Una mujer espera en un centro médico en Dalaram, nordeste de Nigeria. Stefan Heunis/AFP/Getty Images
Una mujer espera en un centro médico en Dalaram, nordeste de Nigeria. Stefan Heunis/AFP/Getty Images

Las mujeres han sufrido violencia y malos tratos a manos de Boko Haram, pero no son únicamente víctimas: algunas se unen de forma voluntaria a los yihadistas, otras luchan contra los rebeldes o trabajan en labores de auxilio y en favor de la reconciliación. Sus experiencias deberían tenerse en cuenta en las estrategias para hacer frente a la insurgencia y facilitar su contribución a la paz.

El ascenso y la rebelión de Boko Haram han cambiado drásticamente las vidas de miles de mujeres y niñas y a menudo las han obligado a asumir, voluntariamente o por la fuerza, nuevos roles fuera del ámbito doméstico. Algunas se unieron a los rebeldes para huir de sus circunstancias sociales; otras fueron secuestradas y convertidas en esclavas. Siete años de guerra han hecho que ellas sufran especialmente. Aunque la proporción de hombres asesinados es mucho mayor, las mujeres constituyen una mayoría abrumadora de los desplazados internos en el nordeste del país, alrededor de 1,8 millones según las estimaciones. Muchas acarrean el estigma de haber sido esposas, esclavas o combatientes de la insurgencia y les es imposible reincorporarse a sus comunidades, en parte porque los límites entre militante, simpatizante y cómplice forzosa son borrosos.

Aunque Boko Haram ha tenido que retroceder, sigue teniendo capacidad de lanzar ataques y llevar a cabo múltiples atentados suicidas. Es necesario comprender cómo experimentan las mujeres esta guerra, no sólo en el papel de víctimas sino en el de participantes, y tenerlo en cuenta a la hora de planear las políticas y los programas para abordar las causas de la insurgencia y las estrategias para acabar con ella, además de facilitar la contribución de las mujeres a una paz duradera.

Desde su aparición en 2002, Boko Haram prestó especial atención a las mujeres, tanto con su retórica como en la práctica, en parte debido al intenso debate sobre su papel en la sociedad en el nordeste del país. Igual que otros movimientos islámicos, la secta exigía mayores restricciones para ellas en algunos ámbitos de la vida pero, al mismo tiempo, fomentaba su acceso a la educación islámica y les proporcionaba poder económico. Dado que el patriarcado, la pobreza, la corrupción, el matrimonio a temprana edad y el analfabetismo les impedían tener oportunidades de vivir mejor, muchas mujeres vieron en Boko Haram la posibilidad de tener más libertad o reducir sus privaciones. Asimismo, muchas valoraban la estabilidad religiosa y moral.

Después, Boko Haram empezó a secuestrar mujeres y niñas con fines tanto políticos como pragmáticos; entre otras cosas, para protestar por el arresto de mujeres combatientes y familiares de algunos dirigentes. La captura de más de 200 estudiantes cerca de Chibok en 2014 fue una acción que recibió gran publicidad, pero una más dentro de una corriente general. El grupo raptaba a mujeres cristianas —más tarde, también musulmanas— para herir a las comunidades que estaban en su contra, como una manera políticamente simbólica de imponer su voluntad y para utilizarlas como agentes. La promesa de conceder esposas a los combatientes facilitaba la captación de reclutas y servía de incentivo para los militantes. Y en los primeros tiempos, como las autoridades no consideraban que las mujeres fueran una amenaza, ellas, tanto las seguidoras voluntarias como las secuestradas por la fuerza, podían circular con más facilidad por las zonas controladas por el Gobierno y hacer de espías, mensajeras, reclutadoras y contrabandistas. Por ese mismo motivo, a mediados de 2014, Boko Haram empezó a utilizar a mujeres como terroristas suicidas. Y, ante la necesidad creciente de contar con más combatientes, empezó a entrenarlas para la lucha.

Por otra parte, cientos de mujeres ayudan a las fuerzas de seguridad como miembros de la milicia, incluidas las pertenecientes al Comando Civil Conjunto (CJTF en sus siglas en inglés), sobre todo en tareas como registrar a mujeres en los puestos de control, reunir información e identificar a sospechosos y, a veces, combatir contra Boko Haram. Otras trabajan en ONG y asociaciones de mujeres, o atienden en privado a víctimas de la guerra. En algunos casos, el conflicto ha creado oportunidades para el activismo femenino, como muestra la implantación de varias ONG dirigidas por mujeres en Maiduguri y la participación nigeriana en la campaña internacional Bring Back Our Girls (Devolvednos a nuestras niñas).

Una mujer con una pegatina en la frente que dice: "Devolvednos a nuestras niñas". Pius Utomi Ekpei/AFP/Getty Images
Una mujer con una pegatina en la frente que dice: "Devolvednos a nuestras niñas". Pius Utomi Ekpei/AFP/Getty Images

Los ataques de Boko Haram, la persecución de los sospechosos que hace el Ejército y su estrategia de vaciar las zonas en disputa han obligado a más de un millón de mujeres y niñas a huir de sus casas. Algunas sospechosas de ser partidarias están detenidas. Cientos de miles de mujeres viven en campamentos del Gobierno en los que la comida escasea y la atención sanitaria es pésima; en los campamentos oficiales, la situación puede ser todavía peor. Separadas de sus maridos y sus hijos —capturados o asesinados por Boko Haram o detenidos por las fuerzas de seguridad—, hoy muchas mujeres tienen la responsabilidad exclusiva de asegurar la protección y el bienestar económico de sus familias.

El duro trato que se da a los desplazados internos en los campamentos y centros de detención puede anular todo lo ganado en el terreno militar. Si persisten la corrupción en el reparto de ayuda y los abusos, las comunidades acumularán resentimientos que quizá les lleven a rechazar la autoridad del Estado. Por otra parte, el estigma de las mujeres y niñas que han sido —o se sospecha que han sido—miembros de Boko Haram puede hacer que sus hijos y ellas acaben aislados y marginados, lo cual generaría más frustraciones y resistencias como las que dieron pie al movimiento yihadista.

El papel de la dinámica de género en el refuerzo de la insurgencia de Boko Haram debe ser una clara advertencia de que la integración de las mujeres en los procesos de toma de decisiones a todos los niveles es crucial para obtener una paz duradera. Para luchar contra la secta y reconstruir una sociedad pacífica en el nordeste de Nigeria es necesario que el Gobierno y sus socios internacionales aborden la discriminación sexual, protejan mejor a las mujeres y niñas afectadas por la violencia y respalden su integración económica y social, además de darles un papel mayor en la construcción de una paz sostenible. A corto plazo, la reunificación de las familias debe ser una prioridad. A largo plazo, es vital mejorar el acceso a la educación y asegurar que haya un equilibrio de género, tanto en las escuelas estatales como en unas escuelas coránicas modernizadas.

El informe original ha sido publicado en International Crisis Group.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.