Los nigerianos irán a las urnas dos veces en 2019: en febrero para elegir a un presidente y un nuevo parlamento federal, y en marzo para elegir a los gobernadores y legisladores de los estados. En Nigeria, las elecciones suelen estar plagadas de violencia y, en esta ocasión, la situación es especialmente explosiva.

La contienda presidencial entre el gobernante actual, Muhammadu Buhari, y su principal adversario, el exvicepresidente Atiku Abubakar, va a ser dura. Las relaciones entre el partido de Buhari, el Congreso de Todos los Progresistas, y el de Abubakar, Partido Democrático Popular —que gobernó durante 16 años, hasta que llegó al poder Buhari— son tan hostiles en la capital como en diversos focos de tensión de todo el país. Las disputas entre Buhari y los líderes de las dos cámaras parlamentarias, que abandonaron el partido gobernante en julio, han retrasado la provisión de fondos para la comisión electoral y los organismos de seguridad, y eso, a su vez, ha sido un obstáculo para la preparación de los comicios. La desconfianza de la oposición, tanto en la comisión electoral como en las fuerzas de seguridad, incrementa el riesgo de protestas durante las elecciones y después de ellas, con un precedente preocupante: las manifestaciones que hubo tras las elecciones de 2011 se convirtieron en ataques contra las minorías en todo el norte del país que causaron la muerte de más de 800 personas.

Nigeria_mc
Carteles de los candidatos a las elecciones presidenciales de Nigeria. PIUS UTOMI EKPEI/AFP/Getty Images

A las elecciones se añaden otros problemas. El nivel de delitos violentos e inseguridad general sigue siendo elevado en gran parte del país. En zonas del nordeste, la población civil es la más castigada por la brutal guerra entre las tropas del Gobierno y la resistente insurgencia de Boko Haram. Una facción denominada Estado Islámico en la Provincia de África Occidental parece estar ganando terreno. En el cinturón central del país, la violencia entre los ganaderos —predominantemente musulmanes— y los agricultores —predominantemente cristianos— sufrió en el último año una escalada sin precedentes, con la muerte de unas 1.500 personas. Aunque en los últimos meses parece haberse calmado, ha dejado una brecha en las relaciones entre comunidades de esas áreas, sobre todo entre musulmanes y cristianos, que sin duda se reflejará en unas elecciones muy disputadas, ya que los votos de la región podrían influir en los resultados nacionales de la elección presidencial. Los políticos están alimentando las divisiones con fines políticos, utilizando lenguaje inflamatorio y apelando a la identidad cuando hablan en contra de sus rivales.

En la zona petrolífera del Delta del Níger, las tensiones entre la población local y el gobierno federal pueden desbordarse este año, dada la indignación latente debido a que el gobierno no ha cumplido las promesas de limpiar la contaminación originada por petróleo, construir infraestructuras y aumentar las inversiones sociales en los últimos años.

La prioridad inmediata del Gobierno debe ser evitar una crisis electoral. Para ello debe reforzar la seguridad en los estados más vulnerables y tomar medidas para garantizar que las fuerzas de seguridad actúen con imparcialidad y todos los partidos se comprometan a hacer una campaña pacífica y abordar las disputas dentro de la ley. No será suficiente para resolver los numerosos problemas de Nigeria. Pero sería un punto de partida necesario.

Este artículo forma parte del especial Las guerras de 2019

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia