El planeta multipolar que está naciendo no será fácil de gestionar. De momento, carece de mecanismos de funcionamiento, como el sistema de compensación de poderes (balance of power) que, a escala europea, hacía variar las alianzas para que no predominara ninguna ni ningún país. Este método no suprimía la guerra, sino que la convertía en un instrumento para restablecer los equilibrios. En el mundo actual, y en el que se está formando, ni siquiera puede hablarse de equilibrios, y las guerras entre polos serían devastadoras.

Principalmente, tres potencias están emergiendo: China (cuyo esplendor puede considerarse como un resurgir si tomamos como referencia 1820, cuando el gigante asiático representaba el 27,5% del PIB mundial), India y Rusia (que ha cambiado los tanques y misiles por la energía como palanca de su poder), además de otros países como Brasil o Suráfrica. Todo ello con el declive relativo de Estados Unidos, aunque sea (y seguirá siendo durante tiempo) el único Estado con capacidad de proyectar poderío militar en cualquier parte del planeta.

No es fácil ser polo. Se requieren no sólo capacidades, sino también un aprendizaje para ejercer tal responsabilidad. Para empezar, EE UU tendrá que revisar su propia manera de ver el mundo. De la cultural bipolar de la guerra fría pasó a otra unipolar que habrá durado poco, no más de 15 años. Pero tiene también una tradición multipolar y multilateral (términos que no deben confundirse, pues el último significa compartir la gestión del mundo con los otros polos), que la llevó a construir las instituciones internacionales tras la Segunda Guerra Mundial. En estos años de unipolaridad, EE UU ha aportado poco o nada a la institucionalización de un nuevo orden, ya sea en términos de tratados internacionales o de la Corte Penal Internacional, de la que se ha quedado al margen.

China, convencida de que la historia está de su parte, sigue la doctrina enunciada por Hu Jintao de la emergencia pacífica, que Eugenio Bregolat (La segunda revolución china, 2007) considera “la proyección exterior de una política nacional que tiene como máxima prioridad el desarrollo económico”. También Pekín tendrá que aprender la responsabilidad de ser polo en un mundocomplejo. No le bastará el mercantilismo y su “diplomacia de las importaciones” (y ahora de las inversiones), de la que ha hecho gala en los últimos tiempos para asegurarse el suministro de energía y materias primas. Su comportamiento en África, donde ha supeditado toda concepción moral, incluso de estabilidad, a los más puros intereses económicos, no parece aceptable (aunque el de los europeos en la época del colonialismo y después fue mucho peor). Asimismo, sube también como fuerza militar, aunque no tiene necesariamente que resultar agresiva. La zona costera del país, donde se concentra su mayor riqueza económica, es sumamente vulnerable, razón por la cual está desarrollando una fuerza naval (submarinos incluidos) más moderna, pero no por ello con capacidad global.

Desde fuera, y en particular desde EE UU, que ha premiado a Nueva Delhi, no cabe contar con que China e India se enfrenten, como explicamos en otra ocasión. Estos países harán todo lo posible para evitarlo, conscientes de que necesitan un equilibrio regional. Y si ambos tienen que aprender a comportarse de forma
responsable como polos, también traerán consigo otras demandas. No van a amoldarse simplemente a la visión de EE UU –o incluso occidental–, sino que intentarán adaptarla a sus propios intereses, valores y culturas.

La cuestión es cómo convertir el mundo multipolar en multilateral y evitar que se llene de llaneros solitarios gigantes. Y hacerlo de forma pacífica Europa, por su parte, es no sólo multipolarista y multilateralista, sino que
está también convirtiéndose en un polo, al menos cuando coinciden Londres, París y, cada vez más, Berlín. La crisis de crecimiento y de la Constitución Europea esconde que los europeos, y la UE como tal, están desarrollando capacidades militares, aunque muy diferentes a las de Washington. Pero a Europa, como UE o bajo otras modalidades (¿con Rusia?), aún le queda el gran desafío de hablar con una sola voz o actuar como una sola inteligencia personificada, por utilizar un término derivado de Clausewitz.

Las grandes tareas no esperan, como el control de las fuentes de energía, la preservación del medio ambiente, la competencia por controlar el espacio (el ensayo de un misil antisatélite chino ha hecho sonar algunas alarmas) o la proliferación de armas nucleares. La gran cuestión es cómo transformar este mundo multipolar en multilateral, naturalmente con Estados Unidos, para evitar que se llene de llaneros solitarios –esta vez gigantes– e impedir que el resto del mundo tiemble cada vez que den un paso, como predijo Napoleón de China. Y, además, cómo lograrlo de forma pacífica. Hubo un concierto de Europa. Tendrá que haber un concierto global. Pero, de momento, vivimos en el des-concierto.

Como siempre, estamos abiertos a sus comentarios.