A pesar de que las encuestas dan a Barack Obama como vencedor, nadie en la campaña del senador demócrata canta victoria. El llamado efecto Bradley puede dar una inesperada sorpresa.

 

El planeta apoya de manera incondicional la candidatura de Barack Obama. Una reciente encuesta en The Economist revela que el colegio electoral mundial de lectores de la revista respalda por un margen de entre el 80% y el 95% al senador demócrata. Una encuesta Gallup más científica afirma que el público global prefiere a Obama sobre McCain por un margen de 3 a 1. Este apoyo expresa el rechazo universal a la actual presidencia estadounidense y su círculo de neocons, así como un ansia por un nuevo liderazgo en EE UU. El mundo quiere un cambio en Washington y apuesta por el senador demócrata también, en parte, por el color de su piel, ya que su elección daría la impresión de que se produce una ruptura con la Administración Bush y lo que ésta representa.

Sin embargo, el apoyo global a Obama no se reproduce en Estados Unidos. A menos de diez días de las elecciones presidenciales, todas las encuestas publicadas dan al senador demócrata una mayoría en intención de voto, pero de ninguna manera comparable con los márgenes sugeridos fuera de las fronteras estadounidenses. En medio de la mayor crisis económica desde la Gran Depresión, con la Administración Bush forzada a nacionalizar bancos y aseguradoras, el desempleo en aumento, la Bolsa con perdidas de un 50% en poco más de un mes, el país estancado en dos guerras, la reputación internacional por los suelos y Obama recaudando y gastándose alrededor de 600 millones de dólares (unos 470 millones de euros) en su campaña electoral, lo que sorprende es que el margen entre los candidatos sea sólo de un 10%. El senador demócrata no ha sobrepasado el 52% en intención de voto y su mensaje no llega a cuajar entre los ciudadanos que no han adoptado a Obama como su Mesías político en los Estados clave de Pennsylvania, Ohio y Virginia. La mayor crisis económica del país bajo un Gobierno republicano apenas ha afectado a la intención de voto del electorado.

EMMANUEL DUNAND/AFP/Getty Images

Los republicanos suelen mejorar a última hora y, por lo general, los ciudadanos les votan más de lo que admiten en las encuestas. En 2000, los estadounidenses se decantaron finalmente por George W. Bush con un 2% más de lo que los estudios diarios revelaron. En 1996 Bill Clinton perdió un 5% en la última quincena de la campaña y un 3% en el día de las elecciones, muy parecido al resultado de 1992 cuando bajó un 4% entre octubre y noviembre y un 6% el día de los comicios. En 1980 Ronald Reagan logró incrementar su voto del 40% a mediados de octubre hasta el 51% que alcanzó en la jornada de las elecciones en un combate a tres contra Jimmy Carter y John Anderson. En 1976 Gerald Ford pasó del 41% al 49% en los últimos quince días. En el mismo periodo de 1956, Eisenhower subió del 51% al 58%, al igual que en 1952 cuando su voto mejoró del 48% al 55%. El senador John McCain no tiene todavía la carrera perdida.

La parte de la encuesta Gallup que más atención recibe es la que pregunta a los ciudadanos inscritos su intención de voto. En esta versión, Obama aparece como favorito con un 52% frente a un 41% de McCain. Pero cuidado, porque no todos los que están registrados votan, ya que quienes lo hacen sólo rondan el 60%. De esta manera, si a los ciudadanos inscritos se les restan las personas que tradicionalmente no suelen acudir a las urnas el día decisivo, el resultado sería del 50% para Obama y el 45% para McCain. Además, hay otros factores que pueden favorecer al candidato republicano: es el favorito para la mayoría de los votantes blancos registrados, entre los cuales sólo aquellos con títulos de posgrado universitario están a favor de Obama (55% contra 40%); mientras que McCain es el mejor candidato para los graduados universitarios (49% contra 46%), los que han realizado algún tipo de formación universitaria (52% contra 41%) y los que poseen sólo estudios secundarios (48% contra 42%).

El color de la piel puede pasar factura al senador Obama. No olvidemos que los demócratas no obtienen la mayoría del voto blanco desde 1964, cuando el sureño Lyndon Johnson arrasó con un 61%. Bill Clinton nunca sumó mayoría blanca. En 2000, Al Gore quedó un 12% por debajo de George W. Bush en este sector del electorado y John Kerry obtuvo un 17% menos que Bush hace cuatro años. Entre los blancos no hispanos, McCain es el preferido en las encuestas por un 48% contra un 44%, mientras que el voto de color está masivamente a favor de Obama (91% contra 3%) y entre los hispanos el senador demócrata obtiene un 60% frente a un 31%. Todo esto es significativo si se tiene en cuenta que el voto blanco no hispano representa alrededor del 80% de los inscritos para votar y que tienden a acudir a las urnas con mayor regularidad que los afroamericanos e hispanos. Asimismo, entre un electorado que en su mayoría es confesional, con más de un 60% acudiendo a los servicios religiosos de manera regular, McCain es el claro favorito entre este grupo con un 64% contra el 28% del candidato demócrata.

Gran parte de los esfuerzos de la campaña de Obama iban encaminados incrementar el número de votantes favorables al candidato demócrata en el registro, y asegurarse que los jóvenes y el voto de color vayan a las urnas el 4 de noviembre. El esfuerzo en este sentido ha sido masivo, y del éxito de esta estrategia podría depender la victoria de Obama, tan anhelada en el mundo pero en duda en EE UU.

Queda por ver si Barack Obama podrá contrarrestar el llamado Efecto Bradley, la famosa tendencia por parte del electorado de afirmar en las encuestas que va a votar por el candidato afroamericano, pero de no hacerlo en la jornada de las elecciones. En 1982 Tom Bradley, que se presentó para gobernador de California, perdió un 7% del voto el día clave, un efecto que se ha reproducido en aquellas elecciones que han enfrentado a candidatos afroamericanos contra blancos. Aunque hay divergencias sobre si el Efecto Bradley perdura, el profesor Charles Henry de la Universidad de California que lo identificó en 1983, considera que aunque en parte ha disminuido, le puede costar a Obama un 6% de los votos. Queda por ver qué rol jugara en la decisión final también el posible resentimientos en Estados clave como Pennsylvania (a favor de la candidatura de Hillary Clinton), los prejuicios culturales, así como otras consideraciones de carácter local o si el electorado decidirá dar a los demócratas mayoría en el Congreso, pero equilibrándola con una Casa Blanca republicana. Incluso el respaldo del secretario de Estado durante el primer mandato de George W. Bush, Colin Powell, a Barack Obama puede convertirse en una navaja de doble filo. El Efecto Bradley por sí mismo podría reducir el voto a favor del senador demócrata del 50% al 44% y aumentar el de John McCain del 45% al 51%.

Quedan los días más decisivos de la campaña, y por mucho que sorprenda al resto del mundo, el resultado no está para nada determinado todavía. No puede descartarse una victoria republicana en la encuesta del único día que cuenta, el 4 de noviembre.

 

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