Barack Obama es la única esperanza que le queda a Mahmud Ahmadineyad.

 

Mahmud Ahmadineyad vive momentos difíciles. A sólo seis meses de las elecciones presidenciales se ve hostigado por todos los bandos. Sesenta economistas iraníes han firmado una carta de protesta contra sus fracasadas políticas económicas, que han provocado niveles récord de desempleo. Personalidades que se autoproclaman reformistas, como el aspirante a la presidencia Mahdi Karubi, le censuran por haber convertido al país en el enemigo número uno de Israel, y hasta el líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, que es su principal valedor, a veces duda.

ATTA KENARE/AFP/Getty Images

Contra las cuerdas: La supervivencia política de Ahmadineyad está en peligro.

Está claro que el presidente iraní necesita ayuda, pero ¿quién de sus amigos podría hacer subir su popularidad? ¿Hugo Chávez? ¿Hasán Nasralá? ¿Múqtada al Sáder? Mejor no contar con ello. Ahmadineyad necesita mucho más que elogios de sus aliados y fotos estrechando la mano a sus amigos durante sus visitas de Estado a Teherán.

Es mucho más probable que la ayuda le llegue de Barack Obama –o para ser más precisos, de todos los asesores del equipo de política exterior del presidente electo que siguen hablando de la necesidad de que EE UU converse con Irán. A nadie debería sorprender que Ahmadineyad enviase a Obama una carta personal de felicitación tras su victoria, convirtiéndose en el primer gobernante iraní desde la Revolución Islámica de 1979 que tiene este gesto. La mayoría de los iraníes desea desesperadamente acabar con su aislamiento de EE UU y del conjunto de la comunidad internacional. Sin duda, la persona que pueda atribuirse el mérito de terminar con 30 años de hostilidad con Washington se convertirá en un héroe nacional. Así que el riesgo de reforzar la legitimidad de Ahmadineyad es mucho más serio de lo que el presidente electo estadounidense y sus asesores piensan.

La disposición de Obama a dialogar sin condiciones previas con regímenes hostiles, incluido Irán, acabó convirtiéndose en el rasgo más característico de su programa de política exterior durante la campaña electoral. Aunque poco después de lograr la victoria pareció retractarse afirmando que era “inaceptable” que Teherán intentase desarrollar armas nucleares, las señales provenientes de su círculo de confianza reafirman la posición inicial del futuro presidente. Incluso Dennis Ross –enviado en Oriente Medio durante el Gobierno de Clinton, destacado partidario de Israel y ahora asesor clave de Obama– dice que EE UU debería mantener conversaciones con Irán, inicialmente a bajo nivel con el fin de allanar el camino para un diálogo a alto nivel. Varios expertos en el país persa de think tanks centristas piden a Obama que vaya aún más lejos y ofrezca al Gobierno iraní entablar relaciones oficiales directas, junto con otros incentivos, con el objetivo de intentar que Teherán detenga el programa de enriquecimiento nuclear que le permitiría fabricar bombas atómicas.

Las leyes iraníes establecen que todos los candidatos al Parlamento y a la presidencia deben contar con la aprobación del Consejo de Guardianes, un comité dominado por clérigos conservadores nombrados por el líder supremo. Aún no está claro si Jamenei dará su visto bueno a que se permita al polémico presidente presentarse a la reelección. Pero si las relaciones entre EE UU e Irán mejoran de aquí a las presidenciales iraníes, lo más probable es que el mérito se lo lleven Ahmadineyad y sus tácticas radicales, lo que aumentaría mucho sus posibilidades de éxito en junio. Una reconciliación con Washington reivindicaría su figura, cuya retórica agresiva contra EE UU e Israel ha hecho que sus críticos le acusen de hundir más a Irán en su papel de paria y exijan que no se le permita presentarse a la reelección.

Precisamente por este motivo se viene produciendo una interesante competición por el poder en el seno de la República Islámica desde que Obama ganó las elecciones. Un gran número de facciones, incluso aquellas cuyo discurso sugiere lo contrario, son conscientes de los beneficios que produciría una mejora de las relaciones con EE UU y quieren estar bien posicionadas para lograrla.

Sin embargo, parece que la élite política iraní no ha tenido las cosas claras a la hora de reaccionar a la carta de Ahmadineyad a Obama. El periódico ultraconservador Resalat se subió al carro del presidente y publicó un editorial dando consejos a Obama sobre cómo arreglar las relaciones. Mientras, el diario de derechas Jomhouri Islami se mostró en desacuerdo, sosteniendo que, en caso de que Irán ofreciese a Washington algún tipo de acercamiento, éste debería provenir del líder supremo Jamenei y no de un cargo electo como Ahmadineyad. Otros posibles rivales presidenciales, como el parlamentario Alí Lariyani, han menospreciado la carta de forma más sutil. Lariyani calificó la posterior respuesta de Obama de “evasiva”, según The New York Times, y añadió que EE UU “no avanzaba en la buena dirección” en lo que a Irán respecta.

Este comportamiento muestra el patrón imperante en Irán, un país obsesionado con su relación con Estados Unidos. Cada vez que se vislumbra en el horizonte un posible final al distanciamiento de Washington, las diferentes facciones políticas intentan asegurarse de que tal cosa suceda bajo su control. Allá por marzo del año 2000, cuando Mohamed Jatamí era presidente, la entonces secretaria de Estado de EE UU Madeleine Albright llegó casi a pedir disculpas a Irán por la implicación de su país en el golpe de Estado contra el Gobierno iraní en 1953, que fue apoyado por la CIA. “Ahora es fácil entender por qué muchos iraníes siguen ofendidos por esta intervención de Estados Unidos en sus asuntos internos”, dijo Albright.

En vez de aplaudir este gesto histórico, los rivales de Jatamí acusaron a EE UU de quedarse corto y no llegar a pedir disculpas de forma explícita. Entonces yo vivía en Irán y fui testigo del pánico de los conservadores ante la posibilidad de que Jatamí y su movimiento reformista se llevasen el mérito y capitalizasen políticamente una mejora de las relaciones con Washington. Por culpa de estos conservadores y de las dudas de EE UU esto nunca llegó a suceder y, una vez más, las esperanzas de los iraníes se vieron frustradas.

En muchos aspectos, los gobernantes iraníes ven en la victoria de Obama una oportunidad similar a la del año 2000, cuando todo parecía listo para una descongelación de las relaciones bilaterales. Pero, dada la debilidad de EE UU en Oriente Medio y el fortalecimiento de la posición del régimen de los ayatolás en la región, los iraníes creen que esta vez Washington está más interesado en iniciar un deshielo. En cualquier caso, si el Gobierno de Obama pretende dialogar con Teherán lo inteligente sería esperar hasta después de las elecciones de junio. Si no, es muy probable que en los próximos años todas las conversaciones sean con Ahmadineyad.

 

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