receta para el desastre en toda la región. Para ser objetivos, desde luego, es preciso mencionar el referéndum sobre la Constitución iraquí y las dos elecciones celebradas en el país, que han dado cierta imagen de régimen democrático. Sin embargo, no está claro todavía si los iraquíes lograrán gobernar su país juntos o por separado.

El poder de Irán
Sobre todo este panorama de peligro y desilusión se cierne la sombra de Irán como actor fundamental en Irak y alrededores. Presenciamos un tira y afloja entre Estados Unidos, de la mano del Reino Unido y Francia, por un lado, e Irán, Siria y sus aliados, por otro. En lo que atañe a la cooperación internacional y multilateral en el seguimiento y la contención de amenazas, la situación no es muy prometedora, a pesar de la movilización de la coalición de voluntades para librar la guerra en Irak. Sus miembros han ido disminuyendo, como se vio, por ejemplo, con la decisión de España de retirar sus tropas.

Para estabilizar un Oriente Medio frágil e inestable, es preciso tener mucha más sensibilidad y prestar mucha más atención a los factores locales y regionales. La zona está en un momento de transición. Las ideologías de inspiración occidental como el liberalismo, el socialismo y el nacionalismo han fracasado. Asistimos a la formación de nuevas identidades árabes e islámicas de tipo simplista, basadas en reconstrucciones de la historia, la religión y la cultura, que se unen a un odio creciente hacia Estados Unidos. En lo que queda de siglo, Occidente tendrá que concebir una forma viable de convivir con las fuerzas islámicas que, sin prisa pero sin pausa, van obteniendo el poder. Además, su Gobierno debe comprender –o reconocer sinceramente– que sus acciones, o inacciones, han ayudado a crear esta situación. Si desea lograr esa estabilización, tendrá que:

  • Contribuir seriamente a la resolución del conflicto palestino-israelí, como intermediario verdaderamente neutral.
  • Retirar gradualmente su presencia militar directa y activa y volver al papel benigno e inteligente de Estados Unidos en el pasado. El hecho de que haya presencia de EE UU, más que la existencia de combatientes extranjeros, es la razón fundamental del éxito de los rebeldes en Irak. La Casa Blanca debe sustituir cualquier designio hegemónico por una política que tenga en cuenta a estas sociedades.
  • Contar con los estadounidenses de origen árabe y musulmán para la elaboración de esta nueva política. Si la composición étnica de Estados Unidos está cambiando, su política exterior debe reflejar ese cambio. A mediados de este siglo, los musulmanes serán ya la segunda comunidad religiosa de ese país. La idea de vigilar y controlar a esta comunidad en el futuro supondrá el menoscabo de las libertades civiles, es decir, dañar un pilar esencial como no ha podido hacerlo Bin Laden.

La seguridad y la defensa de Israel constituyen una de las preocupaciones estratégicas de su Administración, pero eso no puede ni debe excluir la necesidad urgente de dar con una solución duradera, basada en la ley y la justicia, al conflicto entre israelíes y palestinos. Pese al unilateralismo de Ariel Sharon (la construcción del muro, el número creciente de asentamientos, la anexión de tierras…), las posiciones del Ejército israelí y de Estados Unidos no van a ayudar a proteger el carácter judío de Israel. El unilateralismo israelí, que podría justificarse por la carrera actual entre demografía y geografía, no va a detener la tendencia histórica hacia una solución con un Estado o con un Estado binacional. Hoy por hoy, el Estado palestino es inviable debido a la ocupación militar y la anexión de tierras. Las opciones de Israel a largo plazo son la cooperación, el diálogo y la paz, o la limpieza étnica y una sociedad armada hasta los dientes. Si EE UU se viera implicado en este último escenario, su presencia militar en la zona le serviría de muy poco.

El papel de Europa
Estados Unidos tendrá que darse cuenta de que, para llevar cierta estabilidad a Oriente Medio, necesitará negociar con las fuerzas que ha estado combatiendo en el terreno militar, el político y el económico. Además de la vuelta a Naciones Unidas y la primacía del derecho internacional, su Ejecutivo tendrá que encontrar un papel para los europeos en coordinación con los diversos gobiernos de los países árabes e islámicos. Dado el enorme número de inmigrantes de dicha procedencia en su territorio, la UE tiene interés en desempeñar un rol mucho más activo y no limitarse a permanecer a la sombra de la política exterior estadounidense. Por último, debe alentar discretamente a las incipientes sociedades civiles de estos países –tanto laicas como religiosas– a colaborar en definir su futuro. ¿Qué tipo de papel quieren desempeñar las jóvenes generaciones, desde Rabat hasta Islamabad, a la hora de elaborar las políticas de sus respectivas sociedades? ¿Qué tipo de reformas desean ver, en el ámbito político y en el espiritual, que respondan a sus necesidades? Éstos son asuntos cruciales para las próximas décadas.

 

George Emile Irani, profesor estadounidense de origén libanés y autor de varios libros
sobre Oriente Medio, dirige el Programa para África y Oriente Próximo del Centro
Internacional de Toledo para la Paz (Madrid). Laurie King Irani es catedrática de
Antropología y autora de
Universal Jurisdiction for International Crimes: The Belgian
Experiment
, de próxima publicación. Antigua redactora de Middle East Report, es
cofundadora de dos páginas
web que han obtenido diversos premios: electronicintifada.net y electroniciraq.net.