Yingluck Shinawatra se enfrenta, tras ganar las elecciones tailandesas, a la amenaza de una intervención militar.

 

Tailandia
Carlos Sardiña

 

 

Yingluck Shinawatra, candidata del Partido Puea Thai (para los tailandeses), obtuvo un claro triunfo en las elecciones celebradas el pasado domingo en Tailandia, por lo que se convertirá en la primera mujer que ocupa el cargo de primera ministra en su país. En medio de una grave, y en ocasiones violenta, crisis que ha dividido profundamente a la nación en los últimos años, los tailandeses han vuelto a votar por cuarta vez consecutiva a una formación vinculada al polémico ex primer ministro Thaksin Shinawatra. Éste, que es hermano de Yingluck, a la que ha calificado como su “clon”, fue depuesto en un golpe de Estado en 2006 tras cinco años en el poder.

Yingluck, una ejecutiva de cuarenta y cuatro años con una amplia carrera empresarial en diversas empresas del clan Shinawatra, es una recién llegada al mundo de la política, tal y como sus adversarios no se han cansado de repetir. Pero, pese a su falta de experiencia, la vencedora ha mostrado una capacidad para comunicarse con el electorado, sobre todo en las zonas rurales del norte del país, donde predominan los partidarios de Thaksin y los camisas rojas, de la que carece el actual primer ministro Abhisit Vejjajiva. Tras el fracaso en los comicios, dondee los demócratas sólo obtuvieron 159 de los 500 escaños del Parlamento, Abhisit ha dimitido de su cargo al frente del partido.

En última instancia, ha sido el carisma de Yingluck y la popularidad de su hermano (uno de los lemas de la campaña era “Thaksin piensa, el Puea Thai actúa”) los que han decidido el resultado y no las políticas sociales o económicas de su partido, cuyas diferencias con las de los demócratas son pocas. Como señalaba recientemente el politólogo Tithinan Pongsudhirak en el diario The Bangkok Post, ambos partidos se han embarcado en una puja por ofrecer medidas de carácter populista que seduzcan a los electores. Ése es uno de los legados, probablemente involuntario, de Thaksin: numerosos tailandeses pobres le consideran el primer político que ha hecho algo por ellos y ahora son mucho más exigentes con la clase política.

El verdadero reto es volver a unir al país

El Puea Thai ha obtenido 265 escaños en el Parlamento, más de la mitad, pero ya ha anunciado una coalición con otros cuatro partidos de menor tamaño para conseguir un Gobierno más estable e introducir cambios de gran calado. Pithaya Pookaman, portavoz del Puea Thai y diplomático retirado, ha explicado recientemente que uno de los principales objetivos de la nueva Administración es derogar la actual Constitución, redactada por el Gobierno de la Junta Militar que dio el golpe de Estado en 2006, y sustituirla por otra, tomando como base la llamada Constitución del pueblo de 1997, considerada la más democrática de las dieciocho que ha tenido Tailandia en los últimos ochenta años.

El verdadero reto para el partido y para Yingluck comienza ahora y consiste en volver a unir al país y cerrar las heridas de una crisis política que culminó en los enfrentamientos de abril y mayo de 2010 en Bangkok entre los camisas rojas, los partidarios de Thaksin y el Ejército. Durante aquellos días, noventa y un muertos, la mayoría de ellos civiles desarmados, murieron en circunstancias que el actual Gobierno no ha podido, o no ha sabido, esclarecer.

La oposición acusa al Puea Thai de que su único objetivo es traer a Thaksin de vuelta a Tailandia, donde se enfrenta desde 2008 a una condena de dos años por abuso de poder y corrupción. Según Pithaya, el ex primer ministro no volverá “hasta que no se den las condiciones para un juicio justo en el que éste pueda demostrar su inocencia”, es decir, hasta que no se cambie la Constitución. En cualquier caso, es probable que los camisas amarillas, que en 2005 salieron a la calle para expulsar a Thaksin del poder y en 2008 tomaron los aeropuertos de Bangkok para derrocar a un gobierno afín a él, volvieran a echarse a la calle al menor indicio de que pudiera volver o incluso antes.

Sobre Tailandia también pende la amenaza de una intervención militar para evitar un Gobierno del Puea Thai, en cuyo caso serían los camisas rojas los que se manifestarían. El Ejército tailandés, que ha dado casi veinte golpes de Estado en los últimos ochenta años, está profundamente implicado en la política del país y es uno de los más feroces enemigos de Thaksin. Éste también cuenta con poderosos oponentes entre las élites monárquicas, que quieren evitar a toda costa un mandato suyo cuando llegue el momento de la sucesión del influyente rey Bhumibol Adulyadej, que a sus ochenta y tres años lleva más de uno hospitalizado.

El Puea Thai ha anunciado que emprenderá un proceso de reconciliación cuyos términos no están del todo claros y en el que tendrá que encontrar un difícil equilibrio entre no defraudar a sus partidarios y no despertar la furia de las élites monárquicas y el Ejército. En ese sentido, Pithaya comentaba que la clave de la reconciliación se halla en el perdón, pero muchos camisas rojas probablemente no estén dispuestos a olvidar a las víctimas del año pasado.

Thida Thavornseth, presidenta del Frente Unido por la Democracia y contra la Dictadura (UDD), la organización que lidera a los camisas rojas, declaraba a Foreign Policy en español que su organización no estaba dispuesta a aceptar una amnistía para los responsables del ataque en 2010 del Ejército a los camisas rojas. “Estamos de acuerdo con la reconciliación, pero lo más importante es que se sepa la verdad y lo que queremos para Tailandia es que se aplique la ley a todos por igual, y es algo que pedimos a cualquier gobierno, ya sea del Puea Thai o del Partido Demócrata”, comentaba. La madre de una enfermera que fue asesinada por un francotirador, probablemente militar, durante estos asaltos afirmaba que estaba dispuesta a luchar porque se castigara a todos los culpables, incluido el propio Abhisit Vejjajiva si se demostraba su culpabilidad.

Yingluck Shinawatra ha asegurado que para conceder una amnistía “debemos esperar para debatir sobre si tenemos que otorgarla. En todo caso, empezaría el 19 de septiembre, el día del golpe de Estado. Hay que trabajar con la Comisión de la Verdad y la Reconciliación [creada por el primer ministro Abhisit Vejjajiva] para ver como podemos unir Tailandia”. En cuanto a las relaciones de su Gobierno con el UDD, ha declarado que “mientras mantengamos nuestros principios, sigamos el debido proceso, nos aseguremos de que todo se haga conforme a las leyes y se dispense el mismo trato a todo el mundo, la gente comprenderá y aceptará lo que hagamos”.

No está claro aún cuáles son las intenciones del nuevo Gobierno ni hasta donde estarían dispuestos a presionarle los camisas rojas, pero, teniendo en cuenta las discrepancias entre las declaraciones de la líder del UDD y las de algunos miembros del partido de Yingluck, en el futuro podrían producirse tensiones entre estas dos formaciones que siempre han ido de la mano, lo que añadiría un nuevo conflicto a la, ya de por sí compleja, crisis tailandesa. Las elecciones podrían ser un paso hacia la reconciliación pero, pese a tener un amplio apoyo entre la población, la vencedora de los comicios tiene un difícil camino por delante en el que cualquier paso en falso, tanto suyo como de sus adversarios, puede tener unas consecuencias desastrosas.

 

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