El fin de la ética protestante del trabajo.

 

En 1905, el sociólogo alemán Max Weber publicó su eminente obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, y desde entonces nadie ha estudiado como él la religión o la economía. La revolucionaria tesis de Weber era que el énfasis calvinista en el éxito terrenal llevó a los países protestantes a industrializarse y a alcanzar niveles de vida mayores, sobrepasando a los países católicos, cuyos ciudadanos tendían a centrarse en el más allá.

Las ideas de Weber fueron polémicas desde su nacimiento. Pero sólo hoy tenemos las herramientas para comprobar si eran empíricamente ciertas. Para poner a prueba sus teorías, hice cálculos, investigando el crecimiento demográfico de 272 ciudades del mundo de habla alemana entre 1300 y 1900. Los historiadores económicos han defendido durante mucho tiempo que dicho crecimiento es un indicador fiable de las condiciones económicas de una ciudad; sólo las urbes con una fuerza laboral productiva y buenas instituciones se expandían a lo largo del tiempo. Pero, según mis investigaciones, no hubo diferencia entre el crecimiento de las ciudades católicas y el de las protestantes durante los siglos que precedieron a la publicación del famoso libro de Weber. La tan cacareada ética protestante del trabajo no parecía marcar ninguna diferencia.

¿Se equivocó Weber en todo? No. Pero la idea de que el capitalismo moderno evolucionó sólo porque algunos Estados adoptaron el protestantismo parece menos plausible cuando se elimina su sostén empírico. Algunos defienden que la expansión del protestantismo en regiones como América Latina y África hoy podría desatar un boom económico enorme. Podría ocurrir, pero sería difícil asegurar que la fe tuviera algo que ver.