¿Es el gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo inmune a los efectos políticos negativos de la pandemia?

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Un vendedor de helados pasa al lado de una fotografía de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Managua. INTI OCON/AFP via Getty Images

En Nicaragua el escenario político, con la pareja presidencial de Daniel Ortega y Rosario Murillo, muestra características particulares por el estilo de liderazgo y el manejo de la pandemia; pero también por la similitud con el régimen de la familia Somoza de inicios del siglo XX. Otra característica es que responde a lo que Gabriel García Márquez denominó el "realismo mágico", el surrealismo que corre por las calles en los países latinoamericanos.

En marzo, cuando la mayoría de los gobiernos en la región adoptaban medidas de confinamiento, la vicepresidenta y vocera del gobierno, Murillo, convocaba a una marcha del “amor en tiempos del COVID-19” y organizaba conciertos populares. Negaba la existencia del virus en el país.

Lo anterior se suma a la “revolución cristiana, socialista y solidaria”, que sustituyó los lemas de la Revolución Sandinista a partir de 2012, cuando Daniel Ortega asumió su tercer mandato presidencial (los anteriores fueron de 1985 a 1990 y de 2007 a 2012, y el periodo al frente de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional entre 1979 y 1985).

 

Gestión presidencial Ortega-Murillo

El estilo presidencial de Daniel Ortega ha pasado por tres momentos diferentes. La década de los 80 fue la de un joven mandatario revolucionario, con un discurso sandinista y secundado por los líderes guerrilleros del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). El segundo corresponde al retorno al poder en 2006, con una visión alejada del modelo revolucionario y orientado a una alianza con el sector empresarial. Consolidó un esquema de negocios, privatizando muchas empresas públicas, llevando a cabo la piñata sandinista de 1990, así como el manejo de la cooperación venezolana a través de Alba de Nicaragua SA (Albanisa). Todo ello se complementó con el control de varios medios de comunicación.

El esquema de donaciones y asistencialismo establecido por  el venezolano Hugo Chávez creó empresas privadas en los países receptores para administrar los fondos. Tales entidades son lideradas por un venezolano, excepto en Nicaragua, en donde “Alba de Nicaragua Sociedad Anónima”, un conjunto de empresas con actividad e intereses en múltiples sectores de la economía nicaragüense, es encabezada por alguien escogido por Ortega.

Pero sin duda la cereza en el pastel del proyecto orteguista fue, en 2014, la iniciativa del canal interoceánico, bajo un acuerdo con la empresa HKND, propiedad de un desconocido empresario de Hong Kong. Un proyecto fracasado, aunque el Gobierno nicaragüense transfirió miles de millones de dólares.

Pero quien realmente estaba al frente de la administración era la esposa de Ortega, Rosario Murillo, la mujer fuerte de Nicaragua y la que manda. Ella controla las organizaciones de base del FSLN, influyendo en el aparato político del país. Esto facilitó la reforma constitucional, iniciada en 2014 con una interpretación de la Corte de Justicia y las acciones en instancias legislativa y electoral, para permitirle optar por un cuarto mandato; pero esta vez con Murillo como candidata a la vicepresidencia. Así la pareja triunfó en 2016 con un 72% de los votos.

El propósito de que su esposa fuera la vicepresidenta era garantizar el control familiar del poder, en caso de que Ortega fallezca. Los problemas de salud son conocidos desde hace años. En abril de 2018 cuando estallaron las protestas, el mandatario estaba en Cuba como parte de su tratamiento médico periódico.

Para mantenerse en el poder a partir de 2014, la pareja Ortega-Murillo optó por el tercer estilo de mandato: el autoritarismo, con visos de dictadura, basado en una alianza con las Fuerzas Armadas y con el sector empresarial más conservador de Nicaragua. Por eso desde 2016 distintos medios de prensa afirman que la gestión presidencial se caracteriza por un perfil autoritario, camuflado con un populismo clientelar y lemas religiosos de cristianismo y solidaridad. El sociólogo nicaragüense, Óscar René Vargas, se preguntaba en 2016 si lo que había en Nicaragua era una democracia autoritaria o una dictadura familiar, afirmando en ese momento que “la ola de reformas políticas tendientes a acallar a la oposición, las relaciones con las clases dominantes y la postulación de la mujer de Daniel Ortega a la vicepresidencia del país, muestran un panorama crítico para Nicaragua”.

Hoy es manifiesto que lo que hay en el país es una dictadura familiar cubierta por la imagen de democracia. Esto no es nuevo en Nicaragua. Durante la dinastía Somoza (1937-1979) existió un modelo parecido.

Tras las fracasadas protestas de 2018, que tuvieron al régimen Ortega-Murillo bajo una fuerte presión para que dimitiera, incluso con apoyo internacional al movimiento ciudadano, ahora las organizaciones estudiantiles bajo el lema de la “rebelión de abril” reclaman el espacio conquistado. Lo mismo hacen otros sectores políticos, apoyados por la administración de Donald Trump, quien ha impuesto sanciones económicas al país y a líderes políticos como el Ministro de Hacienda y el Jefe de la Policía.

 

Política y pandemia en Nicaragua

Al llegar la pandemia a Centroamérica, Managua optó por una vía distinta: mantener la actividad económica y fomentar el turismo. El aumento de muertes en marzo y abril se atribuyó a una neumonía atípica. El Gobierno negó que hubiera casos de la COVID-19. Ello lo complementó con elementos surrealistas, extendiendo las conocidas ausencias de Ortega, quien ha acostumbrado a ocultarse por semanas. Mientras que Murillo mantiene el contacto con la ciudadanía. Esto genera una imagen mística del mandatario, que seguidores cercanos lo califican de un líder que está por encima de la cotidianeidad del ejercicio del poder. Así evade la crisis económica y política, la presión internacional, los cuestionamientos de la Organización Mundial de la Salud para modificar el manejo de la pandemia y la incertidumbre sobre quién será la persona encargada de continuar con la dinastía orteguista a partir del próximo año.

Mientras tanto el número de muertos atribuidos al coronavirus continúa incrementándose: la Universidad Johns Hopkins reconocía 4.668 contagiados y 141 fallecidos en el país a 7 de septiembre, aunque el Observatorio Ciudadano indicaba que el total eran 10.121 casos y 2.699 fallecimientos a fecha de 2 de septiembre. Durante meses el Ejecutivo no reconoció ningún caso de COVID-19. A ello se suma un aumento en la inseguridad y la violencia ciudadana, sin que la pareja Ortega-Murillo cambie su estilo.

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Un hombre que apoya al movimiento sandinista al lado de un retrato de Daniel Ortega, en Catarina, durante la pandemia. INTI OCON/AFP via Getty Images

Por el contrario, el Gobierno cerró las fronteras a sus ciudadanos, si estos no se han realizado una prueba del virus 48 horas antes y posean un certificado de que no son portadores. Esto provocó que llegara, a finales de julio, a haber más de 500 nicaragüenses solo en el puesto fronterizo de Peñas Blanca (Costa Rica-Nicaragua), custodiados por la policía para impedirles el ingreso al país.

Situaciones como estas es lo que lleva a considerar que hay evidencia de que no existe tal Ejecutivo “cristiano, socialista y solidario”, a pesar que, como anota la periodista Leonor Álvarez, “la consigna del "gobierno bueno y solidario" es repetida todos los días por la primera dama y vicepresidenta del país, Rosario Murillo, a través de sus numerosos medios de comunicación oficialistas. También habla de dios, amor, hermandad, solidaridad, respeto al prójimo e incluso cita textos enteros de la Biblia, sin que eso signifique que los pone en práctica”. Más bien, el Ejecutivo ha ordenado el despido de personal de salud si mencionan la existencia de la pandemia o usan equipo de protección, argumentado que eso crea temor en la población. Y el Ministerio de Salud anunció que cobrarán 150 dólares estadounidenses por las pruebas de la COVID-19. Lo cual fue denunciado a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Por ahora, el Gobierno parece inmune a los efectos políticos negativos de la pandemia. Los medios de comunicación están sujetos a una presión permanente, limitando sus críticas. Incluso periodistas detenidos y juzgados en 2019 por informar sobre las protestas, ahora son conminados a solo transmitir la información oficial.

En ese escenario, la pareja Ortega-Murillo se ha empoderado, porque como es habitual en Nicaragua la oposición no logra consolidar un bloque con una candidatura única para los comicios presidenciales. En febrero pasado sectores opositores conformaron la Coalición Nacional, agrupando a bloques prodemocracia y a partidos políticos que no han sido ilegalizados por las autoridades. Sin embargo, no ha logrado consolidarse como una fuerza opositora atractiva para el electorado, por las diferencias entre líderes políticos. Y el tema clave será si de aquí a la convocatoria de comicios surgirá un único candidato, o esas diferencias predominarán. Por ahora algunos sectores populares demandan que los partidos de oposición no participen en los comicios.

Así las rivalidades impiden aprovechar la creciente impopularidad del Gobierno. Esto hace pensar que en noviembre de 2021 continuará el régimen y han comenzado aparecer mensajes en Managua mencionando a Ortega como candidato. Aunque no puede obviarse la cuestión de la muerte de Daniel, ¿cuál será la reacción de los detractores y opositores de Murillo (que son bastantes dentro de las filas orteguistas)?

 

Economía en crisis

Informes de analistas económicos pronostican una contracción de la economía nicaragüense de entre 4,4% y 6,5% este año, constituyéndose en la depresión económicas más sería desde los 80. Y debe recordarse que Nicaragua es un país con un tercio de la población en situación de pobreza, un PIB per cápita 1.919 dólares, con un aparato productivo poco desarrollado.

Por ello, el sitio especializado en información de negocios Central America Data ofrece un panorama poco alentador, revirtiendo la tendencia de crecimiento económico que mostraba el país en los pasados años.

Al igual que con el escenario político, la crisis económica -que adquiere dimensiones críticas- no parece, por ahora, afectar al Gobierno del país más pobre de Centroamérica y el segundo de América Latina. Esto se explica, en parte, por la alianza Ortega-Murillo con el sector empresarial, aunque resulte contradictorio y difícil de entender .

En resumen, la mejor caracterización de Nicaragua hoy es la de una democracia autoritaria en un escenario de realismo mágico.