Dos mujeres judías de origen yemení con sus respectivos hijos en Ashkelon, Israel. Menahem Kahana/AFP/Getty Images
Dos mujeres judías de origen yemení con sus respectivos hijos en Ashkelon, Israel. Menahem Kahana/AFP/Getty Images

Cómo los descendientes de las comunidades judías de Medio Oriente y el norte de África en Israel juegan cada vez más un papel relevante en los cálculos electorales y políticos del país. 

Después de que en las últimas elecciones Netanyahu ganara contra el pronóstico de todas las encuestas y de todos los expertos –el único que acertó fue Mark Mellman– Dov Zakheim se preguntaba en Foreign Policy el por qué, y achacaba el triunfo del Likud al voto de los colonos. Con la resaca electoral, y después de un resultado que prácticamente nadie esperaba, el análisis prematuro fue que los israelíes siguieron optando por seguridad antes que por asuntos socioeconómicos para elegir a sus representantes.

Sin embargo, otros como el columnista del diario israelí Haaretz Nehemia Shtrasler o el analista de Times of Israel Avi Issacharof dieron otra razón de la victoria de Netanyahu: los judíos procedentes de los países árabes y sus descendientes, conocidos como sefardíes y/o misrajíes –es éste término el que se usa mayoritariamente en Israel para designar a este colectivo– votaron al Likud en masa.

Históricamente, los misrajíes han crecido a la sombra de la élite ashkenazí (los judíos provenientes de Europa y sus descendientes) que es la que ostentó el protagonismo absoluto en la formación del Estado de Israel. Isaac Herzog, el candidato laborista que perdió ante Netanyahu, es hijo y paradigma de ésta élite de origen europeo: su padre fue presidente del Estado y su abuelo fue el primer gran Rabino; y así le vio el electorado misrají.

 

Los misrajíes en Israel

Desde 1948, en torno a 850.000 judíos -las cifras más prudentes no bajan de 700.000- que durante generaciones habían vivido en Libia, Marruecos, Argelia, Túnez, Siria, Egipto, Líbano, Irak o Yemen fueron expulsados o huyeron, después de haber sufrido pogromos y la confiscación de sus propiedades –Argelia, Túnez y Marruecos fueron los únicos países que no ordenaron la confiscación de sus bienes o sanciones económicas similares–. En 2014, según el historiador de la Universidad George Washington Howard Sachar y la asociación Harif (Asociación de Judíos de Oriente Medio y Norte de África) no había más de 3.700 judíos en estos países.

En torno a 200.000 de estos refugiados fueron a Europa y EE UU, mientras que el recién nacido Israel acogió a 586.000. Cuando llegaron a este país, fueron destinados a las ciudades de la periferia, como Ashdod, Ashkelon, Rehovot o Beer Sheba, que estaban en desarrollo, a diferencia de los grandes centros urbanos ya consolidados como Tel Aviv, Jerusalén o Haifa; asimismo, la gran mayoría, debido a la falta de formación académica o universitaria, quedó relegada a trabajos poco cualificados mientras las finanzas o la política eran ostentadas por la ashkenazíes, que sí poseían una alta formación, y además habían creado el movimiento sionista que logró la independencia de Israel.

La discriminación que sufrieron en los 50 desembocó en el nacimiento de los Panteras Negras misrajíes (que nacían al albor del movimiento negro de EE UU), pero sus protestas fueron acalladas, y reprimidas, en 1960 por el Gobierno israelí, entonces de color laborista y ashkenazí.

Actualmente, según Claire Louis Dacker del Instituto de Estudios Sociales de La Haya, un 61% de los israelíes judíos son misrajíes o descendientes de éstos. La discriminación que han sufrido sigue latente hoy día. Una encuesta revela que tener apellido misrají te resta oportunidades en una entrevista de trabajo y, como informa la orientalista Suzanne Rothman, los sueldos de los ashkenazíes son un 42% más altos que de los misrajíes en Israel. En 2004, la diferencia era de un 36%. En este sentido, un informe realizado por la Oficina Central de Estadísticas de Israel en 2005 reveló que los judíos de esta comunidad son menos propensos a seguir estudios académicos que los ashkenazíes. Según el informe, estos últimos tienen hasta dos veces más probabilidades de estudiar en una universidad que los misrajíes.

 

La izquierda no los entiende, pero la derecha sí

En política, la mayoría ashkenazí estaba representada por el Mapai, hoy Avodá, el histórico partido laborista de Israel, protagonista fundamental de la creación del Estado y que estuvo al frente del Gobierno los primeros 28 años. Ciertamente, no fue hasta 1977 cuando el Likud liderado por un judío polaco y también ashkenazí, Menahem Begin, se apoyó en los misrajíes para ganar las elecciones después de casi treinta años de hegemonía laborista.

Desde 1977, y aunque según ha señalado Shtrasler la derecha tampoco es que haya hecho mucho para superar la discriminación histórica sobre ellos, los misrajíes se han decantado por el Likud y demás partidos del entorno ideológico, porque les entendían mejor. En 1984 nace el partido político religioso Shas (que es la abreviatura de Shomrei Sefaradí, los guardianes sefardíes), histórica bisagra en los ejecutivos israelíes, y que tiene como uno de sus leit motivs fundacionales contrarrestar la hegemonía ashkenazí tanto en política como en religión. En esta última campaña, el Shas no tuvo reparos en utilizar como uno de sus eslóganes “un misrají vota por un misrají”. A este respecto el famoso columnista Sever Plocker fue crítico con la existencia de discriminación contra los misrajíes días antes de las elecciones y recalcó que “dos de los cuatro autores más importantes en Israel y la mayoría de los jóvenes poetas del país son de ascendencia misrají; tres de los cinco principales empresarios son también de ese origen. Ellos, por cierto, se sienten completamente israelíes y se niegan a destacar cualquier importancia pública de su descendencia.”

En 2006 parecía que la izquierda se hizo eco del problema que tenía al ignorar a esta comunidad y eligió a Amir Peretz, misrají nacido en Marruecos, cabeza de lista del partido laborista en 2006. Peretz obtuvo 19 escaños, pero en 2009, con Ehud Barak, que es ashkenazí, bajaron a 13. El mismo Ehud Barak ofreció públicamente en 1997 una disculpa a los judíos misrajíes por cómo fueron tratados por la élite socialista ashkenazí a su llegada en los 50; disculpa que Zion Zohar, actual decano de la Universidad de Florida, recoge en su libro Sephardic and Mizrahi Jewry: From the Golden Age of Spain to Modern Times.

El caso de Peretz no es habitual, porque la izquierda israelí suele relegar a los misrajíes en sus listas electorales, de acuerdo con lo que revela el activista misrají Tom Mehager en el magazine israelí +972. Mehager se queja además que en las escuelas es muy conocido el Holocausto, lógicamente, pero en cambio no se estudia con profundidad el éxodo judío de los países árabes después de la creación del Estado de Israel. Un éxodo que no fue precisamente un camino de rosas.

Ante este panorama sociopolítico, los datos son claros en cuanto al apoyo de los misrajíes a la derecha y en especial al Likud en las últimas elecciones. La mayoría de ellos se concentran en las ciudades periféricas del país, urbes que cuando llegaron a partir de 1948 estaban en pleno desarrollo. Así, el Likud ganó en Ashdod, Ashkelón, Beer Sheba, Netivot… En Sderot, por ejemplo, la ciudad situada a menos de un kilómetro de la franja de Gaza y la que más ha sufrido el lanzamiento de cohetes por parte de Hamas y la Yihad Islámica, el Likud obtuvo un 43% y el Campo Sionista (coalición de centro izquierda formada por los laboristas y por el partido Hatnuá) sólo un 7%.

Moshe Kahlon, antiguo miembro del Likud y descendiente de judíos libios, consiguió 10 escaños con su nuevo partido Kulanu (Todos nosotros) gracias, entre otros asuntos, a su campaña política a favor de los misrajíes, como ya avisó Bernard Avishai en el diario New Yorker.

 

¿Qué puede hacer la izquierda?

Según Isacharoff, los misrajíes siguen viendo a la izquierda como la élite ashkenazí, que cada día más se concentra en lo que el analista llama la “burbuja del electorado de izquierdas de Tel Aviv”, que marca una distancia progresiva en lo político de casi todo el resto del país. Herzog, abogado, burgués, de izquierdas y que vive en los barrios residenciales de Tel Aviv, también está dentro de la burbuja; una de las razones principales de su derrota el pasado 22 de marzo.

Si la izquierda de Israel quiere volver a ganar, apunta Isacharoff, necesitan a un militar misrají con imagen de duro pero que crea en la paz, o en su defecto, un halcón que entienda a los misrajíes. Un perfil que encaja con el de Begin, un político duro y derechista, que firmó el primer acuerdo de paz estable entre un país árabe, Egipto, e Israel, respetado incluso por el breve gobierno de los Hermanos Musulmanes en El Cairo.

Después de 67 años de existencia, todavía ningún primer ministro ha sido misrají, pero todo apunta, a la luz de los acontecimientos, que puede ser una opción bastante plausible para la izquierda si quiere volver al poder en Israel.