La capacidad de influencia de Turquía en los Balcanes.

 

AFP/Getty Images
El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdoğan (izquierda), recibe la bienvenida a Kosovo de su homólogo Hashim Thaçi (derecha) el 23 de octubre de 2013.

 

La geografía de los Balcanes occidentales mantiene su membrana otomana. Desde la Baščaršija (el viejo bazar) de Sarajevo, hacia el sureste, en los korzo (paseos) del Sandžak, para luego bifurcarse por cualquier horno de leña de Albania y Kosovo. La región es uno de los lugares en el planeta donde se hace válido decir que diferentes religiones no crean diferentes civilizaciones. Los legados bizantino, otomano y austro-húngaro, en lo que antaño era territorio de Rumelia para el sultanato, han contribuido a ello, y no solo queda eso en los libros de historia. El albanés y el serbo-croata-bosnio-montenegrino tienen más de 4.000 palabras de origen turco. Es el código genético de un mundo que pareció extinguirse con la I Guerra Mundial, pero que parece haber resucitado de la mano de Turquía. Veamos cómo.

Los allegados a Tayyip Erdoğan dicen que cuando el primer ministro turco tiene delante una muchedumbre se enciende. Cuando el 23 de octubre agarró el micrófono y soltó en la ciudad de Prizren (Kosovo), delante de centenares de banderas turcas y albanesas, que “Kosovo era Turquía” y “Turquía era Kosovo” (en oposición al “Serbia es Kosovo” y “Kosovo es Serbia”) no fue él el único que se encendió: logró que durante la celebración del Día nacional de Turquía ningún político de nivel del Gobierno serbio acudiera a felicitarle -la diplomacia serbia pidió unas disculpas que nunca llegaron-. También se accionó el dispositivo de seguimiento de la UE sobre la política exterior turca -Bruselas y Ankara se miran no sin recelos-, e invitó a todos los analistas a preguntarse si aquello era un acaloramiento puntual en el marco de una política neo-otomana de ya varios años, basada en la reconciliación regional, o se trataba, más bien, de una novedosa política del kebap: un guiño alterado al ascendente otomano que, en los Balcanes occidentales, se traduce en una peligrosa alianza étnico-religiosa con el islamismo en Turquía.

 

Pax ottomana

El comienzo de la guerra en Bosnia y Herzegovina (1992) reavivó el espíritu otomano. La muerte de miles de bosnios-musulmanes convirtió el conflicto en un asunto de política interior turca (varios millones de turcos tienen orígenes balcánicos), pero también de política exterior: Turquía actuó, aunque con perfil más bien bajo, en más de una ocasión, ante la diplomacia internacional para la resolución del conflicto ex-yugoslavo, además de hacer de puente entre EE UU y los países islámicos para la provisión de armas al Ejército bosnio-musulmán. Con la participación en los bombardeos de Yugoslavia (1999), Ankara haría todavía más oficial su interés en la región.

Este incremento de la presencia internacional se manifiesta, entre otros, a través de la TIKA (Agencia turca para la colaboración y el desarrollo). Se fundó en 1992. En 2002 sus donaciones ascendían a unos 60 millones de euros. Diez años después superan casi los 1.500 millones de euros y la organización tiene presencia en más de 100 países. Sin embargo, ha sido Tayyip Erdoğan y su Partido Justicia y Desarrollo (AKP) los que se han sentido más cómodos rompiendo con el tradicional kemalismo. Principalmente, el actual ministro de asuntos exteriores, Ahmet Davutoglu, responsable ideológico de la apuesta por la hegemonía de Ankara desde Croacia al Cáucaso (la llamada “profundidad estratégica”). Turquía, en efecto, actuó en la década pasada como aliado de EE UU tras el 11-S en Afganistán, y había sido el cuarto país en reconocer la independencia de Kosovo (2008). Por si esa madurez en política exterior no estuviera clara, desde 2009, y siendo miembro de la OTAN, Turquía viene negociando diversos acuerdos con Rusia en todo el Cáucaso, así como interviene en el norte de Irak, Siria, Egipto o Palestina, y, por supuesto, en los Balcanes occidentales, con relativa autonomía.

Durante el fracaso de las negociaciones de Butmir, amparadas por EE UU, Rusia y la UE, para lograr que la Constitución bosnia dejara de ser un capítulo más del armisticio de Dayton, y Bosnia y Herzegovina recondujera su situación hacia un Estado más unitario que el que es ahora -dividido entre el nacionalismo croata, serbio y bosnio-musulmán-, Turquía adquirió un papel muy activo. En aquellas negociaciones, Ankara no solo demostró su apoyo a la centralización del Estado con una supremacía bosnio-musulmana, sino también su condición de árbitro de la estabilidad en la región: cuestión capital tanto para Washington como para Bruselas. Así, desde abril de 2010, Turquía impulsaba un mecanismo de consultas trilateral junto con Bosnia y Herzegovina y Serbia -se han celebrado tres cumbres de presidentes de Estado hasta el momento-. Ahora, Serbia lo ha “congelado” tras el incidente de Prizren.

 

Dubitas ottomana

Las oportunidades para los estudiantes bosnio-musulmanes o albaneses se multiplican cuando orientan su futuro a Estambul, y en Sarajevo hay dos universidades que reúnen anualmente a miles de jóvenes turcos. El movimiento social Gülen ya extendió su red escolar por toda la región hace tiempo. Las telenovelas turcas son una realidad en los canales televisivos locales, y la red TRT Avaz ha añadido el bosnio y el albanés a su proyecto televisivo. El intercambio económico entre Serbia y Turquía asciende a 500 millones de euros. El consorcio turco-francés ha invertido 100 millones de euros en el aeropuerto Adem Jashari en Pristina (Kosovo). En Kosovo han sido registradas más de 405 empresas turcas y más de 2.000 trabajadores, repartidos entre la construcción, la educación, el turismo, la sanidad, las telecomunicaciones, el transporte y el comercio. Calik Holding, empresa turca de infraestructuras, es la mayor inversora en Albania, con más de 340 millones de euros. El trasiego económico entre fronteras resulta difícil de medir (Albania, Kosovo, Turquía, Serbia y Macedonia superan el 30% de economía informal), y el tráfico de personas es una constante: recientemente Turquía y la UE firmaron un acuerdo por el que se negocia la liberalización de visados para los turcos que visiten los 28 y, a cambio, Ankara se compromete a readmitir a todos los inmigrantes irregulares que entren a Europa a través de sus fronteras.  No obstante, pese a la importancia que tiene Turquía como actor político y económico en la región para la Unión, Rusia es el mayor inversor en Bosnia y Herzegovina; Italia lo es en Serbia; Alemania y Reino Unido en Kosovo, y Austria en Macedonia. Mientras que el softpower turco fortalece su acción en la región, la actividad económica sigue dominada por Rusia y varios países de la UE.

La política neo-otomana ha coincidido con la firme voluntad de Turquía de unirse a Europa, “conjugando liberalismo en lo político y económico, con islamismo en lo privado”, tal como dice el islamólogo Darko Tanasković. ¿En qué momento se encuentra Turquía después de esta última década? La pulsión europeísta ha disminuido conforme la UE se antoja más lejana o imposible y Bruselas pierde talla geopolítica; en Ankara se coquetea con la Organización de Cooperación de Shanghái de forma calculada; en la ola de democratización que ha vivido Turquía, quien mejor ha navegado en política exterior e interior ha sido el islamismo -como ha ocurrido con las religiones respectivas (católica, ortodoxa y musulmana) en todos los Balcanes occidentales y, como ha ocurrido también, después de la primavera árabe-; en los Balcanes, como en el Cáucaso, como en Siria, Egipto o Palestina, Ankara ha perdido varias batallas diplomáticas y económicas -con sus costes respectivos a nivel interno-, pese al apoyo de EE UU, chocando de frente con los intereses locales y con las grandes potencias en muchos momentos.

Los países de los Balcanes occidentales son fácilmente excitables, y no siempre se alinean con Europa. En marzo se celebran en Turquía elecciones locales, las elecciones presidenciales meses después y las elecciones generales son en 2015. El neo-otomanismo del AKP es una fuente de votos, pero también de influencia y dinero. Si con ello Turquía no logra obtener ningún premio como garante de la paz, ni tampoco en el futuro como socio privilegiado de la UE, se corre el riesgo de que ese neo-otomanismo que apuesta por la estabilidad y la profundidad estratégica, ante sus propias frustraciones en política internacional, derive en algo superficial pero peligroso: la política del kebap. Es decir, soliviantar a gritos a los musulmanes de Kosovo, Albania o Bosnia y Herzegovina, con el objetivo de obtener mayores apoyos en los caladeros del islamismo militante, y ganarse el respeto por las malas de otras potencias internacionales.

En la base se encuentra algo inalterable: el Imperio otomano fue el país balcánico más grande. De hecho, el padre del compositor del himno de Turquía era de origen albanés y nació en Kosovo. Como bien saben en Ankara, eso en la región significa muchas cosas para bien, pero también sirven, como demostró la salida de tono del primer ministro Erdoğan, para mal. Al fin y al cabo en política internacional quien tiene poder para estabilizar, también lo tiene para desestabilizar.

 

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