Economía y democracia, dos variables imprescindibles para asegurar la estabilidad del país.

 

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Los dos atentados suicidas del 23 de mayo de 2013 contra las instalaciones militares de Agadez y la mina de Areva en Arlit y la violenta fuga de una prisión el 1 de junio en Niamey ponen en tela de juicio la estabilidad de Níger. En un entorno regional cada vez más deteriorado, el presidente Mahamadou Issoufou y sus aliados occidentales han preferido una estrategia de seguridad con limitaciones importantes, igual que en otras partes del Sahel. Una atención excesiva a las amenazas externas puede ensombrecer dinámicas internas importantes, como las tensiones entre comunidades, el déficit democrático y la creciente marginación de las sociedades pobres y rurales. El gasto de seguridad parece aumentar cada vez más en detrimento del gasto social, y eso entraña riesgos importantes para un país que afronta graves retos democráticos y económicos. A la posibilidad de contagio terrorista de los países vecinos se añade un frágil entorno político y socioeconómico.

Níger, que interesa a otros países sobre todo por su uranio y sus reservas de petróleo recién descubiertas, ha vuelto a ser en los últimos tiempos foco de atención. Desde hace varios años, los países occidentales consideran que la región del Sahel y Sáhara es una zona especialmente peligrosa, caracterizada por el aumento de la inseguridad, las crisis políticas y el escaso control sobre el tráfico de personas, armas y otras mercancías tanto lícitas como ilícitas. La guerra civil libia de 2011, la crisis de Malí en 2012 y la intensificación reciente de los enfrentamientos militares entre las fuerzas gubernamentales y los hombres de Boko Haram en el norte de Nigeria son fenómenos que han tenido repercusión en Níger. Las ideas, las armas y los combatientes atraviesan fronteras. Sin embargo, en medio de las crisis que asedian a sus vecinos, Níger parece una contradicción, un país frágil y, al mismo tiempo, una isla de estabilidad. Sus aliados regionales y occidentales quieren contener unas amenazas que parecen estar creciendo, en especial las que representan grupos islamistas violentos como Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Boko Haram y el Movimiento por la Unidad y la Yihad en África Occidental (MUYAO).

Desde 2011, las fuerzas de seguridad de Níger están en alerta permanente, con la ayuda de los ejércitos occidentales, que están presentes en el país desde entonces. También contribuyen a la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Malí (MINUSMA) con un batallón desplegado en la región de Gao, cerca de la frontera con su propio país. Níger participa en varias estrategias de seguridad para protegerlo, pero tiene escasa influencia en ellas. Constituye un elemento importante de la operación militar francesa en Malí; es fundamental en la Estrategia de Seguridad y Desarrollo del Sahel de la Unión Europea; y acoge la ayuda y la presencia de Estados Unidos, en número cada vez mayor. Convencido por sus aliados de que debe mejorar su aparato de seguridad, el Gobierno ha aumentado de forma considerable el gasto militar. Pero esa atención centrada en la seguridad podría suponer la reasignación de unos recursos sociales ya escasos.

La estrategia de seguridad seguida en el Sahel durante el último decenio ha fracasado en el vecino Malí. En Níger no va a ayudar al presidente Issoufou a establecer un vínculo de confianza entre el Estado y el pueblo. El régimen actual, que se hizo con el control del país después de que se pusiera fin al poder militar en 2011, sigue siendo frágil. El programa de “Renacimiento”, una serie de importantes reformas que propuso el Presidente en su campaña electoral, despertó esperanzas, pero todavía no ha tenido resultados tangibles. Las protestas sociales están extendiéndose. Esta situación agita las ambiciones políticas, y las tensiones que rodearon la formación de un nuevo gobierno de unidad nacional en agosto de 2013 dejaron al descubierto la fragilidad de la democracia. Además, como ocurre en el resto de la región del Sahel y el Sáhara, existen sospechas de que varias redes criminales internacionales se han infiltrado en los aparatos del Estado y de seguridad. Son muchos los peligros, cuando a una consolidación democrática insuficiente se añade un profundo malestar socioeconómico.

Sin embargo, estos problemas no deben ocultar una realidad más matizada. En 2009, el intento del entonces presidente Mamadou Tandja de permanecer en el poder por la fuerza demostró que algunas instituciones y la sociedad civil están dispuestas a luchar para proteger la democracia. El Ejército intervino en la vida política para detener a Tandja, pero regresó a sus cuarteles después de una transición relativamente breve. Los logros alcanzados son todavía débiles, sin duda. El Ejército, históricamente muy influyente, podría volver a intervenir en caso de bloqueo institucional. La corrupción y la impunidad siguen siendo endémicas, y algunos representantes de la sociedad civil se han visto absorbidos por las clases dirigentes. Como en Malí, la frustración por las deficiencias democráticas alimenta la expansión de una sociedad civil islámica que plantea críticas especialmente airadas; puede representar tanto un movimiento de protesta radical y quizá violento como un intento pacífico de remoralizar la vida pública.

Por último, en Níger no se ha dado una solución definitiva a la cuestión de los tuaregs, aunque parece estar mejor gestionada que en Malí. La sociedad tuareg no es homogénea, ni mucho menos, sino que está dividida en función de las generaciones, los clanes y las líneas sociales de separación; algunas élites están muy integradas en la administración y no tienen verdaderos motivos para volverse contra el Estado, mientras que otros evocan el espectro de un nuevo conflicto, por convicción o para defender su privilegiada posición de intermediarios. La población está harta de rebeliones que no cumplen sus promesas, pero muchos jóvenes del norte del país sienten que tienen pocas alternativas al tráfico y las actividades armadas.

Más que un Estado basado en la seguridad, el pueblo de Níger necesita un gobierno que garantice servicios, una economía que cree empleo, un Estado de derecho y un sistema democrático más fuerte. El presidente Issoufou debe centrar sus prioridades iniciales en estos objetivos y ser consciente de que la seguridad y la estabilidad del país dependen al menos tanto de estos aspectos como de estrictas acciones antiterroristas de los militares.

 

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